29.4.09

Días de influenza, 3


1. Hace unos instantes, la doctora Margaret Chan, directora de la Organización Mundial de la Salud (WHO, por sus siglas en inglés), decidió que, dado el carácter pandémico del virus de influenza H1N1, la alerta pasaría de nivel 4 a nivel 5. En sus propias palabras, esto significa que el asunto debe tomarse con suma seriedad. Ahora bien, aquí tres extractos de su declaración:
I have reached out to companies manufacturing antiviral drugs to assess capacity and all options for ramping up production.

I have also reached out to influenza vaccine manufacturers that can contribute to the production of a pandemic vaccine.

From past experience, we also know that influenza may cause mild disease in affluent countries, but more severe disease, with higher mortality, in developing countries.
La doctora Chan, finalmente, hace un llamado a la "solidaridad global". Yo hago un llamado a que los medios nacionales dejen de sobre-informar (una variante de desinformación) y se concentren en ofrecer datos duros.

2. Hace un par de horas en el Reforma declaraban que el virus ya no era influenza porcina sino influenza humana, que ya había cambiado de nombre, luego de hacer una pésima lectura de una conferencia de prensa de la WHO. Desde un principio, el virus H1N1 ha sido, en términos de contagio y desarrollo, humano, aunque se trate de una mutación de un virus porcino. ¿Qué buscaba el diario con esa nota? ¿Ser la portadora-impulsora del cambio de nombre del virus? Patrañas.

3. Manuel Camacho Solís cuenta, en El Universal, cómo fue internado por padecer lo que, más tarde supo, era influenza. En ningún momento se menciona que haya sido esta nueva influenza porcina. Para los que aún no lo sepan, la influenza, en cualquiera de sus variantes, es una enfermedad que cobra muchas vidas anuales, sobre todo cuando no se trata oportunamente. La muerte suele ser por neumonía aguda, que se termina de manifestar con uno o varios paros cardiacos y una insuficiencia respiratoria masiva.

4. El New York Times ofrece una nota que me parece de un nivel periodístico paupérrimo, muy parecido al nacional: la historia de Édgar, niño veracruzano de cinco años, habitante de La Gloria (en donde hay una desarrollada producción porcina, con todos los desechos correspondientes) al que se le atribuye haber sido el primer caso (afortunado) de influenza porcina. ¿En serio?

5. Las autoridades recomiendan no viajar más que en casos imprescindibles (y sólo si uno está sano, por supuesto). Sin embargo, no piden que se cancelen los viajes a o desde México. Aun así, varios gobiernos han decidido cancelar vuelos, elevando no el nivel de alerta, sino los de pánico y paranoia.

6. La carne de puerco no transmite el virus H1N1. Aun así, varios países han prohibido la importación de carne de puerco mexicana, comenzando por China.

7. Conclusiones: no lean los diarios, menos aún vean la televisión (o bien: háganlo a manera de entretenimiento): lean las puntuales declaraciones de la WHO, con sus respectivas advertencias, y pasen la voz. Lo que hay, sí, es una pandemia de oportunismo (tanto mediático como político) y de ignorancia, conspiraciones o complots aparte (que puede haberlos, claro, pero tal no es el quid).

27.4.09

Días de influenza, 2

1. Llegué a la oficina y el vigilante me entregó un tapabocas, me ordenó que me lo pusiera. Hasta allí cualquier estadío de negación en el que me encontrara. Aun así, mantengo mi paranoia bajo cero.

2. Tembló. Primero me sentí mareado, me pensé súbitamente enfermo. La paranoia se volvió ligeramente positiva.

3. ¿Conocen a alguien inoculado por el virus H1N1? La pregunta arroja un saldo negativo, salvo casos aislados de alguien que dice que alguien más está infectado o ha muerto. Paranoia al cero, de nuevo.

4. Entre más casos hay en Estados Unidos --y no en México--, la alerta se vuelve más roja. Sin embargo, los casos en el exterior siguen siendo mild, suaves. Paranoia de regreso a menos uno.

