30.3.09

Corazones negros

"Acción", murmura John Wilson y la película de la que él es protagonista termina, dejamos de ver su rostro y, como fondo de los créditos, contemplamos un atardecer en la sabana africana. Así acaba White Hunter, Black Heart (1990), obra maestra de Clint Eastwood que emula el proceso creativo-obsesivo del director John Huston. Todo comienza en Inglaterra. Un hombre de chaqueta roja cabalga raudo, mientras un avión lo sobrevuela. La nave aterriza, el hombre llega a una mansión. Allí, dos hombres se encuentran: un director de cine y un escritor. Hay un proyecto en puerta: filmar una película en África. Y allí viajan ambos creadores. Pero Wilson, más allá de la película que habrá de filmar, tiene un deseo que pronto deviene obsesión: cazar un elefante enorme, cuyos colmillos, monolitos de marfil, llegan al suelo. El equipo de filmación queda a merced de la búsqueda de Wilson. Su amigo, el escritor, lo increpa luego de monologar sobre la belleza y el caracter de dioses de los elefantes: "Matar un elefante es un crimen." Wilson no se vuelve a verlo, replica: "No. Matar un elefante no es un crimen: es un pecado. Un pecado para el que uno tiene licencia." Entonces sí se vuelve a mirar a su amigo: "Dudo que me entiendas." La mirada de Wilson regresa al frente, a esa ninguna parte donde se encuentra la presa evasiva, veleidosa, que lo distrae de todo. Y dice: "Yo tampoco me entiendo." Para saber qué ocurre con Wilson y el elefante tendrán que ver la película, aunque ya les haya relatado el final. Así es Clint Eastwood: sus películas se ciñen poco a los derroteros comerciales de Hollywood y se apegan al discurso de la vida real, antes, mucho antes, de que el director diga, murmure "Acción".