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Hace 22 años compré mi primer cd, Forever Young de Alphaville, incluso antes de tener un aparato para reproducirlo. Poco a poco, mi colección fue creciendo. Hasta el jueves por la tarde, cuando entraron a robar a mi casa. Mi colección de cds fue diezmada en un instante. Cuando llegué al departamento, por la noche, encontré la puerta abierta. El gato lloraba. La cerradura destrozada, la luz encendida. Lo primero que vi fue el anaquel de mis discos: casi del todo vacío. En el estudio faltaban tres o cuatro cajas llenas de discos aún. No más cds. Los ladrones no se llevaron los discos del anaquel de música clásica, sin embargo, aunque varios discos de dicho rubro estaban desperdigados aquí y allá, mezclados con el resto. Los ladrones cogieron algunas pilas de discos que estaban en el librero; otras, no. Se llevaron, también, mi cámara fotográfica, buena parte de mis dvds, dos laptops muertas en sus estuches y un celular viejo. Nada más que eso. Nada más que una historia de 22 años depositada en mi colección de cds, trasladada por los ladrones a mi vieja maleta negra (que me acompañó de ida a Londres; y de regreso). Hoy que la música es casi etérea (nada más etéreo que un mp3), he decidido no comprar más cds. Veré cuáles me dejaron ellos, que allanaron mi casa el jueves por la tarde. Sé que no se llevaron el Heartbreaker de Ryan Adams: ése me lo llevé yo el jueves por la mañana, lo escuché en el coche durante todo el día. Me pareció perfecto. Un disco inagotable. Hoy, camino a la oficina, lo escuché de nuevo. Lo escucharé muchas veces más, hasta superar el impacto del robo. En una de las canciones de Adams, la frase "Steal my records." Y así fue. Cómo negarlo: hay un vacío en mí, otro en mi historia, como si me hubieran robado buena parte de mis diarios, de mis recuerdos trasladados más allá de la memoria. 22 años: no más. Así las cosas.