Para Andrés Neuman, cuyo luto comparto
No sé si sea el mejor momento para escribir esta entrada, pero no puedo evitarlo. Estoy conmovido. Escucho el final del quinto concierto de Brandenburgo de J. S. Bach. Hace un par de horas me avisaron de la muerte de la madre de un amigo querido. Me contiene un estado de rara y agridulce melancolía. Estoy amenazado, como quería Borges. Termino de leer Diary of a Bad Year, de J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940), al final de un año que parecía ser uno de los peores que recuerdo, pero que, en el umbral de su invierno, se perfila como el mejor de mis 37. Y pienso en la búsqueda de la verdad, en las reflexiones que tuve luego de ver Gone Baby Gone de Ben Affleck, y la lectura del libro de Coetzee me las comprueba. Así que, a pesar de todo (y gracias a todo), escribo. Comienza el sexto concierto de Brandenburgo y cito, como preámbulo, un párrafo del libro:
Dividido en dos partes, Diary of a Bad Year es el libro de reflexiones duras y suaves de un reconocido escritor que ha dejado las novelas por las opiniones, por su sucinto registro de lo que a él le parece verdadero tras su paso por este mundo. "Strong Opinions", el primer apartado, es el libro editado por un sello alemán: coyunturales casi todas, se trata de las opiniones de un desmarcado de la sociedad, una suerte de "pesimista anarquista" que actua desde la quietud. "Second Diary", el segundo apartado, es la reunión de los apartados que no entraron en el libro, los argumentos suaves en los que el escritor habla, entre otras cosas, de su amor por los animales, de los clásicos literarios, de Dostoievski, de Tolstoi y, claro, de Bach.
La mejor prueba que tenemos de que la vida es buena y, por lo tanto, de que al final del día quizás existe un Dios que guarda nuestro bienestar en su corazón, es que a cada uno de nosotros, en el día que nacemos, se nos ofrece la música de Juan Sebastián Bach. Se nos ofrece como un regalo, no ganado, no merecido, gratuito.
[The best proof we have that life is good, and therefore that there may perhaps be a God after all, who has a welfare at heart, is that to each of us, on the day we are born, comes the music of Johann Sebastian Bach. It comes as a gift, unearned, unmerited, for free.]
Pero, más allá de las opiniones vertidas en ambos apartados, sucede una historia, un breve relato narrado a dos voces: aquella del escritor –Juan o el señor C– y aquella de Anya, una filipina bien hecha, vecina del escritor, que se convierte en una secretaria sui generis. Así, cada página del libro está dividida en tres: arriba, las opiniones; en medio, la voz de C; abajo, la voz de Anya. Un primer asomo al libro da la idea de una lectura difícil, sin embargo, los apartados son tan breves que no hay problema alguno y cada lector puede leerlos como mejor le plazca: parte por parte o simultáneamente (esto último fue lo que este lector hizo).
De entrada, el libro es atractivo. Las opiniones de C son todas compartidas. Claras, sucintas, sin paja. Un elevado sentido común ante el caos del mundo actual, la victoria del mercado sobre lo político y lo humano, en fin, una serie de lugares comunes bien engarzados. También es atractiva la historia de Anya y C, la aparición de ella ante sus ojos, el deseo senil y caballeroso que anima al escritor a invitar a su musa al escritorio. Y la amenaza: el novio de ella, un cínico que deambula por el mundo como por la selva, homo lupus homini.
Algo pasa a mitad del libro, cuando comienza el segundo apartado, que la atención se distrae y el libro parece desbarrancarse, caer en un abismo del que será difícil sacarlo entero. Pero el truco dura poco. De pronto, el texto revive: descubrimos que quien narra no es otro sino J. M. Coetzee mismo, el autor de Waiting for the Barbarians, el premio Nobel, nuestro héroe. Es él tal y como se verá en unos años, solitario en un multifamiliar moderno de un lugar poco ilustre de Australia, escribiendo libros por encargo para editoriales alemanas, receptivas a sus opiniones, y no para editoriales anglosajonas, insensibles ante su "anquilosada" cosmovisión de corte "humanista" y, sí, "europea".
