30.1.08

Living proof


Me despierta el sonido del celular, el aviso de que he recibido un mensaje. Pienso que es más tarde, pero no, es temprano, aún. Se ha realizado un depósito. En el buzón, descubro que se realizó otro, pendiente. Puedo, por fin, pagar la retrasada y alta cuenta que nos hizo llegar Luz y Fuerza del Centro al condominio. Pero, momento. Antes del mensaje, el sueño. Soñaba, también, con luz. Los niños me pedían que arreglara un juguete, una especie de lancha-veladora. Se le había caído la vela (no de lona ni de tela: una vela de parafina y cera, tal cual). Lo arreglaba lo mejor que podía. MP les preguntaba si había quedado bien. Ellos asentían, hacían thumbs up, se reían y salían corriendo a la orilla de un río. O de un lago. Antes de eso, eran adolescentes. Estaban emocionados, andarían en lanchas rápidas. No recuerdo más.

Luz, pues.

Antes de irme a dormir, antes de la madrugada y del mensaje y del sueño, leía. El libro llevaba tiempo aquí, ante mí. Me lo llevé de viaje, incluso. Pero no lo había leído, aún. Ayer, sin embargo, el libro se impuso. Albert Camus. Una vida, de Olivier Todd. Leí, entonces, el primer capítulo, la muerte del padre que sólo conoció al bebé Albert durante ocho meses. Se fue a la guerra. Perdió la vida.

Oscuridad, pues.

Regreso al amanecer, pasado el sueño y el mensaje, la lectura. Pongo un disco. Elijo una canción. "Living Proof", segundo track de The Greatest, de Cat Power:

My beating heart the anchor to a ship so warm
You're supposed to have the answer
You're supposed to have living proof
Well I am your answer I am living

Demasiada luz, de pronto, reflejada sobre mí, aquí.

Así las cosas.

[PS. Hablando de luz, los invito a leer esto.]

28.1.08

PS


Palabras de Ethel Kennedy, viuda de Bobby, según reporta el NYT aquí:

[N]ear the end of Mr. Obama’s first year in the Senate, Ethel Kennedy asked him to speak at a ceremony for her husband’s 80th birthday. At the time, she referred to Mr. Obama as "our next president."

"I think he feels it. He feels it just like Bobby did," Mrs. Kennedy said in an interview that day, comparing her late husband’s quest for social justice to Mr. Obama’s. "He has the passion in his heart. He’s not selling you. It’s just him."

[Hacia el final del primer año de Obama en el senado, Ethel Kennedy le pidió que hablara en una ceremonia para conmemorar los 80 años de su esposo. En ese entonces, se refirió a Obama como "nuestro próximo presidente".

["Creo que él lo siente. Lo siente así como Bobby lo sintió", dijo la señora Kennedy ese mismo día, comparando la lucha por una justicia social de su esposo con aquella de Obama. "Tiene la pasión en su corazón. Simplemente es él,"]
Yo también lo siento, independientemente de lo que suceda. Sí: Barack Obama es el portador del fuego.

Es lunes, MP se acaba de ir. Su presencia permanece.

Así las cosas.

27.1.08

Excalibur o Sobre el cambio


Domingo de nuevo. La gripa cede, luego de un par de días. La combatí lo más ferozmente que pude. No me gusta enfermarme. Menos aún de gripa, malestar que, no sé bien porqué, me afecta no sólo física sino anímicamente. Y me siento demasiado bien como para sentirme mal.

Domingo de nuevo, pues. MP está frente a mí, trabaja. Intento trabajar también, retomar la novela, avanzar más en su conclusión, abordar otra de sus voces, la menos atendida de las cuatro. Lo haré, claro.

Recuerdo mi diario inglés, la consigna: "I will endure."

Abro el portal del New York Times: Barack Obama ganó, de manera amplia, la elección primaria de Carolina del Sur. Justo ayer, o anteayer, el diario publicó un par de columnas editoriales, en las cuales se pronunciaban, como demócratas, por Hillary Clinton, y, como republicanos, por John McCain. Hoy, tras la victoria de Obama, aparece este encabezado en el periódico virtual: "Kennedy Plans to Back Obama Over Clinton." Se refieren al senador Edward M. Kennedy, quien se suma a la voz de Caroline Kennedy, hija de JFK, en una de las columnas editoriales del veleidoso (¿plural?) NYT:

I have never had a president who inspired me the way people tell me that my father inspired them. But for the first time, I believe I have found the man who could be that president — not just for me, but for a new generation of Americans. [La nota entera aquí.]

[Nunca ha habido un presidente que me inspire del modo en el que la gente me dice que mi padre los inspiró a ellos. Pero por vez primera, creo que he encontrado al hombre que podría ser tal presidente, no sólo para mí, pero para una nueva generación de americanos.]
Camelot, pues, no fue habitada, como muchos creíamos (yo lo creí, fui un fiel seguidor, admirador y defensor de Bill; hoy no de Hillary: sus ataques traperos me desquician, además de que, sí, encarna la perpetuación de un statu quo ya desvirtuado), por los Clinton. Y allí está la espada, Excalibur, empuñada por las manos del cambio: es Barack Obama el portador del nuevo fuego, el real heredero, recién ungido por la realeza demócrata americana: los Kennedy, lo que queda de ellos, que, al fin y al cabo, es mucho.

