20.4.09

Encuentros, desencuentros, Alvin Straight, hermandad

1. Fue el mejor de mis fines de semana, fue el peor de mis fines de semana. Parafraseo, a la vez, a Dickens y a mi muy querido amigo, hermano en realidad, C., con el que pasé la tarde-noche del sábado, luego de una visita urgente a una librería en pos de Villospår (La falsa pista, 1995) quinta entrega de la serie Wallander de Henning Mankell (y que ahora, por fin, leo, luego de un intolerable cold turkey wallanderiano). Cuando llegué a su departamento en Polanco, su hogar matrimonial en el que nada más estaban él y Rothko, su fiel schnauzer salpimentado, se escuchaba la majestuosa voz de Gillian Welch, cuyas canciones sirvieron de telón de fondo a nuestra conversación. No sé cuántas cervezas nos bebimos (un par de six packs de Heineken, según C.), sólo sé que cuando salimos a pasear a Rothko yo me sentía ligero y no abrumado ni entumecido por el alcohol. En algún momento pasamos frente al Pujol y recordé una cena pendiente, una promesa que deseo saldar pronto. Dejamos a Rothko de vuelta en el departamento y nos fuimos a cenar. Queríamos comida japonesa pero el Murakami estaba cerrado, así que acabamos en un lugar que, esa noche, me pareció infame y prefiero no mentar. Nuestros oídos fueron perforados por una gaita mal ejecutada por un individuo, parado a la entrada del pub irlandés que estaba junto al restaurante elegido. Cenamos sin más, sordos, y cada quién se fue a su casa. Cuando llegué a Tlalpan, todos, menos Mina, dormían. Y caí abatido.

2. Ayer conseguí atender mi antojo de comida japonesa. MP y yo fuimos al Taro, nuestro restaurante de cabecera. No nos aventuramos a pedir ningún platillo nuevo; comimos lo habitual, morosamente. Durante la comida recordé, luego de mencionar las películas de Walt Disney (los filmes que distribuye Disney, en realidad), The Straight Story, la película más rara y más normal de David Lynch. Supe que teníamos que verla, así que fuimos a buscarla al supermercado-librería más prominente de Miguel Ángel de Quevedo. No tenían el dvd, pero nos lo conseguían por algo así como 400 pesos. Para nuestra fortuna, el dvd estaba en el Blockbuster de al lado --una renta de 40 pesos--, una copia impoluta que, creo, fuimos los primeros en ver, pasada la tarde. Descubrimos que la película cumple una década de haber sido estrenada, así que verla fue una suerte de celebración. La historia es sencillamente maravillosa: un anciano recibe la noticia de que su hermano sufrió un infarto. Luego de un silencio prolongado, Alvin Straight decide emprender una odisea íntima: recorrer cerca de 600 kilómetros, de Iowa a Wisconsin, para visitar al hermano con el que lleva 10 años peleado. Incapaz de manejar un coche (tiene mala vista y, por lo mismo, no posee una licencia válida para conducir), construye una casa móvil que es jalada por una vetusta podadora de pasto. En su primer intento, Alvin falla: la podadora es un real vejestorio, así que termina de ejecutarla con una escopeta. Incapaz de renunciar a su empresa, Alvin se hace de una podadora John Deere usada, modelo 1966. Y comienza la odisea.

3. Hoy, C. amaneció de mal humor. Una historia fraternal lo acosa. Y creo que es hora de ofrecerle un par de six packs de la cerveza que más le guste.

2 comentarios:

Libia dijo...

Parece que siempre que pongo comentarios en tu blog es para decir "me gusta" o "estoy de acuerdo", al menos es la pura verdad. The Straight Story fue, durante años, mi película favorita. La fotografía, la música..., pero, esencialmente, es una película que me llena de esperanza. El viaje de Alvin está lleno de tropiezos -literalmente-, pero muestra la grandeza que cabe en un gesto simple de solidaridad (las varas atadas que deja la chava como mensaje lo prueban) y eso me hace pensar que los seres humanos, a pesar de ser tontísimos, valemos la pena. Siempre que pienso en esa peli de Lynch, me da gusto ser persona.

María (ahora en paz) dijo...

:( Mchuick, gatito...