28.11.09

Asados, novelas (primeros días en Copilco el Bajo)

Hace 21 días que nos mudamos a la nueva casa. No más Tlalpan. Un poco más al norte de la ciudad de México, ahora somos habitantes de Copilco el Bajo, colonia sita en los dominios de Coyoacán y extensión obligada de Chimalistac. Escribo en el estudio, con la sexta partita para piano de Bach de fondo. Tengo abierto un documento de Word, el vaciado de la novela en la que trabajo. Fluye despaciosa, el cauce lleno de meandros y remolinos, detritus y muchos obstáculos por sortear. Me distraigo y atiendo este espacio habitado durante varias semanas por el silencio. ¿Qué les puedo decir de nuestros primeros días aquí, en Copilco el Bajo? Han sido días felices, aunque la mudanza fue pesada y larga. Sin embargo, aquí caben todos nuestros libros y centenas más: generosos, nuestros caseros nos dejaron libreros a pasto. ¿Qué más puede pedirse? Además, en la terraza --que es adonde se encuentra el estudio-- hay un parrillero (así le dicen los uruguayos al asador, y yo quiero mucho a los uruguayos). Lo estrenamos el domingo pasado para celebrar el cumpleaños de MP. Mi cuñado y yo conseguimos encender las brasas sin hacer trampa. Domeñamos el fuego. Y comenzamos a asar la carne. Fue un éxito, a pesar de los errores propios del que se inicia en el arte de asar carne. Pecata minuta. Luego, sí, fui regañado (por un uruguayo, claro está): ¿cómo que carbón en lugar de leña del monte? La próxima vez será leña. Me prometieron traer a México una vaca pequeña como un perro. Y ya veremos.

2.11.09

Últimos días en Tlalpan

Uno cree que llega para quedarse y, al año, se marcha: adiós, centro de Tlalpan. Adiós rosas, camelias, violetas de gensiana, mandarinos. No tendremos jardín, ahora, pero sí una amplia terraza con un asador o parrillero, todo depende de en qué orilla del río de la Plata se ubique uno. La casa es más amplia, sí, con espacio para todos los que somos y A. que viene en camino. Dejaremos, pues, el sur profundo del Distrito Federal --o de la ciudad de México-- y nos moveremos un poco más al norte: Copilco el Bajo, prolongación natural de Chimalistac, nuestro destino. Esta pequeña casa se llena, nuevamente, de cajas: hoy le tocó el turno a los libros de MP (16 cajas) y a los libros y juguetes de los niños (5 cajas más varias bolsas, por ahora). Calculo el número de cajas que necesitaré para mis propios libros: más de 30. El horror. Como le decía a mi querido amigo O. --luego de una sugerencia suya--, me encantaría quedarme con 100 o con 22 libros y deshacerme del resto. Pero no. Ya se sabe: los demasiados libros son, serán, siempre, la tendencia. Es fascinante la capacidad que tienen los libros de reproducirse, para no hablar de los seres humanos. Un año en Tlalpan y no sé cuántos cientos de libros más. Un año en Tlalpan y, de pronto, A., cómoda aún en el útero de MP. Un año más y una perra más: Mina. Un año más y dos gatas más: Billie y Ella (Nina y Janis ya encontraron morada). También nos llevamos a K., que tanto bien llegó a sembrar en la casa. Nada cambia, sin embargo, y todo se transforma. Y algo no deja de ser curioso: el contrato de esta casa en la que terminamos de encontrarnos y de tumbar muros vence, sí señor, el 9 de octubre, a 20 años de la caída del muro de Berlín. Así las cosas (nunca mejor dicho).