20.8.07

Mis balcones vacíos

Hoy sucedió algo que despertó mi recuerdo. Un par de recuerdos, en realidad. Hoy, la vecina de abajo (en realidad, la sobrina de mi vecino, una alemana de paso por México) se quedó encerrada en su balcón. Las puertas que dan a los balcones de estos departamentos sólo se abren desde adentro, debo anotarlo. El caso es que la amiga de la sobrina de mi vecino tocó a la puerta. Al interfón, en realidad. Había visto a su amiga en el balcón, había regresado a casa, no tenía llaves. Bajé a abrirle, subimos al departamento, salimos al balcón (a mi balcón, se entiende, arriba del balcón-cárcel) a ver a su amiga. Hablaron un poco. Bajamos e intentamos abrir la puerta del departamento, sin éxito. Salí a la calle en pos de un cerrajero, aquí a unos pasos. El cerrajero me dijo que iría al edificio en 15 minutos. Regresé. Le dije a la amiga de la sobrina de mi vecino que subiera a la casa, a mi balcón, para platicar con su amiga encerrada, y trabajé hasta que llegó el cerrajero. Llegó el cerrajero (media hora más tarde). Abrió la puerta del departamento de abajo. Liberamos a la amiga encerrada en el balcón. Despedimos al cerrajero. Bebimos una cerveza. Y, mientras bebíamos y platicábamos, yo pensaba en mis otros balcones, vacíos en mi memoria. El primero es En el balcón vacío (1961), una película de Jomí García Ascot. Jomí era padre de unas compañeras de la primaria, y organizó una proyección de su filme en casa de mis padres, hacia 1976 o 1977. Es la primera experiencia cinematográfica que recuerdo. Y es curioso, porque muchos años después conocí a un par de sus protagonistas, las hermanas García Bergua. Hay un balcón de pronto vacío. Es todo lo que recuerdo. Pero también recuerdo el par de balcones que hay en casa de mis padres, la casa en la que crecí, en la que viví hasta los 23 años. Ellos aún viven allí, aunque ya no es mi casa, una casa vacía de mí. Regreso a los balcones, sin embargo. Un día, el cuarto de mis padres se cerró por dentro. Nadie se quedó encerrado, más que la habitación en sí. Mi madre, valiente, pasó del balcón de mi cuarto al suyo, un acto heroico que me pareció trascendental en extremo. Tanto que decidí fundar un periódico dedicado a los eventos extraordinarios que, a partir de ese día, tendrían lugar en mi casa (mi antigua casa). Hice de reportero, entrevisté a mi madre, creé la primera edición del Diario de la familia Miklos. Pero nada. Al día siguiente no ocurrió nada excepcional. Y comencé a escribir ficción. Así las cosas con los balcones. Mis balcones vacíos. ¿Ya me puedo ir?