28.3.08

La hermana falsa

Termino de escribir. Repito el ritual, un ritual que no repetía desde 1998, cuando terminé de escribir la para siempre inédita novela Surinam en ruinas (aunque algo de ella vio la luz en las páginas de La gente extraña, hace dos años). Pongo el Requiem de Fauré, una vieja versión de 1963 dirigida por André Cluytens. Es la tercera vez que lo escucho desde ayer, una vez por cada novela de la trilogía iniciada con La piel muerta, hoy concluida con La hermana falsa. No más. Lo que narre, lo que escriba a partir de este momento será distinto. Y será todo para MP, cuya súbita (re)aparición en mi vida me hizo abrir aún más los ojos, ver la vida de manera no distinta pero sí más atenta, más plena, más completa. Me despido, pues, de Montebello, el suburbio inventado, y no tanto, adonde nacieron las voces venidas de Puerto Trinidad y otros puertos tristes, triestinos. No más. Exploraré, ahora, puertos más cercanos: Londres, Trieste, Lisboa acaso, así como mi puerto más cercano, MP, mi tierra firme. Así las cosas.

25.3.08

Avestruz

En la novela que escribo un episodio ocurre en una granja de avestruces. Es un viejo episodio, parte de un amplio capítulo escrito hace un par de años, entre la ciudad de México y Jerez de la Frontera, pasando por Newark y encima del océano Atlántico. Hace algunos días, con la novela en pausa por la Semana Santa, fuimos a una granja de avestruces, MP, los niños y yo. Raras aves, casi siempre erguidas, a ratos con las plumas como una armadura al frente, como si nostros, que las mirábamos, fuéramos un peligro y no al revés. Nos advirtieron de su agresividad, sobre todo aquélla de los machos. Pueden dar picotazos, nos dijeron. Pero nada, no pasó nada, les tomamos fotos, recogimos sus plumas, conversamos con ellas. Y, claro, no digo nada: me escapo de la novela, como si, avestruz al fin y al cabo, metiera la cabeza en un agujero cavado en el suelo, cosa que no vimos hacer a los avestruces. Meterme en un pozo, como hacen los personajes de Haruki Murakami, es lo que quisiera hacer ahora, en este momento. Meterme en un pozo y pasar la noche allí, mirando el tránsito de las estrellas allá arriba. Meterme en un pozo y salir, al amanecer, a la luz, con la novela bajo el brazo. La novela empollada. Algo así. Pero no. Dan las 22.44, me preparo una sopa de coditos, quizá vea Raging Bull antes de dormir. Y mañana, al alba, la novela. Acabar, de una buena vez, la novela, que hoy es la maldita novela. Así pasa, supongo. La maldita tercera novela. Quiero acabar con ella. Quiero retomar mis Pájaros muertos. Avestruces vivos. Pero no digo nada. Me distraigo. O eso creo. Comeré sopa, pues. Así las cosas.

14.3.08

Deadline


Aún amanece. Llevo una hora despierto. Primero desayunó MP. Se fue corriendo a dar clase. Ahora lo hago yo. Té negro con un poco de leche. Pan tostado con mermelada de naranja y manzana. 7.31. Hace tiempo que no escribía aquí. No tengo gran cosa que reportar. Mejor lean esto. Joe duerme junto a la ventana que da al balcón. 7.32. En poco menos de media hora me sentaré a escribir. El 31 de marzo tengo que entregar mi tercera novela. Pronto la concluiré. Terminaré de trabajar el borrador. Un texto inconcluso. 7.37. Tendré que concluirlo. Así las cosas.

9.3.08

El imperio de la superficialidad


En su número 111 (marzo de 2008), la revista Letras Libres publicó un texto tanto anodino como superficial sobre el Museo Nómada de Gregory Colbert y la exposición que éste alberga, "Ashes and Snow". Mi respuesta a "¿Naturaleza decorativa vs. naturaleza asesina", de Magali Tercero, es la siguiente (que, por algún motivo imponderable, no fue subida al sitio de la revista en la red):

¿Qué clase de texto es éste? Ni crítica, ni reportaje: un amplio comentario (ideal para el blog, no para la versión impresa de la revista), en el que lo único que realmente vale la pena son las (idióticas) declaraciones del descafeinado, falso Gregory Colbert. Coincido con Roberta Smith en todo lo que dice en el New York Times. Y con Magali Tercero, sí, en su percepción spa del Museo Nómada, pero nada más. ¿Por qué no discutir sobre la validez artística de la obra? ¿Por qué no trazar, claramente, la línea entre espectáculo y arte? ¿Por qué confundir "envidia", "celos" y "falta de cojones" con claridad estética y mediática? Una pena, irse por las ramas. Esta nota acaba siendo igual de artificialmente edulcorada que el propio Museo Nómada y el dulce vacío con el que fue relleno.

Más adelante, el pasado 6 de marzo, el "Blog de la redacción" de la mentada revista publicó, finalmente, un comentario más crítico sobre el fenómeno Colbert, firmado por Carlos Bravo Regidor bajo el original título "Safari new age". La nota, quizás un poco más aventurada que la de Tercero, no deja de ser superficial y poco comprometida, tan light como la exposición que la anima.