5. Suspenden clases en todo el país. En mi oficina nos dicen que si no tenemos nada que hacer allí, no vayamos. Mi jefe nos dice que nos quedemos en casa, que nos vemos hasta el 6 de mayo. Paranoia de regreso al espectro positivo de la gráfica.

6. Hay, por lo menos, un par de antivirales efectivos contra el H1N1. Deben de suministrarse entre 24 y 48 después de que el virus se manifieste en uno. Paranoia cero.

7. China prohíbe la importación de cerdos mexicanos. Comí carnitas en El Venadito la semana pasada. Paranoia positiva.

8. Etcétera. Paranoia variable.

26.4.09

Días de influenza, 1

1. Anoche, MP y yo iríamos a cenar al Pujol. Hice la reservación el martes y me sorprendió encontrar una mesa disponible. Ayer, una hora antes de la hora elegida, nos llamaron del restaurante: la delegación les había pedido que cerraran sus puertas. Hablamos, entonces, al Malayo, en donde nos dijeron que sí tenían servicio y que nos esperaban a las nueve. Allí fuimos, felices, y cenamos como pocas veces hemos cenado: bien en extremo. Comensales habían pocos, es cierto, pero todos cenaban tan apaciblemente como nosotros. Hoy fuimos por un jugo y fruta al mercado de La Paz, abierto. Allí, nos enteramos, a través de una fuente que no sabemos qué tan fidedigna es, de que la delegación llegó con una orden de cierre a Cluny. La dueña dijo que no cerraría. Le pidieron la "módica" cantidad de 150 mil pesos para permitirle que mantuviera las puertas abiertas. Cierto o no, el caso es que intentamos tomar un café en La Selva del centro de Tlalpan, pero nos encontramos con el local cerrado. Ahora bien: ¿quién mandó cerrar los restaurantes y los cafés? No parecen ser las mismas autoridades que pospusieron el regreso a clases hasta el próximo 6 de mayo. Hasta donde sé, no hay una orden federal que pida que se cierren dichos establecimientos. Infiero, entonces, que se trata de acciones delegacionales límpidas y nobles...

2. A ojo de buen cubero, la mitad de los transeúntes con los que nuestro andar se cruza llevan puesto un tapabocas. Algunos lo llevan atado a la muñeca, no sabemos por qué. Otros lo llevan bajo la nariz. Otros se lo quitan de la cara para hablar. Y así. Lo mejor: la gente se cuida de la influenza con tapabocas, pero camina y maneja como si no hubiera mañana. MP ve los tapabocas verdiazules y me dice: ¿Los buenos son los blancos, no? Lo ignoro. Me niego a llevar tapabocas. Mi madre me llama, me dice que si cuando salgo me pongo tapabocas. Le digo que no. Y así.

3. Hay casos de influenza en EUA, sí. Mild cases, es decir, casos ligeros. No hay alerta por el posible caso de una pandemia, aún. Y, hasta dónde sé, sólo en México se han cerrado las escuelas. Pero no las empresas ni las dependencias públicas cuya afluencia, me temo, será idéntica que la de cualquier recinto educativo. Pero quizá los trabajadores, obreros o administrativos, seamos inmunes al virus.

4. Mejor lean este blog, en donde encuentro la promesa de un muy buen libro, una crónica de autoficción: Cetrería.

20.4.09

Encuentros, desencuentros, Alvin Straight, hermandad

1. Fue el mejor de mis fines de semana, fue el peor de mis fines de semana. Parafraseo, a la vez, a Dickens y a mi muy querido amigo, hermano en realidad, C., con el que pasé la tarde-noche del sábado, luego de una visita urgente a una librería en pos de Villospår (La falsa pista, 1995) quinta entrega de la serie Wallander de Henning Mankell (y que ahora, por fin, leo, luego de un intolerable cold turkey wallanderiano). Cuando llegué a su departamento en Polanco, su hogar matrimonial en el que nada más estaban él y Rothko, su fiel schnauzer salpimentado, se escuchaba la majestuosa voz de Gillian Welch, cuyas canciones sirvieron de telón de fondo a nuestra conversación. No sé cuántas cervezas nos bebimos (un par de six packs de Heineken, según C.), sólo sé que cuando salimos a pasear a Rothko yo me sentía ligero y no abrumado ni entumecido por el alcohol. En algún momento pasamos frente al Pujol y recordé una cena pendiente, una promesa que deseo saldar pronto. Dejamos a Rothko de vuelta en el departamento y nos fuimos a cenar. Queríamos comida japonesa pero el Murakami estaba cerrado, así que acabamos en un lugar que, esa noche, me pareció infame y prefiero no mentar. Nuestros oídos fueron perforados por una gaita mal ejecutada por un individuo, parado a la entrada del pub irlandés que estaba junto al restaurante elegido. Cenamos sin más, sordos, y cada quién se fue a su casa. Cuando llegué a Tlalpan, todos, menos Mina, dormían. Y caí abatido.