Nunca sabremos qué hubiera pasado si JFK hubiera sobrevivido al atentado contra su vida, si al reverendo King no le hubieran apagado el sueño, si hubieran dejado que Bobby prosiguiera con los sanos aires que comenzaron a soplar en el verano del amor de 1967, además de con el siempre presente espíritu de su hermano caído en Dallas... Mi entusiasmo, no impulsivo sino largamente sopesado, es genuino: el próximo 5 de febrero, día decisivo de la contienda, mi voto en la elección primaria de los Democrats Abroad será para Barack Obama, quien quizá consiga hacer que la bandera desgastada y que ondea de cabeza se renueve, renazca.

Es, sí, el año del real cambio. Más allá de Obama y de los Kennedy, puedo verlo frente a mí, encarnado en la hermosa cara de MP, en su mano que oprime el mouse, en sus dedos que bailan sobre el teclado, lo mismo que los míos. Yo también tengo un sueño. Y nuestra bandera, la bandera de nuestro recién conquistado reino, ondea perfecta.

I did endure.

Así las cosas.

26.1.08

Tempestades de acero

Hoy no se ve el Ajusco desde mi ventana; se insinúa, apenas. Recuerdo que le dije a Guillermo que escribiría una entrada sobre dicho cerro, porque siempre que lo veo recuerdo algo que él escribió a su vez sobre la presencia de nuestra montañita del sur en su devenir cotidiano, pero hoy no escribiré dicha entrada, hoy hablaré de la guerra, tan desconocida para las generaciones más recientes de mexicanos, que desde la Revolución no nos hemos visto involucrados en conflictos armados trascendentes. Es decir: por más aztecas que nos creamos, la guerra nos es ajena: nuestra economía no está basada en ella, menos aún nuestra identidad, for whatever that means.

Ayer, luego de ver El perro bombero con los niños, MP y yo jugamos a la guerra con ellos. Hicimos equipos, cada uno levantó su fuerte, colocó a sus soldados. Y empezó el fugaz combate. Más nos tardamos en levantar el escenario que en derrumbarlo. Luego los niños se acostaron y nosotros nos fuimos al cine, vimos In the Valley of Elah, de Paul Haggis, aquí traducida como En el valle de las sombras, y subtitulada de manera patética, inculta.

Elah, ya se sabe, es el valle en donde David venció a Goliath. Al valle lo cruza un riachuelo y de sus orillas el futuro rey recogió las cinco piedras, los guijarros que usaría con su honda (o resortera, aunque no tuviera resortes). Ya se sabe: el niño judío venció al gigante filisteo (no palestino, como les dio por traducir filisteo en la película). ¿Cómo? No sólo la pedrada fue certera, sino que, y ésta es mi interpretación de la leyenda, David supo usar el impulso de Goliat en su contra. Es decir, al gigante lo venció su propia, desmedida fuerza, detenida por el guijarro que el niño le lanzara (Newton básico, pues; o principios fundamentales de Aikido). Ese mismo niño le cantaba las mañanitas, lira en mano, a un rey iracundo; y lo pacificaba.

Haggis recurre a esta leyenda bíblica para contar la historia de Hank Deerfield, militar retirado, padre de un joven militar que, apenas regresa de Irak, desaparece en Nuevo México, en las inmediaciones de las barracas que lo alojan. Deerfield lucha contra la burocracia policiaca, tanto federal como militar, y descubre la naturaleza del destino fatal de Mike, su hijo, el mayor. A David, el menor, ya lo había perdido en un accidente de helicóptero, en un ejercicio en la base (es decir: las guerras actuales dejan a más padres sin hijos que a hijos sin padres, como solía suceder).

Haggis, lo mismo que Robert Redford en Lions for Lambs, denuncia la ridiculez de la guerra actual (más en particular, la vendetta de Estados Unidos contra el terrorismo fundamentalista que, al no tener escenario, es trasladado a lugares frágiles, precarios, derruidos o volubles como Afganistán e Irak). Más allá de la guerra, que siempre sucede fuera del territorio americano, está el impacto que ésta tiene en la sociedad, apenas los soldados vuelven. Es esa otra guerra la que Haggis (y Redford) retratan, el abuso del "ser patriotas" que se indoctrina a la juventud y a las clases no intelectualizadas, la desinformación, los viciados derroteros del poder, la doble moral, la decadencia, encarnada en el consumo insaciable, como forma de vida.

Al final, ondea una bandera. Una vieja bandera americana. La bandera, suponemos, que el ejército le entregó a los padres de David cuando muriera en el accidente, y que estaba en manos de Mike, quien, quizá previendo su destino, se la envía a su padre desde Irak. Una bandera colocada de cabeza en el asta. Una bandera que significa un llamado de auxilio, la señal de que se ha perdido el rumbo y que, desde adentro, todo parece insalvable.

Leo Tempestades de acero, de Ernst Jünger, la memoria de su participación en la Primera Guerra Mundial. Un soldado con cuaderno en mano, consciente del impacto histórico del evento del que formaría parte. Pienso en que, si todos los soldados fueran como Jünger... Mejor no pienso más.

25.1.08

My love and the sky (variation)

Ayer, anteayer en realidad, hice este retrato de MP y del ominoso cielo que pareció caerse ayer. No era así, los colores, la saturación, la exposición era distinta (el original puede verse aquí). Decidí trabajar la fotografía. Y me gustó el resultado. Así las cosas.

