26.5.09

Wallander, fin de ciclo, más Morábito y Canetti

1. Hace 10 años apareció en Suecia Pyramiden (La pirámide, 1999), una serie de cinco relatos --tres breves, dos amplios-- en los que el protagonista es el inspector Kurt Wallander, desde que era un policía de a pie en las calles de Malmö --antes de mudarse a Ystad; ambas localidades están en Escania, región sueca cercana al continente y a Dinamarca-- y hasta el invierno previo al caso que lo ocupa en Mördare utan ansikte (Asesinos sin rostro, 1991), piedra fundacional wallanderiana. Con la lectura del primero, llego al final de mi encuentro con Wallander: hay nuevos libros en mi horizonte. También leí, claro, Brandvägg (Cortafuegos, 1998), última novela en forma en la que el inspector es protagonista y en la que se abre un asomo a su futuro incierto: Wallander está harto de todo y cada vez más desconcertado por el estado de las cosas en Suecia, país prometedor que, de pronto, parece haber sido vencido por los peores derroteros del crimen globalizado. Pero no digo nada. Estoy triste. Me queda, sin embargo, una lectura wallanderiana más: Innan frosten (Antes de que hiele, 2002), novela protagonizada por Linda, la hija de Wallander, y en la que el inspector hace una nueva aparición. Pero, no engañarse, es un libro ajeno a la serie original de nueve libros, libros que yacen en mi pasado más inmediato. No más Wallander. Larga vida a Wallander. Y a lo que sigue.

2. Leí Emilio, los chistes y la muerte (Barcelona: Anagrama, 2009), primera novela del cuentista consumado que es nuestro Fabio Morábito (Alejandría, 1955), pronta a aparecer en las mesas de novedades de las librerías más cercanas a ustedes que viven en México (en la edición mexicana de Colofón). No diré todo lo que quiero decir, pues preparo un ensayo sobre primeras novelas aparecidas en los últimos dos años en México, pero baste con que sepan que se trata de un libro bueno y sorpresivo: el cambio de aliento de Morábito es encarado con gracia total, una narración dotada de una prosa impoluta y una atmósfera enrarecida y más que lograda. En suma, una novela de alcance mitológico y de una lúcida realidad carnal. ¿Que no digo nada? No digo nada, aunque sea superlativo: celebro la aparición del Emilio de Fabio y los conmino a leerlo.

3. Comienzo a leer, embrutecido, el Auto de fe (Die Blendung, 1936) de Elías Canetti (Rustschuk, 1905-Zurich, 1994). Y nada. Un libro que emprendo en el momento preciso.

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