23.1.08

Soy leyenda, 2

Todo tiene sus secuelas. Y, claro, sus antecedentes. Regresemos, pues, al domingo, a aquellos rib eyes que nos esperaban, aún empacados y en una bolsa de supermercado, a MP y a mí. Volvíamos de comprarlos, la primera fase del antojo satisfecho. Entramos al edificio, subimos al elevador. Y, apenas oprimimos el número seis y comenzamos a ascender, el elevador se detuvo, súbito: se fue la luz. Nos iluminaba el tenue brillo del tablero, el resto de las luces apagadas. Mi impulso inmediato fue abrir la puerta. Se abrió a medias. MP decidió sentarse. Yo quería salir de allí a toda costa. Y nada, nada qué hacer. Oprimimos el botón de alarma. Sonó la alarma. Nadie acudió a nuestro rescate. O sí. La luz que regresó, no más de diez largos minutos después. El elevador descendió. Y, sin que se lo solicitáramos, ascendió de nuevo hasta el sexto piso, nuestro piso. El resto de la historia ya se conoce.

Entre un evento y otro (narraré, pasado este párrafo, la secuela; lo anterior, sí, fue el antecedente), como ya relaté, vi Soy leyenda. Una película ciertamente claustrofóbica, cerca de dos horas de encierro en una sala de cine, taquicardia ya narrada. Pero, más importante aún y más tarde ese mismo día, encontré mi no tan viejo ejemplar del libro y, antes de irme a dormir, alcancé a leer el primer capítulo casi en su totalidad. Caí fulminado, la luz encendida, los dientes en espera de ser lavados. Incapaz de moverme. Lo necesario. Apagué la luz. Dormí. Tuve muchos sueños, vívidos, aunque al despertar no los recordaba. Paso a la secuela.

Hoy, 22 de enero (ayer en realidad), viajo a Polanco en metro. Tengo una cita a las seis de la tarde. Es temprano aún, tengo tiempo se sobra para llegar puntual. Sin embargo, el tren se detiene más tiempo del normal en la estación de San Pedro de los Pinos, la primera de mi recorrido que inicia en San Antonio, mi estación. La cosa empeora en Tacubaya. Algo se escucha en el andén, desde un altavoz. No comprendo. El tren no se mueve. Prosigo con mi lectura de Soy leyenda. Hacia las 5.45, se apaga la luz del vagón, la puerta se cierra, alguien la abre. Dejo de leer Soy leyenda. Hacia las 5.50, nada. Inmovilidad, silencio, calor. Decido salir del vagón, dejar atrás el andén, subir a la superficie. Me pierdo en una serie de pasajes peatonales subterráneos, hasta que doy con Parque Lira en dirección a mi casa, no a Polanco. Pasan varios taxis. Ocupados. Ningún otro medio de transporte disponible. 6.10, no llegué a mi cita. Resignado, remonto el laberinto y entro de nuevo al subterráneo, dispuesto a esperar. El metro funciona de nuevo, como si nada hubiera sucedido hace algunos aparentemente escasos minutos. Llego al edificio a las 6.28. El elevador sube al sexto piso sin inmutarse, es decir, sin detenerse.

Cuando le relato esta serie de eventos a MP, hace una hora, más o menos, me dice que los escriba. Y eso hago.

En un momento me iré a la cama, mi cuerpo lleno del abrazo de MP. Continuaré con mi lectura de Soy leyenda. Caeré dormido, fulminado. Antes de eso, me lavaré los dientes. Y espero, apenas amanezca, recordar mis sueños.

Así las cosas.

2 comentarios:

María (ahora en paz) dijo...

Y yo, entre otras tantas cosas que soñé, soñé que me subía en auto a un segundo piso mucho más alto que el del "Peje". Lo malo es que estaba en plena construcción y yo no alcanzaba a avisorar si lo siguiente eran más autos, un camino truncado, un abismo.... Me extraña que todo el escenario era apocalípticamente hollywoodense, hecho que me lleva a pensar, que todo fue a raíz de lo que me platicaste anoche. Así las cosas!!!

Guillermo Núñez dijo...

Ay nanita.