24.1.08

Soy leyenda, 3

El viento, no lo sabíamos, derribó árboles a lo largo y ancho de la ciudad. Nosotros, en Peña Pobre, apenas lo sentimos, una lluvia de hojas, dije yo. Más tarde vimos relámpagos, rayos en la distancia. Regresamos a casa de MP, los niños se durmieron. Nosotros, concentrados en nosotros, no nos enteramos de nada, es decir, de lo que sucedía allá afuera, lejos de nuestro abrazo. Fue cuando manejé de casa de MP a mi casa cuando comencé a entender. Vi árboles caídos. Manzanas enteras de la ciudad, sin luz. Cruces con semáforos apagados, ominosos. Ya en la casa, me conecté y Guillermo me preguntó si había visto el viento. No, le dije, apenas nos enteramos del viento. Luego vi las noticias, la sorpresiva catástrofe, algo inusual en la ciudad, tan hecha a las catástrofes. Pero antes de eso, antes de que este tren de pensamiento corriera en mi mente, pensaba en otra cosa, en esta entrada antes del viento. Pensaba en "Wonderwall". Escuchaba "Wonderwall". Y una frase me vino a la cabeza, no tanto como un tren de pensamiento sino como una sutil hoja que cae al suelo: "Hace muchos años escuchaba 'Wonderwall' todas las mañanas. No tenía mujer. No tenía gato, no había tenido a mi primer gato aún. Vivía desconsolado, cruzado el doloroso umbral del desengaño, la súbita pérdida de la inocencia. River Phoenix había muerto hacía no mucho, lo mismo que Federico Fellini." Ayer, muchos años después, murió Heath Ledger. Me veo, desde el presente, escribiendo una segunda, torpe novela en aquel pasado. Recuerdo el aroma de mi departamento, un olor permanente a alacena. Puedo ver la mesa sobre la que escribía, los muchos papeles, el desorden. Y puedo sentir lo que sentía cuando regresaba a casa, estacionaba el coche, abría la entrada del edificio, subía al primer piso, cruzaba el umbral del departamento y me sabía solo en el mundo, solo y mi exorcismo, esa novela fallida, mi encierro y "Wonderwall", esa epifanía en pausa. Hasta hoy, aquí, ahora. La canción, de pronto, se deslava de ese pasado, de esa larga espera, de esa soledad que hoy, y desde hace varios días, semanas, meses, por fin, concluye. "And after all, you're my wonderwall." Y sí que lo eres, MP. Así las cosas.

23.1.08

Soy leyenda, 2

Todo tiene sus secuelas. Y, claro, sus antecedentes. Regresemos, pues, al domingo, a aquellos rib eyes que nos esperaban, aún empacados y en una bolsa de supermercado, a MP y a mí. Volvíamos de comprarlos, la primera fase del antojo satisfecho. Entramos al edificio, subimos al elevador. Y, apenas oprimimos el número seis y comenzamos a ascender, el elevador se detuvo, súbito: se fue la luz. Nos iluminaba el tenue brillo del tablero, el resto de las luces apagadas. Mi impulso inmediato fue abrir la puerta. Se abrió a medias. MP decidió sentarse. Yo quería salir de allí a toda costa. Y nada, nada qué hacer. Oprimimos el botón de alarma. Sonó la alarma. Nadie acudió a nuestro rescate. O sí. La luz que regresó, no más de diez largos minutos después. El elevador descendió. Y, sin que se lo solicitáramos, ascendió de nuevo hasta el sexto piso, nuestro piso. El resto de la historia ya se conoce.

Entre un evento y otro (narraré, pasado este párrafo, la secuela; lo anterior, sí, fue el antecedente), como ya relaté, vi Soy leyenda. Una película ciertamente claustrofóbica, cerca de dos horas de encierro en una sala de cine, taquicardia ya narrada. Pero, más importante aún y más tarde ese mismo día, encontré mi no tan viejo ejemplar del libro y, antes de irme a dormir, alcancé a leer el primer capítulo casi en su totalidad. Caí fulminado, la luz encendida, los dientes en espera de ser lavados. Incapaz de moverme. Lo necesario. Apagué la luz. Dormí. Tuve muchos sueños, vívidos, aunque al despertar no los recordaba. Paso a la secuela.

Hoy, 22 de enero (ayer en realidad), viajo a Polanco en metro. Tengo una cita a las seis de la tarde. Es temprano aún, tengo tiempo se sobra para llegar puntual. Sin embargo, el tren se detiene más tiempo del normal en la estación de San Pedro de los Pinos, la primera de mi recorrido que inicia en San Antonio, mi estación. La cosa empeora en Tacubaya. Algo se escucha en el andén, desde un altavoz. No comprendo. El tren no se mueve. Prosigo con mi lectura de Soy leyenda. Hacia las 5.45, se apaga la luz del vagón, la puerta se cierra, alguien la abre. Dejo de leer Soy leyenda. Hacia las 5.50, nada. Inmovilidad, silencio, calor. Decido salir del vagón, dejar atrás el andén, subir a la superficie. Me pierdo en una serie de pasajes peatonales subterráneos, hasta que doy con Parque Lira en dirección a mi casa, no a Polanco. Pasan varios taxis. Ocupados. Ningún otro medio de transporte disponible. 6.10, no llegué a mi cita. Resignado, remonto el laberinto y entro de nuevo al subterráneo, dispuesto a esperar. El metro funciona de nuevo, como si nada hubiera sucedido hace algunos aparentemente escasos minutos. Llego al edificio a las 6.28. El elevador sube al sexto piso sin inmutarse, es decir, sin detenerse.

Cuando le relato esta serie de eventos a MP, hace una hora, más o menos, me dice que los escriba. Y eso hago.

En un momento me iré a la cama, mi cuerpo lleno del abrazo de MP. Continuaré con mi lectura de Soy leyenda. Caeré dormido, fulminado. Antes de eso, me lavaré los dientes. Y espero, apenas amanezca, recordar mis sueños.

