
31.3.09
30.3.09
Corazones negros

26.3.09
Don't Stop Believin'

Some will win, some will lose
Some were born to sing the blues
Oh, the movie never ends
It goes on and on and on and on
Journey, "Don't Stop Believin'"
Some were born to sing the blues
Oh, the movie never ends
It goes on and on and on and on
Journey, "Don't Stop Believin'"
Manejaba hacia Santa Fe hoy por la mañana, presa del tráfico, cuando me vinieron a la cabeza las últimas palabras de la novela que escribo. Concebí, pues, el final de la narración y, mentalmente, me puse a escribir de atrás hacia adelante. Glorioso momento. Contento, puse uno de tantos cds que he quemado recientemente. Comenzó a sonar "Only the Young", de Journey, seguida de "Don't Stop Believin'". Pensé en ese extraño lugar, New Jersey, cuna de Bruce Springsteen y del mentado grupo, con Steve Perry a la cabeza. Pensé en Jersey City, la ciudad que contempla Manhattan como el escenario donde sí suceden las cosas. Y pensé, finalmente, en Tony Soprano y compañía, en ese otro final, el último episodio de The Sopranos. Recordé el momento en el que comienza a sonar el piano, luego la guitarra, la explosión de la batería, la voz de Perry, esa mezcla rara de hard pop que es Journey. Luego me vino a la cabeza una escena de la que fui testigo, en una casa de Satélite, más allá del DF, nuestra propia Jersey City. Un grupo de amigos ponían en la tornamesa el Escape. Comenzaba el mismo piano, la misma guitarra, la misma batería como un trueno súbito. Un amigo retó al otro: canta cada una de las palabras del disco. Para mi sorpresa, el tipo en cuestión se sabía, íntegras, las letras del Escape. Vaya rito, pensé entonces. Y ahora veo a Tony y su familia en un diner de Jersey. Crece la tensión. La canción in crescendo. De pronto, "Don't stop" y todo se va a negro. Silencio. Nada más que eso. Todo eso.
23.3.09
Mankell en chino


21.3.09
Saltillo, El Porvenir, Parras

18.3.09
Naturaleza, Tempestad, Malick


13.3.09
Laika, Mina, Manjarrez, Aguilar Mora


10.3.09
Concorde

3.3.09
Nuit et brouillard

1.3.09
Men on wire, Petit, Kafka, Klein

La primera vez que tuve noticia de Philippe Petit fue en el sótano de la librería Strand, en Manhattan, a donde M&M y yo habíamos acudido en pos de saldos y demás curiosidades literarias. Mi amiga se emocionó cuando encontró el libro: la historia de Philippe Petit, el hombre que había cruzado de una torre gemela a la otra (y de regreso: ocho veces en total durante 45 minutos), el 7 de agosto de 1974, sobre una cuerda floja (un cable, en realidad). Hacia tres años que las torres no estaban más allí –M, desde Brooklyn, había sido testigo de su destrucción– y la proeza de Petit la llenaba de nostalgia. Hace un mes, mi amiga me conminó a que viera Man on Wire (2008), documental de James Marsh que retrata el performance de Petit, su andar en las alturas, a 450 metros del suelo. La película es, sin más, bella y emocionante y me hace pensar en Kafka:
Voy a la deriva. El camino verdadero pasa por un alambre que no está tendido en lo alto, sino muy cerca del suelo. Parece hecho más para tropezar que para andar por él.Pienso, también, en Guy Debord y los situacionistas, en la obra de arte que se desvanece en uno que le da sentido –y que es, entonces, imposible de preservar en un museo–, así como hiciera Petit aquella mañana del verano de 1974, un día antes de que yo cumpliera cuatro años. Petit ejecutó su sueño y, apenas pisó tierra, su sueño –la realidad más preciada– se desvaneció para siempre, vino la fama y todo se transformó en espectáculo, irreal.
Pienso, luego y sin más palabras, en Yves Klein y su efímero Saut dans le vide (Salto al vacío, 1960):

Suscribirse a:
Entradas (Atom)