24.10.08

La vida en Tlalpan, 1 (Ahora sí)


0. Nos hemos mudado, ahora sí (fecha oficial de mudanza: 19 de octubre). Hoy, finalmente, pudimos conectarnos a la red. Así que iniciaré con La vida en Tlalpan.

1. La calle es apacible, estrecha en algunos tramos y no tiene banqueta. Una vieja calle de pueblo. Estamos a 10 minutos del corazón del centro de Tlalpan, bajando por Juárez y dando vuelta a la derecha en Victoria. Hemos gozado ya de las delicias del mercado, cuyas frutas y verduras comemos a diario, además de una cecina excepcional.

2. Hoy descubrí que, subiendo por Abasolo y luego por Cantera, llego a Insurgentes, entre las estaciones La Joya y Santa Úrsula del Metrobus. Mientras que al interior de la colonia todo es un pueblo, en Insurgentes todo tiene el disfraz del primer mundo. Ya se sabe: Starbucks, Sanborns, McDonalds, Bodega Aurrera y anexas.

3. La casa ya está casi del todo montada. Joe el gato y la perra Lola parecen llevarse bien. Los niños están contentos. Nosotros también. Hay rosas, camelias y otras flores que desconozco en el jardín. Tres árboles de mandarina. Musgo aquí y allá. Ahora, el sol entra por la ventana del estudio. Espero a que MP regrese.

4. So far, so good. Ahora, a proseguir con la mudanza.

5. Así la vida en Tlalpan, así las cosas.

9.10.08

El desmarcado


Hace poco menos de diez años, mi primer editor me dijo "Hay libros que abren (y cierran) puertas". Tras esta sentencia, me tendió una amplia obra: La cuarentena (Barcelona: Tusquets, 1998), de J. M. G. Le Clézio, quien hoy ha sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura. La portada era, sin lugar a dudas, un muy buen umbral: la costa de lo que imaginamos una isla, todo en tonos amarillos. Comencé a leer el libro. Y no lo solté. Novela de aventuras y búsqueda literario-genealógica quintaesencial, La cuarentena, comprobé, era, y es, uno de esos libros que, como quería Aurelio Major, "abren puertas". Es decir: abren puertas a la literatura. A la creación futura. Y no dudo que mucho de lo que escribió Le Clézio haya tenido impacto en mi (en ese momento postergado) propio proceso creativo. En fin. Una década después, el Nobel a Le Clézio. Autor casi desconocido (decidió fugarse de la vida literario-editorial parisina: la detestaba), J. M. G. emigró. Vivió, entre otros países, en México (tiene un libro llamado El sueño mexicano, publicado bajo el sello del FCE; la versión francesa me miraba desde los estantes de la biblioteca de mis padres) y en Estados Unidos, en donde terminó de hacerse experto en culturas mesoamericanas. Es, sí, un autor muy cercano a nosotros. Y no deja de ser curioso que la prensa, tan idiotizada por las novedades editoriales y los nombres elegidos de los grandes grupos, no sepa bien qué hacer con él, con su obra, ni a quién entrevistar. Así pasa con los desmarcados y con la literatura más verdadera, que, casi siempre, no son carne mediática. No. Abren puertas, eso sí. Así Le Clézio, así las cosas.

5.10.08

La vida en Tlalpan, 0


La mudanza es inminente: si todo sale bien, MP, los niños, las mascotas y yo nos mudamos a la casa que encontramos en el centro de Tlalpan el próximo sábado. Decido, entonces, cambiar un poco la naturaleza de este blog, cuyo epicentro natural será el antiguo pueblo en el que ahora viviremos.

Palabras preliminares: descubro que Tlalpan quiere decir "lugar de tierra firme" (del náhuatl tlalli: tierra, y pan: sobre). El pueblo se encontraba "lejos" de la laguna y era la primera escala que uno hacía si iba al sur de Tenochtitlan, por lo que ahora conocemos como Calzada de Tlalpan. Para llegar a Tlalpan, leo en un sumario sobre la historia de la localidad, se debía cruzar el "mal país", es decir, lo que hoy es el Pedregal.

El glifo con el que se representa a Tlalpan muestra un pie, símbolo explícito de "pisar tierra firme", rodeado por ocho puntos: las ocho poblaciones que conformaban la demarcación originaria de la colonia que ahora lleva el código postal 14000.

Así los pasos sobre tierra firme, así las cosas.

2.10.08

El comunista en el centeno (fragmento)


Pensar el 68, hoy, implica hacer un nuevo ejercicio utópico --ahora que se nos invita a consumir en lugar de a crear--, levantarse de la cómoda tumbona del presente y trasladar ese pasado, inmediato, al futuro, a los desmarcados de la avanzada.

Pero quizás, hoy, es más cómodo ser una efigie de sal, petrificada en el presente, la mirada vuelta atrás y no adelante, allí, adonde el futuro espera a ser alcanzado.

¿Qué decir, pues, del 68, hoy, alcanzado el futuro que no es otra cosa sino un presente deslavado, inocuo, pervertido por la victoria ulterior del capitalismo y las formas de consumo impuestas por la nueva Roma americana, la misma que censuró sus propios brotes de rebelión --asesinó y acalló a MLK, al otro Kennedy, a las voces surrealistas que hacían de California una utopía alcanzada--, un año antes de que la imaginación tomara las calles de París?

Decirlo todo, levantarse de nuevo, resistir a los embates de la realidad impuesta por el entorno, construir un orden social distinto, alternativo a los designios neoliberales y tecnócratas, vacíos de imaginación, rellenos de capital.

Resistirse, pues, a la simulación de que el presente lo es todo --cuando no es más que regodeo en el pasado, incapacidad de romper con lo establecido a priori y no cuestionarlo por miedo a perderlo “todo”--, de que no hay cabida para el futuro, de que ser es consumir.

Resistirse, es decir, imaginar lo imposible. Y demandarlo. Decirlo.

Decir que la clase media cedió a la venda en los ojos, a la mortaja en la boca, a lo política, liberalmente correcto y no al paliacate rojo anudado al cuello.

O mejor no decir nada.

Mejor callar, como Robert Linhart.

Y ser elocuentes en nuestro mutismo.

Así el silencio, así las cosas.

[El texto completo, dedicado a Robert, aparece en el número 298 de Istmo.]