Así las cosas.

21.1.08

Soy leyenda


Hace muchos años, cuando cursaba la primaria, el director de la escuela entraba al salón sin avisar y nos contaba cuentos y novelas por entregas. Nunca sabíamos cuándo aparecería, así que siempre lo esperábamos, pendientes del siguiente capítulo o del comienzo de una nueva historia. Un día, Carlos, que así se llamaba el director que usaba cuellos de tortuga de una tela elástica de colores vivos, aunque no brillantes, entró al salón y comenzó a contarnos el relato de un hombre que se había quedado solo sobre la faz de la Tierra, el último hombre sano entre centenas de seres humanos que, infectados por un virus invasivo y en apariencia incurable, se habían convertido en depredadores que buscaban alimentarse de la sangre de los sobrevivientes, inmunes a la infección que todo lo había devastado. Una anti-utopía, pues, no muy distinta de la reciente The Road, de Cormac McCarthy, aunque más bien afín a la literatura de género, fantástica y de horror, no necesariamente un clásico instantáneo. La historia era terrorífica. Y Carlos se tomó su tiempo en terminar de contárnosla, fueron varias sus apariciones en el salón para darle inicio, desarrollo y término. Desesperado, le pregunté cómo se llamaba el libro y quién era su autor. Soy leyenda, me dijo, de Richard Matheson. Pero no te lo compres, me advirtió, porque no es para niños. Creo que la recomendación se la hizo, de igual modo, a mi madre. Pero nada impidió que me hiciera de una copia, traducida al castellano y publicada por Minotauro, sello otrora independiente en cuya fila de autores se contaba Ray Bradbury, hoy devorado por la marca amorfa, invasiva de Grupo Editorial Planeta. [La imagen que acompaña a esta entrada corresponde con la edición citada.] Leí el libro. Me asusté. Mucho. Y no sé qué le pasó. Hace varios años, años recientes, me hice de otra copia, también en Minotauro, pero la portada era brillosa y distinta. No lo he releído. Antes de que eso sucediera, hoy, me aventuré, en compañía de mi fiel amigo Guillermo, a ver la nueva adaptación fílmica de la novela, con Will Smith como protagonista. Robert Neville, se llama el personaje principal. El nombre, de pronto, me llevó al pasado. En el libro, claro, Neville no se monta a bordo de un deslumbrante Mustang GT rojo y recorre las calles vacías de Manhattan para cazar a un inalcanzable venado. Tampoco vive en un hermoso departamento muy bien acondicionado y con vista a Washington Square. No recuerdo si tiene una perra llamada Samantha. Y sé que no juega golf desde un porta-aviones abandonado, encallado en el South Harbor de la isla. El efecto, sin embargo, fue el mismo: horror genuino, aunque con un twist. Salí del cine con taquicardia, asustado no sé si por mi viaje al pasado, a mi infancia, al salón de la Escuela Activa Neill adonde Carlos nos contaba la aventura-desventura de Robert Neville, o bien por la naturaleza jesucrística de Soy leyenda, por lo menos en esta adaptación. Es interesante. La sangre de Neville será, tomada de una mujer infectada a la cual se la inoculó para ver si funcionaba como antídoto, la salvación de la escasa, casi del todo extinta humanidad. Pero no será el propio Neville quien lleve la cura a los sobrevivientes, sino Anna, una sana aparecida que acude al llamado en radio de amplitud modulada que Neville lanza al vacío mundo día con día. Son, entonces, dos mujeres los instrumentos que convierten a Neville, quien se inmola en un necesario sacrificio, en una leyenda. Y es Anna, sí, su evangelista. No sé qué más decir. Me viene a la cabeza la voz de Laura Dern en Jurassic Park: "...and women will inherit the Earth." Todavía me retumba el corazón. Pienso en MP, irreal, inconmensurable. Así las cosas.

20.1.08

My own private Hotel Chevalier


Hace un par de meses vi The Darjeeling Limited, la película más reciente de Wes Anderson, por vez primera. Apenas se reunió el trío de hermanos Whitman en un par de dormitorios contiguos de un vagón del Darjeeling Limited y comenzó a interactuar, pensé: "Yo podría vivir en esta película." Ayer volví a verla, ahora en compañía de MP, y apenas comenzó y los hermanos Whitman se reunieron, ella me dijo al oído: "No quiero que se acabe." Sonreí, contento de que la película le hubiera causado el mismo efecto que a mí. Ahora bien, ayer pasaron "Hotel Chevalier", la primera parte del film, antes de que éste comenzara, y no de pronto, en medio de una escena de la película, como sucedió la primera vez que la vi (ahora bien, la primera vez que la vi, quedé fascinado con Natalie Portman, quien luce muy bien en la pantalla; esta nueva vez, Natalie Portman sólo me hizo mirar a mi derecha, encontrarme con la hermosa cara de MP y pensar: "Qué afortunado soy", siempre sorprendido ante su inagotable belleza). El efecto fue muy distinto: el corto-introducción funciona, sí, mejor como prólogo. Pero no digo nada. Vaya, ni siquiera criticaré la película, que me parece, sin más, excelsa: véanla, compren el dvd, contémplenla junto a su amor, es domingo, no estoy para criticar nada). Yo nada más quería retratar la escena: MP a mi lado, en el cine, hablándome al oído, como si estuviéramos solos allí, en un balcón, ante la luz. Es domingo, trabajamos juntos (lo intentamos, pues), sendas computadoras encendidas sobre esta mesa, cada uno ante su pantalla. Joe amasa su cama. Un par de rib-eyes nos esperan en el refrigerador. Pienso en este largo fin de semana. Pienso, sí, me digo: "No quiero que se acabe."