Allí donde Coetzee parecía enredarse con la creación de Elizabeth Costello, protagonista del conjunto de conferencias del mismo nombre y musa enrarecida de Slow Man, aquí sale muy bien librado (es él mismo quien habla, sin máscara ni disfraz ni cambio de género) y confiesa que ya no sabe escribir novelas, que quizá nunca supo hacerlo (sí que lo supo), que para eso están sus dos maestros, Dostoievski y Tolstoi, los verdadeos clásicos que aún lo conmueven y que todvía son sacados de los libreros por millones de manos, ajenos al veleidoso mercado y a la oportunista academia. Estamos, sí, ante el último libro de Coetzee, una especie de largo epitafio o de confesión ante el adelantado lecho de muerte.
Antes de llegar al punto final, pensaba llamar a esta entrada "De Coetzee y la senectud". Pero no, nada más alejado de eso que el sentido de Diary of a Bad Year, una memoria en clave, unas confesiones románticas a destiempo (en un amplio sentido: salvo que Coetzee se suicide o renuncie a escribir, se tratará, en efecto, de su último libro; temáticamente, se puede tachar a nuestro autor de anticuado o de idealista consumido por el embate de la cruel realidad). Otra cita:
Nunca he sentido con agudez los placeres de la posesión. Me cuesta mucho trabajo pensarme como el dueño de algo. Pero tiendo a meterme en el papel del guardián y el protector de lo no amado, de lo no amable, de lo que otras personas desprecian o rechazan: viejos perros con mal carácter, muebles feos que han sobrevivido tercamente, automóviles al borde del colapso. Es un papel al que me resisto; pero, de vez en cuando, el atractivo mudo de lo no deseado vence a mis defensas.
El prefacio de una historia que jamás será escrita.
[The joys of possession I have never felt very acutely. I find it hard to think of myself as the owner of anything. But I do tend to slip into the role of guardian and protector of the unloved and unlovable, of what other people disdain or spurn; bad-tempered old dogs, ugly pieces of furniture that have stubbornly stayed alive, cars on the edge of breakdown. It is a role I resist; but every now and then the mute appeal of the unwanted overwhelms my defences.
A preface to a story that will never be written.]
Y, sin embargo, hela aquí, la tenemos ante nuestros ojos: se trata de Diary of a Bad Year, que no es una novela y, por lo tanto, es una historia no escrita. Su personaje secundario, Anya, es una mujer hermosa, aunque no es deseada como merece ser deseada: es un cuerpo, carne para los lobos que depredan nuestro mundo. Sólo C o Juan o Coetzee sabe cómo desearla, y ella cae en cuenta de ello, pasado un difícil trance. Compasiva y, al final, su real admidarora, se ofrece a acompañarlo en su viaje en parca hasta el umbral del no-ser-más en esta tierra. Es todo lo que hay, es todo lo que puede esperarse. Eso y abrir los oídos a Bach, escuchar las voces creadas por Dostoievski, maravillarse ante los clásicos como Tolstoi, encontrar solaz en el mundo natural, ser compasivo, amar las cosas no amadas, no amables, dar la otra mejilla gracias al portador del fuego que es J. M. Coetzee.
2 comentarios:
Leo tu post con interés. La vida sería otra sin Bach, no hay duda. Me entusiasma Coetzee, tengo en lista de espera Disgrace... y bueno, Tolstoi es uno de mis cuenteros favoritos de todos los tiempos, junto con Poe y Kipling. Pena por los que se van aún sin conocer a Neuman.
un abrazo... nacho m.
Coetzee es maravilloso. Leeré el libro (Youth es mi favorito). La primera cita de Bach me recordó algo que el filosófo Agamben decía acerca de la felicidad; ésta no puede ser alcanzada por nostros por medio del esfuerzo, no podemos luchar por ella, es siempre inmerecida, un regalo que alguien más nos da... Ordeno mis ideas y paso la referencia, es un gran texto.
Saludos
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