2. Ayer conseguí atender mi antojo de comida japonesa. MP y yo fuimos al Taro, nuestro restaurante de cabecera. No nos aventuramos a pedir ningún platillo nuevo; comimos lo habitual, morosamente. Durante la comida recordé, luego de mencionar las películas de Walt Disney (los filmes que distribuye Disney, en realidad), The Straight Story, la película más rara y más normal de David Lynch. Supe que teníamos que verla, así que fuimos a buscarla al supermercado-librería más prominente de Miguel Ángel de Quevedo. No tenían el dvd, pero nos lo conseguían por algo así como 400 pesos. Para nuestra fortuna, el dvd estaba en el Blockbuster de al lado --una renta de 40 pesos--, una copia impoluta que, creo, fuimos los primeros en ver, pasada la tarde. Descubrimos que la película cumple una década de haber sido estrenada, así que verla fue una suerte de celebración. La historia es sencillamente maravillosa: un anciano recibe la noticia de que su hermano sufrió un infarto. Luego de un silencio prolongado, Alvin Straight decide emprender una odisea íntima: recorrer cerca de 600 kilómetros, de Iowa a Wisconsin, para visitar al hermano con el que lleva 10 años peleado. Incapaz de manejar un coche (tiene mala vista y, por lo mismo, no posee una licencia válida para conducir), construye una casa móvil que es jalada por una vetusta podadora de pasto. En su primer intento, Alvin falla: la podadora es un real vejestorio, así que termina de ejecutarla con una escopeta. Incapaz de renunciar a su empresa, Alvin se hace de una podadora John Deere usada, modelo 1966. Y comienza la odisea.

3. Hoy, C. amaneció de mal humor. Una historia fraternal lo acosa. Y creo que es hora de ofrecerle un par de six packs de la cerveza que más le guste.

19.4.09

J. G. Ballard (1930-2009)

Hace menos de una hora MP y yo estábamos en Gandhi, contemplando la foto familiar en la contraportada de la traducción de Miracles of Life (Milagros de vida, 2008), el inicio de la autobiografía de J. G. Ballard, libro del que me habló maravillas, apenas ayer o antes de ayer, mi amigo Bernardo Esquinca. Justo ahora, leo la noticia: Ballard ha muerto. Y es una pena.

17.4.09

Sin cabeza, sin cuerpo, México

En la portada de El hombre sin cabeza (Barcelona-México: Anagrama-Colofón, 2009), el libro más reciente de Sergio González Rodríguez, vemos la cabeza de un hombre sobre un plato. Una cabeza sin cuerpo, se entiende. Una cabeza sin hombre, pues. Se trata de la Cabeza de un hombre muerto (1991) de Joel-Peter Witkin, retrato hecho en México y que se antoja la imagen vidente de un futuro que nos ha alcanzado: hoy, aquí, ahora, época en la que ruedan las cabezas. El libro de González Rodríguez, inscrito dentro de la colección Crónicas de Anagrama, es un híbrido entre la memoria, el periodismo de investigación y la especulación socio-estética, uno de esos textos originales que llaman a la sorpresa y que no podemos dejar de leer. Todo comienza con una anécdota metafísica, una reflexión sobre la muerte que cede a un recuerdo familiar, y termina en las profundidades de una gruta. El texto recorre distintos parajes de México, desde Acapulco hasta Catemaco, pasando por los estados de Michoacán y Tabasco, con una escala obligada en Ciudad Juárez. Son los escenarios del espectáculo orquestado por el narco y sus carteles, allí donde se manifiestan los cadáveres y las cabezas sin amo, desprendidas de su ser, de su mando. Lección de realidad y de magia, El hombre sin cabeza recorre el mito y la verdad de los descabezados, además de trazar la peculiar geografía emocional y mnemotécnica de su animador, un escritor sin miedo y que lo ha sobrevivido todo, la cabeza aún atada al cuerpo. He aquí una notable alternativa a la novela, una muestra de prosa que de desmarca de lo habitual, una faceta luminosa de nuestras letras a pesar de la sordidez que la insufla de vida. Allí donde otros intentan novelar el narco, González Rodríguez abre la palma de la mano y nos muestra, sin las taras de lo burdo y popular, el estado de las/sus cosas, en un ejercicio espeleológico-narrativo sin parangón sobre el derrotero de nuestros días.