17.1.08

Una pequeña esquina del mundo


Luego de tomar la fotografía anterior una canción, la octava del Black Celebration de Depeche Mode, se instaló en mi cabeza, como un recuerdo que buscaba una nueva posición, un nuevo sitio en mi memoria; el coro dice así:

Here is the house
Where it all happens
Those tender moments
Under this roof
Body and soul come together
As we come closer together
And as it happens
It happens here
In this house
Pongo la canción, que llevaba tiempo sin escuchar. No me remite a nada, a ningún tiempo pasado, no trae consigo una atmósfera de lontananza. No. La canción sucede en presente, desde ayer, hoy. Más adelante, dice:

So we stay at home
And I'm by your side
And you know
What's going on inside
Inside my heart
Inside this house
And I just want to
Let it all out for you
La canción viene desde el pasado cargada de presente: entonces, cuando la escuchaba, me provocaba nostalgia, pero una nostalgia pretérita, es decir, nostalgia del futuro. Casa, hogar: ese espacio que no necesariamente está contenido por cuatro muros, cuyas ventanas no están necesariamente orientadas hacia alguno de los puntos cardinales. Y eso: me siento, hoy, en casa.

With or without words
I'll confide everything
Así las cosas.

16.1.08

El bodrio por la noche

Una muy buena entrada de mi amigo Antonio Puertas, aquí.

15.1.08

Cierta sabiduría en Bob Dylan


"i have no arguments an i never drink milk."

Bob Dylan en el libreto de Bringing It All Back Home.



El cambio y la súbita aparición de Joe Felix

El cambio no siempre se manifiesta súbito, de golpe, sino en entregas. El cambio, sin embargo, siempre deslumbra, sobre todo cuando se le encara y se le acepta, más aún, cuando uno decide fluir, refluir sobre el nuevo cauce ofrecido. Así las cosas, el 2007 terminó siendo el mejor de los años, a pesar de, entre muchas otras cosas, la pérdida sensible del Pequeño Emperador Frankie 24. Sin embargo, y como el lector de este blog ya habrá apreciado, la violeta floreció, desbordada, apenas MP y yo nos encontramos, y el invierno se revistió de primavera. Traspusimos el umbral del 2008 en un estado de plenitud y placidez, recibimos el nuevo año de la mano y, fieles al sino de nuestro cambio, encaramos su naturaleza, la aceptamos, y dimos los pasos pertinentes, guiados por una voluntad encontrada, compartida, es decir, hicimos lo que queríamos hacer, como queríamos hacerlo. Y en eso andamos, fluyendo, refluyendo en el cauce de una vida nueva, renovada, siempre hacia adelante. Un poema de Rilke, "Torso arcaico de Apolo" (versión en castellano de Federico Bermúdez-Cañete; tomado del segundo volumen de los Nuevos Poemas), entonces:
Nunca hemos conocido su inaudita cabeza,
en donde maduraban los globos de los ojos.
Mas su torso arde aún, igual que un candelabro
en el que su mirar, aunque esté reducido,

se mantiene y reluce. Si no, la proa del pecho
no podría deslumbrarte, ni en el álabe suave
de las caderas una sonrisa podría ir
al centro que tenía poder de procreación.

Si no, estaría esta piedra desfigurada y corta
bajo el umbral translúcido de los hombros, y no
centellearía como las pieles de las fieras;

tampoco irrumpiría, desde todos sus bordes,
como una estrella: porque no hay aquí ni un lugar
que no te pueda ver. Debes cambiar tu vida.
Como parte del cambio, celebramos la aparición de Joe Felix en nuestro cauce. Ayer, día de San Félix, nos encontramos, este nuevo gato y yo, en mi lugar de trabajo. Apenas lo acaricié, decidió no separarse de mí. Y aquí está, recostado sobre una silla junto a la mía, mientras escribo. Sea, pues.

Bienvenido a nuestras vidas, Joe Felix.

13.1.08

A freewheelin' Sunday


Domingo. Mucha luz, aunque el sol escondido. Buen clima: fresco. Me desperté hacia las diez, una proeza. Le debo el buen, reposado sueño a los primeros tres capítulos de Chita, la primera novela de Lafcadio Hearn, original de 1884 y traída a nosotros gracias a los buenos oficios de Los libros de Homero y la notable traducción de Eduardo Charpenel Elorduy. Una real sorpresa. Pero ahora no leo. Ahora postergo, procrastino: la cocina me espera, aunque ya logré arreglar la recámara. Luego será la mesa, esta mesa sobre la que escribo, mi comedor vuelto estudio. Este año terminaré de arreglar el real estudio de esta casa. Aunque me gusta trabajar aquí, sentado en la misma silla en la que MP trabajó durante nuestra reciente vacación invernal. Escribo esto. Escucho un disco formidable: The Freewheelin' Bob Dylan (1963). Es, sin más, perfecto. Es, además, el origen de Dylan (y mírenlo, es otro que sí sabe agarrar un cigarrillo): aquí se le oye igual de maduro que en Modern Times (2006), su más reciente grabación, y en las dos joyas que la anteceden: el abrumador Time Out of Mind (1997; ¡ya pasaron diez años!) y el siempre revelador Love and Theft (2001). Me disculparán los adjetivos, la actitud superlativa ante Dylan, pero no puedo contener mi entusiasmo: pronto lo veremos, aquí, en el Auditorio Nacional, allí donde hace mucho tiempo viera y escuchara a Joan Baez cantar "Blowin' in the Wind", ese himno que conmueve hasta a las piedras (aunque luego hay piedras más humanas que algunos humanos). Lo mío, sin embargo, es Blood on the Tracks (1974): no conozco un disco más perfecto de Dylan, aunque aquí tal vez hable más mi carácter, mi quintaesencia emocional, mi sino sentimental, que mi juicio estético. Claro, puedo seguir con la lista sólo para decir lo obvio: cada disco de Dylan tiene lo suyo y, mayor o menor, es grande. En fin, que es domingo, que termino por ceder a Bringing It All Back Home (1965) y "Subterranean Homesick Blues" me hace bailotear hacia la cocina. Pronto, y el domingo será aún más perfecto entonces, ella estará aquí. Thank you, Bob! [Y claro, comienzo a lavar los trastes y "Love Minus Zero/No Limit" me distrae, me trae de nuevo a la pantalla a transcribirles la letra, muy bienvenida al caso:

