2.4.10

La vida con Anna, 5 (Días de guardar)

Hace once años, Viernes Santo, me atropellaron. Fue un accidente aparatoso del que salí, raspones más, raspones menos, ileso. Esta Semana Santa, he sufrido otra clase de atropellos, desde la humillación de realizar un trámite que me llevó dos veces a la delegación Benito Juárez, cuatro veces a la Tesorería y muchas veces más a Office Max a sacar copias para la insaciable burocracia, hasta el maltrato de un insolente colega de trabajo (hay gente que parece no respetar el profesionalismo ni la seriedad y que, confundida, procede al insulto disfrazado de broma). Un vía crucis íntimo, pues, muy ad hoc con los días que corren. Nada grave, finalmente, menos grave cuando cada mañana abrimos el ojo --mejor aún: el oído-- para descubrir a Anna junto a nosotros. Cada día sonríe más. Cada día está más despierta. Cada día nos ofrece más y más caras nuevas, gestos distintos, sonidos guturales que se asemejan al habla; y así. Entonces no me quejo. Y me voy a guardar.

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