15.4.09

Wallander, pausa obligada

Hoy por la mañana terminé de leer la cuarta entrega de la serie Wallander de Henning Mankell: Mannen som log (El hombre sonriente, 1994). Para mi desgracia, la colección Maxi de Tusquets México no ha publicado más que esos cuatro primeros volúmenes, aunque en España ya aparecieron los siguientes dos. ¿Qué hacer? No mucho. Padecer el síndrome de abstinencia. Leer otra cosa. Ser paciente, como recomienda el propio Wallander cuando sus investigaciones llegan a un punto muerto. La calma chicha. Afuera hace calor. No como en Escania, que imagino siempre abatida por el mal clima. El frío. El viento racheado del norte. La nieve inminente. La límpidez gélida del sur sueco. El recuerdo de Baiba Liepa. Las tribulaciones de Kurt Wallander, cada día más humano.

13.4.09

Wallander y yo

El sábado, abatido por la gloria, terminé de leer Den vita lejoninnan (La leona blanca, 1993), de Henning Mankell. En esta tercera, voluminosa entrega, Wallander, más humano que nunca, se asoma a un abismo que termina por engullirlo. Todo comienza cuando le roban su colección de discos, evento que, ya se sabe, no es fácil superar. Al final de la novela, nuestro inspector de policía es un despojo; más que eso: un concentrado de depresión. Y así comienza Mannen som log (El hombre sonriente, 1994), que goza del mejor arranque de la colección, con un Wallander de pronto redimido, luego de un encontronazo consigo mismo. Y todo esto antes, mucho antes del nacimiento de Jack Bauer, al que uno no puede mirar, luego de vivir a Wallander, como una calca superlativa. No olvidemos que Wallander es un hijo de los años noventa del siglo pasado, nacido, a sus cuarenta y tantos, poco después de la caída del muro de Berlín, en una Suecia de pronto abrumada por el crimen y la globalización. Pero no digo nada. Mejor le sigo con El hombre sonriente, capítulo 10, página 257, y me curo la gripe.

9.4.09

Peras y manzanas (Davenport, Ruskin, Whistler)

Leo a Guy Davenport por primera vez, a pesar de haber tenido libros suyos entre mis manos en más de una ocasión, a lo largo de los últimos diez años. El otro día, guiado por el instinto, me hice de ¿Qué son las revoluciones? Y otros ensayos sobre arte y literatura (México: Libros Magenta, 2008), traducido, editado y prologado por Gabriel Bernal Granados. ¿Cómo describir la escritura de Davenport sino como luminosa, iluminadora? Su breve, concentrado ensayo sobre John Ruskin es una de las puertas más importantes que alguien ha abierto para mí. Cruzado el umbral, comprendo lo que he de leer ahora, lo que he de escribir --y cómo-- ahora. Aquí les dejo unas palabras de Davenport (Anderson, 1927-Lexington, 2005), tomadas de "La luz de los shaker":
Justo a la vuelta de la esquina de mi casa en Lexington, Kentucky, hubo para bien, durante cincuenta años, un peral y un manzano que habían crecido el uno alrededor del otro en una doble espiral. Durante los veinte años que caminé a diario enfrente de estos dos árboles, siempre se mezclaron en mis pensamientos, y siempre de manera benigna. Eran marido y mujer, como en el poema de Ovidio en el cual una pareja inseparable se convierte en sendos árboles colocados lado a lado en una existencia eterna. El peral y el manzano generaban en mi imaginación una curiosidad acerca de los mitos que nuestra cultura se ha contado a si misma sobre las manzanas y las peras. La manzana es el símbolo de la Caída, la pera de la Redención. La manzana es el mundo, la pera el cielo. La manzana es trágica. Una manzana dorada que primero fue un falso obsequio de bodas y luego el presente de un pastor a una diosa, comenzó la Guerra de Troya y todo lo que Homero registro en la Ilíada y la Odisea. La manzana que cayó a los pies de Newton también cayó en Hiroshima y Nagasaki en las cabezas de cohetes, esplendiendo con un fuego elemental que es, como la manzana de Adán y Eva, un detalle inocente de la creación si se le toca y todo el mal del que es capaz el hombre si se le arranca.