[My love she speaks like silence,
Without ideals or violence,
She doesn't have to say she's faithful,
Yet she's true, like ice, like fire.
People carry roses,
Make promises by the hours,
My love she laughs like the flowers,
Valentines can't buy her.

In the dime stores and bus stations,
People talk of situations,
Read books, repeat quotations,
Draw conclusions on the wall.
Some speak of the future,
My love she speaks softly,
She knows there's no success like failure
And that failure's no success at all.

The cloak and dagger dangles,
Madams light the candles.
In ceremonies of the horsemen,
Even the pawn must hold a grudge.
Statues made of match sticks,
Crumble into one another,
My love winks, she does not bother,
She knows too much to argue or to judge.

The bridge at midnight trembles,
The country doctor rambles,
Bankers' nieces seek perfection,
Expecting all the gifts that wise men bring.
The wind howls like a hammer,
The night blows cold and rainy,
My love she's like some raven
At my window with a broken wing.]

12.1.08

Emmanuel, Dassin, Brel

Anoche MP declaró: "Emmanuel es el Jim Morrison de la balada." Lo anterior, luego de contemplar este video, una grabación en vivo en la que el cantante, además de bailar poseído, entra en una suerte de trance místico, encantado por su propia voz, por el efecto de su performance, de su ser-en-este-mundo:



Es, claro, el Emmanuel de otra época, una mejor época para él, y somos afortunados de que exista registro de su encuentro con Dioniso (mejor aún, con Narciso), allí, en un escenario de la televisión latinoamericana. Dejémoslo dormir cansado, pues.

En otra zona geográfico-emocional, aparece, traído de mi infancia (cuando, sin aún conocerlo, estaba ya "enamorado del amor", MP dixit) y recuperado muy recientemente, Joe Dassin, cuyo ánimo relajado permite que nos concentremos en sus palabras, en su amor sedante:



El sonido no es muy bueno, pero el performance es hipnótico, ese sutil bamboleo. Si se quiere escuchar la canción con una mejor calidad (y con tulipanes amarillos en la pantalla), ir aquí.

Finalmente y para dar pie al resto de la velada, les recomendamos esta magnífica versión de "Ne Me Quitte Pas", en donde Jacques Brel nos enseña la real, sudorífica naturaleza del amor:



Nos dejó sin palabras.

10.1.08

Tres pasaportes


Los papeles, los documentos se me aparecen cada tanto tiempo, meses por lo general, años a veces. Los pensaba perdidos, hasta que volví a encontrarlos: mi madre los había escondido en su archivero, dentro de un cartapacio anodino destinado a los recibos de luz o de agua. Llegaron a mí, los papeles, cuando tenía 21 años o estaba por cumplirlos. De toda la información que contenían, el dato que más llamó mi atención fue el nombre: Jean Elizabeth. Luego, su fecha y su lugar de nacimiento: 19 de julio de 1950, en California. Yo nací el 8 de agosto de 1970, en San Antonio, Texas, cuando ella tenía 20 años recién cumplidos; hoy, tiene o tendría 57, una mujer joven aún. De acuerdo con uno de los documentos, escrito a máquina, fui dado en adopción dos días después, aunque fui entregado a mis padres el 16 de octubre de ese mismo año. Fue entonces que me nombraron David y que me sumaron a su propio origen, a través de sus dos apellidos, Miklos Landesmann. Los meses anteriores a que se consumara mi adopción no tenía nombre, era, sin más, Baby Boy, aunque en el documento hay una denominación borrada, quizás el apellido de mi madre biológica, tal vez el nombre temporal que ella o alguien de la agencia de adopción, la Texas Cradle Society, me otorgó. Hay muchos más datos en esos documentos, algunas de las formas están rellenas a mano, quizá con el manuscrito de la propia Jean Elizabeth o de alguien que la asistió. De mi padre biológico la información es sucinta en extremo, un nombre, Steve, y cuatro palabras sobre su carácter. Nada más que eso, lo que me hace pensar que no fue más que una fugaz escala en la vida de Jean Elizabeth, tal vez nunca se enteró de mi concepción, pero esto, en realidad, es irrelevante, además de que nunca lo sabré. Entre los muchos datos, mi historia sociomédica, aparecen los nombres de mis abuelos maternos biológicos, Ernest y Margaret, 50 y 46 años, y de los cinco hermanos de Jean Elizabeth, Carol Ann, Barbara Sue, Ernest, Mary Louise y Steven Michael, de 24, 21, 15, 11 y 6 años, mis tíos biológicos. Hay más información, enfermedades, datos que muestran que Jean Elizabeth no podía llevar un nuevo miembro a la familia de la que, esto es evidente, ella se hacía cargo: su padre, un oficial retirado de las fuerzas aéreas, había perdido ambas piernas; su madre, ama de casa, se encargaba del resto de sus retoños. La única que trabajaba en la familia era Jean Elizabeth, empleada como agente en una oficina de expedición de pasaportes. Supongo que sus ingresos se sumaban al cheque que la fuerza aérea le entregaba mensualmente a su padre. Hoy que me encuentro los papeles de nuevo reparo en un dato que había pasado por alto: Ernest, mi abuelo biológico, era alemán e irlandés de origen; Margaret, mi abuela biológica, francesa. La casualidad me sorprende: Monique, mi madre, nació en Francia, hija de alemanes. Gracias a ella, tengo la nacionalidad y el pasaporte franceses. Y, como nací en Estados Unidos, gozo de la ciudadanía y el pasaporte americanos. Tengo el pasaporte mexicano y aquí vivo porque aquí nació Tomás, mi padre, hijo de húngaros. Soy, legalmente, mexicano por nacimiento. Pienso en Jean Elizabeth expidiendo pasaportes, pienso en si pensaría, en si pensará, aún, en mí. Guardo de nuevo los papeles, los documentos, junto con mis tres pasaportes. La próxima vez que viaje, daré de nuevo con ellos. Ya veré qué sorpresa me deparan entonces.

