Esta entrada es para MP y para JM, quienes me han abierto sus puertas.
Hace tiempo, seis años tal vez, escuché una pieza que me hizo sentir una plenitud aún no alcanzada. Es decir, escuché la pieza y deseé sentirme así, como la música que escuchaba. Pero, entonces, hace seis años, no me sentía así. La pieza se llama "Come In!" (1988) y es del ruso Vladimir Martynov (1946), quien se la dedicó a sus intérpretes: los violinistas Gidon Kremer y Tatjana Grindenko, quienes a su vez la interpretan acompañados por la Kremerata Baltica en el disco Silencio (tal cual, en español, es el título del disco, que además contiene Tabula Rasa y Darf Ich, de Arvo Pärt, y Company, de Philip Glass, compuesta para la adaptación teatral de la obra del mismo título, basada en la narración de Samuel Beckett; dato curioso: el día que compré el disco de la Kremerata Baltica, compré también, sin saber que guardaban una relación, el libro de Beckett. Otro detalle: las fotos del libreto de Silencio son de William Clift, como la que uso en esta entrada). "Come In!" consta de seis movimientos y su leitmotiv es una puerta a la que se toca. Aquí lo que dice Martynov al respecto:
One ancient hermit said to his disciple: "Strive to enter the inner cell of your soul and there you will behold the heavenly cell. Both are one: you enter them by the same door. The staircase to Heaven is inside you: it exists secretly in your heart."
And it is true:
Our whole life is but an attempt to find this miraculous entrance.
All our deeds are but a timid knocking on this mysterious door.
All our hopes are to hear, one day, perhaps, a voice that would respond: "Come in!"
For it is said: "Knock and you will be let in."
He escuchado esta pieza varias docenas de veces. Y, hoy, puedo decir que, finalmente, me siento así, como esa música que tanto me gusta. La llevo dentro. Toqué a la puerta. Y la puerta se abrió.
Hoy, a 20 años de que Martynov compusiera "Come In!", MP y yo fuimos a ver Ostrov (2006), película del también ruso Pavel Lungin (1949) que en México se exhibió bajo el título de Exorcismo, aunque en realidad es La isla. Hacia el final, cuando la bella parábola que retrata Lungin se consuma, descubrí que la música sonaba muy parecida a la de Martynov. Más que parecida, en su momento podía afirmar que lo que escuchaba era una versión condensada, y adaptada a la luz y al tono de la película, de "Come In!". Hace un momento, descubrí que, sí, la música de Ostrov es de Martynov. Y claro, con esos paisajes, con esa luz retratada, con esa gran historia del padre Anatoli y su fe sin tapujos, ¡de quién más podría ser! Alguien toca a una puerta. Y esa puerta se abre. Así podría resumir Ostrov. Y la vida. Pero no digo nada: anden a ver Ostrov, háganse de una copia de Silencio de la Kremerata Baltica, escuchen la pieza de Martynov. Toquen a la puerta.
4 comentarios:
Leo en el blog de unos amigos, justo un momento antes de entrar a tu blog, una cita de Ratzinger sobre la Navidad:
"El niño toca. Si qusiéramos recibirlo hemos de repensar profundamente nuestra propia actitud hacia la vida humana. Estamos lidiando aquí con lo fundamental, con nuestra idea misma de lo que significa ser humano: vivir en pleno egocentrismo o en la confiada libertad de quien sabe que su vocación es estar unido en el amor, para ser libre de aceptar a los demás".
Hermosa entrada mi amor (love u endlessly y recuerda al P. Anatoly de cuando en cuando)y maravillosa cita, Memo. ¡Ya déjate ver! ¿no?
Ostrov, junto con Casablanca, es mi película favorita...
La pasaron hace más de un año en uno de esos festivales de Cinemex... Y me hizo llorar.
Sí, véanla, todos... Todos los días de preferencia
Luego de tales recomendaciones, habrá que verla.
A seguir tocando las puertas de la percepción.
Saludos,
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