Anteayer, estos dos árboles entremezclados estaban en flor. Con cada estación, el manzano y el peral eran hermosos, en otoño con sus frutos, en invierno con su gracia desnuda, en verano un acertijo rotundo en verde, con dos tipos de hojas diferentes; pero en primavera siempre fueron una gloria de blanco, algo así como lo que siempre he esperado que parezca un ángel cuando lo vea. Pero no volveré a ver estos árboles jamás. Un contratista ha comprado la propiedad y cortó los árboles abrazados, en plena florescencia, con una sierra eléctrica; su aullido representa sin duda el idioma de los demonios, que equivale a cancelar la creación.

7.4.09

Senectud, Eastwood, Dávila

1. Ayer, MP y yo volvimos a ver Gran Torino, ahora en el cine y no en la intimidad de la cama, ante un monitor casi ínfimo. Clint Eastwood luce inmejorable en la pantalla grande, pronto a cumplir 80 años. La película me sigue pareciendo monumental y entrañable, poco convencional aunque dé la impresión de serlo. No. El valor de Gran Torino radica en que es políticamente incorrecta, ajena a los designios del statu quo. Pero no diré más y me contentaré con seguir tarareando la canción con la que concluye la película.

2. Antes de ir al cine, ayer también, conseguí un libro que llevaba tiempo esperando: los Cuentos reunidos, de Amparo Dávila, nacida dos años antes que Clint Eastwood. El libro, editado por el FCE, tiene un plus: sus páginas contienen un volumen de cuentos inédito, Con los ojos abiertos, fechado en 2008, aunque ya habíamos tenido noticia de su existencia varios años antes. No dudé en hacerme de la versión "cara" del libro, la edición de pasta dura, aunque ya tenía en mi haber las versiones individuales de Tiempo destrozado (FCE, 1959), Música concreta (FCE, 1964 --y no 1961, como se lee en el volumen citado--) y Árboles petrificados (Joaquín Mortiz, 1977), tres libros que me gustan mucho. Pensé que, con el paso de los años, Dávila habría pergeñado versiones aún más exquisitas de sus cuentos escritos en un pasado ya muy distante, medio siglo en el caso de los primeros, tres décadas en el caso de los últimos. Tristemente, no fue así. Pero, creo, la culpa no es de ella sino de sus editores. Los cuentos tardíos de Amparo Dávila parecen escritos antes de que debutara con el formidable Tiempo destrozado. Son ejercicios de escritura fallidos, cuentos predecibles y de estilo deslavado. Están allí, sí, los temas que animan su obra previa. Pero nada más que eso. Supongo que, por lo mismo, Dávila se mostraba reticiente a publicarlos --como puede leerse en una entrevista con la autora, realizada por Vivian Abenshushan y aparecida en el primer volumen de Cuaderno Salmón--, aunque la tentación de ver su obra reunida bajo el sello del FCE, no lo dudo, terminó por convencerla de sí hacerlo. Pero, como dije antes, no la culpo a ella, que venía de un largo encierro --en un sentido editorial--: treinta y dos años de no publicar nada. No. Cúlpese a sus editores, cuyo ánimo no fue enciclopédico --preservar toda la obra de una autora bajo las tapas del mismo volumen-- sino mercadológico --ofrezcamos una obra inédita, anzuelo inmejorable para alzar las exiguas ventas de una autora cada vez menos secreta--, todo menos pecata minuta. Cúlpese a los editores, además, de haber descuidado la corrección de los mentados cuentos: hay un trío de erratas imperdonables, que no reproduciré aquí por pudor ajeno. ¿Merecía esto Amparo Dávila? Me temo que no, pero el daño está hecho. ¿Era necesario sacar a la luz esas pocas páginas, apenas 50 de un volumen de 250? No. Mejor hubiera sido publicar los tres volúmenes ya conocidos, cobijados por las mismas tapas y algún ensayo introductorio notable, a manos de alguna persona entendida en la obra de Amparo Dávila. Pero no. Lápida más que novedad, los Cuentos reunidos de Amparo Dávila nos muestran que hay autores discretos que no publican más por razones evidentes. Leámosla, sin embargo, concentrémonos en esos tres libros que sí valen, y mucho, la pena. Celebremos el medio siglo de Tiempo destrozado y los 81 años de nuestra autora, aún entre nosotros.