Sir Edmund Percival Hillary (1919-2008)


Conquistó la cima del Everest el 29 de mayo de 1953.
Escaló a 8 mil 850 metros sobre el nivel del mar.
Murió a los 88 años, hoy.


9.1.08

Vasos comunicantes

Mi amiga Elizabeth escribe esto. Y yo se lo agradezco.

8.1.08

Sobre la admiración y la noche que brilla, hoy


Primero, una cita de David Markson, tomada de Vanishing Point (2004), como epígrafe:
The speedometer needle after the crash that killed Albert Camus was frozen at 145, in kilometers–meaning roughly 90 miles per hour.

The driver of another vehicle said the car had passed him going faster than that.

[La aguja del velocímetro estaba congelada en 145, en kilómetros, tras el choque que mató a Albert Camus, apenas 90 millas por hora.

[El conductor de otro vehículo dijo que el automóvil lo rebasó a una velocidad mayor que ésa.]
Regreso, entonces, una vez más, al prólogo de la reedición de El revés y el derecho (1958), de Albert Camus, quien dice:
[P]or ser artista empecé a vivir en la admiración, cosa que, en cierto modo, es el paraíso terrestre. [...] De igual forma, mis pasiones humanas nunca han ido "en contra". Los seres a los que he querido han sido siempre mejores y mayores que yo.
Y un poco más adelante:
[C]uando se hace caso omiso del elogio o el homenaje, puede creer el elogiador que lo desdeñamos, siendo así que sólo es de nosotros de quien dudamos.
Sobra decirlo: admiro a Camus. Su obra, sus descripciones del cielo, su vida, su cara, su manera de fumar, el gesto con el que se fue de entre los vivos para sumarse, brillante, a la constelación de los muertos, el 4 de enero de 1960. Puedo elogiarlo ad nauseam: no está más entre nosotros, ignorará todo lo que sobre él yo diga, puedo ser todo lo superlativo que desee: me encuentro, sí, ante un monolito, frente a alguien terminado.

Es fácil admirar a Camus: no me comprometo con nada, menos aún con nadie, cuando lo hago. Puedo abrazarlo en mi mente mientras le saco la lengua, e incluso le escupo, al feo de Sartre, que no sabía ni cómo agarrar un cigarrillo ni, quiero pensarlo, cómo manejar un automóvil a altas velocidades para terminar deshecho contra el tronco de un árbol, con un manuscrito inédito sobre los designios de su origen en la guantera (¿o era en la cajuela?).

No pasa nada, pues, cuando me inclino más hacia Camus, le ofrezco la espalda al estrábico y nauseabundo Sartre y le digo a mi más estimado pied-noir: "Albert, I think this is the beginning of a beautiful friendship." Un aeroplano despega sobre nuestras cabezas, iluminadas por la luz tenue de las farolas entre la niebla. ¿O llovía, más bien? Fade out, a negro.

Camus es mejor y mayor que yo, aunque quizá yo llegue a cumplir más años que los que él celebró. Eso no cambia nada. Lo admiro y lo elogio y no espero algo a cambio, más que las relecturas de sus libros, las biografías que se han escrito sobre él y la contemplación de sus retratos, un asomo, algún día, a su lápida. Y sé que Camus, porque está muerto y para siempre frío y bajo tierra, no desdeña mi elogio, así que no dudo de mí cuando lo celebro, así, en estado puro.

Gracias a Camus puedo escribir, en santa paz, mis humildes novelitas, sin la ambición de crear una literatura ni de sumarme a un canon ni de recibir honores como el premio Nobel a los escasos 44 años. [El año pasado, por cierto, se celebró el medio siglo de la obtención de dicha presea por nuestro mentado Albert.] Tampoco me hace falta marchar en las filas de una familia literaria o intelectual, hacer y recibir favores, detentar cierto podercito cultural, menos aún que se me coloquen los laureles del veleidoso, inquieto statu quo alrededor de la testa. No, gracias.

Admiro a Camus y admiro a la violeta que este invierno me ha dado un par de docenas de flores. Admiro la corta existencia de mi gato. Admiro a mis amigos verdaderos. Admiro los ojos, los retoños y la vida de la mujer a la que amo, feliz en mi acotado paraíso terrenal, terrestre.