Como es habitual, Letras Libres dialoga con su propio ombligo y obvia críticas más valiosas, rigurosas, como "El museo nómada: una mentira disfrazada de arte", de José Luis Barrios, aparecida en el suplemento sabatino Confabulario de El Universal. Pero, claro, de Letras Libres y su ensimismamiento liberal puede esperarse todo menos un acercamiento sensible, menos aún crítico, a las artes, por más que promulguen la libertad de la palabra, una falsa pluralidad paciana y un ánimo holístico.

Pura y suave, dulce coyuntura, digo yo.

Así las cosas.

[Corrijo, un día después: finalmente, subieron mi comentario a la nota sobre el texto de Magali Tercero en el sitio de Letras Libres.]

5.3.08

Elocuencia


Dejemos a Hillary Clinton con su pretendido, comprado momentum. Olvidemos la insinuación de que podría lanzar una candidatura de la mano de Barack Omaba y no especulemos sobre quién sería candidato --ojo: candidato-- a presidente y quién a vicepresidente.

No.

De las elecciones primarias de ayer, lo que cuenta no es la ruptura de la maldición que había ensombrecido a Clinton --es fácil quitarse una sombra con un destello de histeria--, sino la victoria de John McCain y su ungimiento como candidato presidencial republicano a manos de, sí, su antítesis: George W. Bush. Las imágenes capturadas por Stephen Crowley para el New York Times son elocuentes. Más elocuentes aún las declaraciones de McCain ante el apoyo y el abrazo del indeseado W. Dejar de ser un desmarcado, sumarse, en un tris, al statu quo.

¿Por qué no mantenerse al margen, ser un real renegado? ¿Por qué perder, de pronto, el estilo?

He visto al futuro entrar a la Casa Blanca.

Así las cosas.

We can fight!


Ayer, mientras Obama no ganaba las primarias en Ohio y en Texas, MP y yo estábamos en el Palacio de Bellas Artes, en compañía de mi lado de la familia. Frente a nosotros, Gidon Kremer y la encarnación actual de su Kremerata Baltica, bajo el siempre impactante telón de Tiffany, cantaban "We can fight!" --únicas palabras de "Per un pugno di dollari" de Ennio Morricone-- en su último encore, luego de un concierto iluminador y una interpretación generosa.

El concierto dio inicio sin Kremer en el escenario; en su lugar, un clavecín, con Reinutt Tepp en su asiento, bajo continuo del tercer Concierto de Brandenburgo de Johann Sebastian Bach (primer y tercer movimientos). Con 11 músicos en el escenario, el repertorio de la noche empezó con ánimo íntimo, luminoso. Luego de Bach, vino el abismal contrapunto de Henryk Mikolaj Górecki: su Concierto para clavecín y cuerdas, opus 40, aún sin Kremer en escena y con Tepp, formidable, al centro de la Kremerata Baltica. La obra, que nunca antes había escuchado, me sorprendió (y pensé en Glass pero con alma y pasiones). Terminado Górecki, Kremer hizo su entrada para dirigir, desde el sitio del primer violín, la apabullante, melancólica Sinfonía de Cámara, opus 110a, de Dimitri Shostakovich, entre la luz y las tinieblas.

Intermedio.

El concierto prosiguió con otra sorpresa: Wie der alte Leiermann, de Leonid Desyatnikov, otra sorpresa. Kremer, de pie, mostró su desapegado, altruista virtuosismo. Para concluir, el percusionista Andrei Pushkarev dejó la banca trasera y los timbales para acompañar a Kremer al centro de la orquesta, en una calurosa, apasionada interpretación de la suite Punta del Este de Ástor Piazzolla, contrapunto alegre a la nostalgia de Shostakovich.

El aplauso, entonces. Un aplauso total (y que daba la impresión de que el Palacio de Bellas Artes estaba lleno y no vacío en dos terceras partes: una pena que la gente se pierda de un concierto de esta talla, lo mejor que ha sucedido en la ciudad desde Dylan, la semana pasada.)

Entonces, los encores. Y, como ya se dijo, "We can fight!" Al final del concierto, Kremer le dio la mano y le sonrió a cada uno de los intérpretes de su Kremerata Baltica --nosotros aprovechamos para abrazarnos, para abrigarnos entre aplausos--, a quienes nos imaginamos los elegidos entre decenas o cientos de músicos bálticos, cada uno, además de parte del conjunto, una personalidad distintiva.

Afuera, el mármol del Palacio de Bellas Artes brillaba, fulguroso de cálida luz báltica.

Y una vez más: "We can fight!"

Así las cosas.

[La imagen de arriba: Gidon Kremer y Arvo Pärt; abajo, el Báltico en febrero, tomado del blog de Mustaa.]

4.3.08

Lone Star

Texas, vote Obama.

3.3.08

Citizen Day

En qué momento la Academia decidió premiar a los Coen, lo ignoramos. No Country for Old Men, un mero y visualmente deslumbrador divertimento --y una pésima adaptación de la novela de Cormac McCarthy--, palidece ante There Will Be Blood, obra maestra y opus magnum de PT Anderson, el real descendiende tanto de Orson Welles como de Robert Altman (a quien la película está dedicada). Ayer, pasado el fin de semana, MP y yo aún hablábamos de la película, de la impresionante actuación de Daniel Day-Lewis (en la imagen aparece con Rebecca Miller, su esposa), en fin, de que hacía mucho que no veíamos algo tan bueno en el cine. Así las cosas.