4.4.09

Baiba Liepa, Mankell, Letonia

Anoche terminé de leer la trepidante segunda entrega de la serie Wallander de Henning Mankell, Los perros de Riga (Hundarna i Riga, 1992), en la que nuestro inspector de policía viaja dos veces a Letonia, una invitado por la policía local para ayudar a la resolución de un crimen, otra de incognito para... No quiero arruinarles la lectura, así que mejor sólo les hablaré de los amores de Wallander. Está su ex esposa, Mona, que en esta novela apenas se menciona. Está la evasiva fiscal Anette Brolin, que aquí también figura muy poco. Y, finalmente, está Baiba Liepa, que más que un rostro o un cuerpo es un nombre, una letanía que se repite obsesivamente a lo largo de la novela y de la que Wallander queda prendado y por la que resuelve, no sin balas de por medio (ninguna disparada por él) un crimen y un misterio y devela la precariedad del tercer mundo europeo. Pero, ¿cómo es Baiba Liepa? No deja de ser curioso: Mankell nunca describe, más que parcialmente, a las mujeres que relata. De una sabemos que tiene los labios muy pintados de rojo, por ejemplo, pero ignoramos cómo serán sus ojos. ¿Cómo son las mujeres que le gustan a Wallander, las que desatan lo platónico de su ser? Difícil saberlo. Es muy probable que sean como las mujeres que habitan el imaginario de sus lectores, nosotros, que vemos en Baiba Liepa a nuestra más querida. Algo así. Y ya no digo más, que me espera la tercera entrega de la serie...

1.4.09

Wallander, Mankell, Escania

Hoy terminé de leer Asesinos sin rostro (Mördare utan ansikte, 1991), la primera entrega de la serie Wallander de Henning Mankell (Estocolmo, 1948). Allí donde El chino es una novela nutrida, con varias tramas y capas de información y prosa, esta novela muestra al escritor sueco en una faceta muy distinta, aunque idénticamente negra en intenciones: Kurt Wallander, su protagonista, habita la región de Escania, es invierno, a un paso de la nieve, y todo llama a una austeridad concentrada. La primera vez que vemos al policía, éste despierta de un insasible sueño erótico con una mujer negra. Nos enteramos que su vida es un desastre. Y, de pronto, debe resolver un crimen atroz: el asesinato híper violento de un par de ancianos granjeros. Mankell es un notable depurador del lenguaje y de la rebaba habitual de los best sellers. La trama de la novela sucede, a ratos, en tiempo real, aunque, de pronto, en un párrafo ínfimo pueden transcurrir semanas; y meses. Y más allá del caso en cuestión, lo que Mankell construye es el carácter y la geografía emocional de Kurt Wallander, personaje literario entrañable en donde los haya. "Hay un tiempo para vivir y otro para estar muerto", piensa Wallander al comienzo y al final de la novela, en una elipsis adictiva que, apenas alcanzado el punto final, nos hace abrir el siguiente libro de la serie...