Admiro todo eso que es más grande, mejor que yo y que me contiene. Y que me ilumina. Te admiro a ti, que llegaste a este punto de la entrada que aquí concluye y que fue animada por algo que, en este momento, no recuerdo más.

Hoy, la noche brilla.

Al final, la dedicatoria de este texto: A María Paz.

6.1.08

A hazy shade of winter


Domingo, el último de las vacaciones. Escucho a Simon & Garfunkel. Cierta sabiduría en "A Hazy Shade of Winter":
Hang on to your hopes, my friend
That's an easy thing to say, but if your hopes should pass away
Simply pretend
That you can build them again
Look around, the grass is high
The fields are ripe, its the springtime of my life

Y sí que lo es: ella está aquí, por fin. La violeta no miente.

5.1.08

Camus, Obama, la rara placidez sabatina

Sábado, un día luminoso, MP escribe frente a mí, sentada en el sillón de la sala. Se acaban las vacaciones. Una atmósfera de nostalgia feliz en la casa, melancolía alegre, si algo así es concebible. Yo, disperso.


Dejo de mirar a MP (regresa a la mesa, se instala ante su Mac), intento distraerme, y pienso en la victoria de Barack Obama en la camarilla de Iowa. Los conservadores, por lo visto, prefieren a un negro que a una mujer: Estados Unidos es un país lleno de sorpresas. A Hillary Clinton no le sentó bien ese tercer lugar (basta ver las fotos de su arribo a New Hampshire, con cara de histeria), debajo de John Edwards. En el caso de los republicanos, ni hablar: como siempre, el peor va a la cabeza (no conozco un ser más retrógrada que Mike Huckabee, basta con asomarse a sus declaraciones tras el asesinato de Benazir Bhutto: al tipo se le ocurrió decir que había que taponear aún más la frontera de Estados Unidos con México, para que no se metieran paquistanís por allí... Sin palabras). Regresemos con los demócratas, pues. Si bien soy seguidor de Clinton y votaré por ella, dado el caso, en las primarias que me corresponden (Texas, un voto desperdiciado), apoyaría igualmente a Obama, aunque me parece un candidato cándido y verde (no pun intended). Ya veremos qué decide el resto de América.

Dejo de pensar en eso y abro El revés y el derecho de Albert Camus, su ópera prima. El prefacio, escrito en 1958, a dos décadas de la discreta aparición de ese primer libro, es uno de mis textos favoritos. Rescato algunas citas:

[L]os dos peligros que amenazan a todo artista, el resentimiento y el contento.

[P]uedo asegurar que entre mis numerosas debilidades nunca estuvo el defecto más extendido entre nosotros, me estoy refiriendo a la envidia, auténtico cáncer de las sociedades y de las doctrinas.

Aunque vivo ahora sin la preocupación del mañana y, en consecuencia, como un privilegiado, no sé poseer. De lo que tengo, y que siempre se me brinda sin haberlo buscado, no puedo conservar nada. Me parece que no tanto por prodigalidad cuanto por una forma diferente de escatimar: soy avaricioso de esa libertad que se esfuma en cuanto aparece el exceso de bienes.

[E]l apetito desordenado de vivir.

Para edificarse, la obra de arte debe recurrir primero a esas fuerzas oscuras del alma.

Y, además, siempre llega un tiempo en la vida de un artista en que tiene que hacer balance, que acercarse a su propio centro para intentar, a continuación, mantenerse en él.

3.1.08

Flickr

He abierto una cuenta de Flickr, seducido por los encantos (y la alta fotogenia) de MP. Aquí podrán ver nuestro proyecto fotográfico para este naciente año: 2x2 2008. Bienvenidos todos los que quieran unirse al grupo.

1.1.08

2008, año de gracia


Afuera, viento. El cielo nublado, overcast. ¿Lloverá? No me parecería un mal inicio de año, la lluvia: lavar lo que queda del anterior y que el 2008 inicie reluciente, más de lo que ya lo hace. Escucho a Jeff Buckley, canta "So Real", pero yo no tengo miedo como él sí lo tenía, quizá porque nunca cruzó el umbral de la vida adulta y permanece entre nosotros como un extraño ángel o guardián o lo que se nos antoje: alguien que, desde otro sitio, nos observa y nos canta para siempre. Creo que Grace (1997) es un buen disco para comenzar el año. Ahora suenan los primeros acordes de "Hallelujah", tras un suspiro de Buckley. Es, sin lugar a dudas, una mejor versión que la original de Leonard Cohen. ["Now I've heard there was a secret chord / That David played, and it pleased the Lord / (...) / The baffled king composing Hallelujah."] Ahora, luego de que se fuera y regresara la luz (el viento, el viento sopla fuerte hoy, limpia el valle), suena otra "Hallelujah", la de Nick Cave, quien, el más luminoso de los oscuros, aún está entre nosotros. Pero regresemos con Buckley, pongamos la canción que más me conmueve de Grace: "Lover, You Should've Come Over." Y recordemos aquella Navidad en Madrid, solo en un piso, escuchándola, bebiendo un vino del Duero, desentrañando estos versos:
It's never over, my kingdom for a kiss upon her shoulder
It's never over, all my riches for her smiles when I slept so soft against her
It's never over, all my blood for the sweetness of her laughter
It's never over, she's the tear that hangs inside my soul forever
Y ahora, lejos del invierno continental y de la larga noche inglesa, las palabras de Buckley, su canto, me parecen, desde aquel pasado cada vez más lejano, el anuncio del porvenir, aquí y ahora.