27.2.09

La (nueva) vida en Tlalpan

MP escribe a mi lado. Mina nos observa desde su cama, a nuestros pies, y gime cuando repara en Joe, dormido sobre el sillón, junto a la ventana que da al jardín. Ha oscurecido, así que no se ven los rosales. En el estudio, lugar en el que sólo trabajo por las mañanas --cuando MP está aquí ambos trabajamos en la mesa del comedor--, la violeta florece de nuevo, señal inequívoca de que pasarán cosas muy buenas. Además, una nueva violeta, su hija --brotó de una de sus hojas, primero trasplantada a un vaso, luego a una maceta--, crece poco a poco y, espero, el año que entra florecerá. Los niños están de viaje, pero regresan el lunes. Así es la vida en Tlalpan.

(Escribo esto y pienso en las mangostas, mi animal favorito --más allá de Mina, Joe, los salmones y los colibríes-- luego de que viera un documental sobre su naturaleza. Nómadas y de apariencia felina, las mangostas viven en termiteros desocupados, abandonados por sus dueños originales. Allí, dan a luz. Para proteger a sus crías de los depredadores --las cobras entre ellos--, una mangosta del grupo sirve de vigía. Si un depredador aparece y cruza el umbral de seguridad del grupo, el vigía avisa al resto, que traslada, cautelosamente, a la camada a otro sitio. Las mangostas son de los pocos animales que pueden combatir, y abatir, a una cobra. Así es la vida de las mangostas.)

Hoy decidí hibernar, por decirlo de algún modo. Dedicarme a mi familia, a mis amigos verdaderos, a mis libros (propios y ajenos), a mis mascotas, a mis plantas y poco más que eso. No se necesita más. Regresaré, pues, a mi idea original de la vida en Tlalpan, luego de una serie de distracciones en el fondo irrisorias, discusiones banales, puyas inútiles. Comprendo lo que debo hacer: estar conmigo y con los míos. Cualquier otra cosa es necedad: todo lo aparentemente sólido, sí, se desvanece en el aire. Permanece lo real cercano, ajeno al mundanal ruido y al simulacro espectacular. No más necedad, pues.

MP sigue escribiendo, hermosa como siempre. Mina me mira, no gime más. Joe duerme aún. Y las plantas, pacientes, comienzan a florecer de nuevo. Así la vida en Tlalpan.

5 comentarios:

Guillermo Núñez dijo...

David, tú eres un mangosto.

María (ahora en paz) dijo...

Sabes cuánto te amo...inconmensurablemente. MPdeD

Douglas dijo...

De acuerdo en todo. Vengan las postales de Tlalpan, las mangostas y los buenos libros. Un abrazo.

SAN dijo...

Yo viví hace un par de años en Tlalpan y extraño todo. Mi cafesito en el café San Agustín y comprar flores (astromelias) en el puesto que está a un lado de la farmacia. Es una joya el pueblo de Tlalpan.

Humberto Aguinaga dijo...

Cuando yo tenía ocho años me quemé la pierna derecha en un campamento; del tobillo a medio muslo. Pasé un par de meses en cama. Mi abuela me leía interminablemente, fue mi introducción a los libros. Así disfruté El León, de Joseph Kessel; Una leona de dos mundos, de Joy Adamson y El libro de la selva de Kipling, dode habita el cuento de Rikki-Tikki-Tavi, mangosta vencedora de cobras, como tu, David, tal cual dice Nuñez.

Un abrazo hasta el apacible Tlalpan.