31.12.09
Stray sheep/La última del año
7.12.09
Ecce Beatle
28.11.09
Asados, novelas (primeros días en Copilco el Bajo)
2.11.09
Últimos días en Tlalpan
27.10.09
De caídas y de muros
El domingo por la noche, sedado por el cambio de horario, terminé de leer Den orolige mannen (El hombre inquieto, 2009) la última entrega de la serie Wallander de Henning Mankell. No es grato decirle adiós al investigador sueco, ahora abuelo y sexagenario, víctima él mismo de varias pérdidas. La novela reflexiona sobre la actualidad o la estela de la guerra fría, sobre los engaños que Occidente se hizo a sí mismo durante dicho lapso nunca del todo acabado. No es raro que el libro aparezca justo ahora, cuando faltan pocos días para conmemorar (no diría celebrar) los veinte años de la caída del Muro de Berlín, allende el 9 de noviembre de 1989. ¿Qué hacía uno entonces? Estudiar la carrera equivocada en el lugar erróneo, recién cumplidos los 19. Recuerdo que en la Muestra Internacional de Cine (la vi, entera, en el hoy extinto Cine Latino) pasaron sex, lies, and videotape, el debut de Steven Soderbergh, y Another Woman, mi película favorita de Woody Allen. Pienso en Kurt Wallander y en Marion Post, protagonista del filme de Allen (que no es otra cosa sino un homenaje afortunado a las Fresas salvajes de Ingmar Bergman, suegro de Mankell). Pienso en la memoria que, con el paso del tiempo, se nutre y se erosiona: nada más paradójico que un recuerdo. ¿Y qué es un recuerdo? Esto se pregunta Allen. Y responde, ambiguo (o se lo pregunta de manera distinta): Un recuerdo es algo que uno tiene o algo que uno ha perdido. Algo así. Algo así recuerdo, hoy, mientras camino bajo una lluvia discreta, delicada, una pelusa de agua. Es como estar dentro de una nube, pienso. Ever overcast.
19.10.09
La garza confundida
4.10.09
Dominical
22.9.09
Agua
21.9.09
El nuevo ropaje del (falso) emperador
17.9.09
Farsa, fraude y mermelada
farsa.1. f. Pieza cómica, breve por lo común, y sin más objeto que hacer reír.
3. f. despect. Obra dramática desarreglada, chabacana y grotesca.
fraude.
1. m. Acción contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comete.
2. m. Acto tendente a eludir una disposición legal en perjuicio del Estado o de terceros.
3. m. Der. Delito que comete el encargado de vigilar la ejecución de contratos públicos, o de algunos privados, confabulándose con la representación de los intereses opuestos.
Pero esto es mera necedad, relacionada con la entrada anterior de este blog, y dejo que el lector/la lectora especule sobre el porqué de la inclusión de este par de definiciones en El salto del salmón. A lo que sigue, pues.
2. Estábamos en el supermercado --el Superama de Renato Leduc y Calzada de Tlalpan, para más señas, en donde se nos va una buena porción de sendas quincenas-- cuando, en el pasillo de las conservas y demás delicias preservadas en azúcar, un frasco de mermelada St. Dalfour --creo que era de cassis; costaba cerca de 50 pesos-- se precipitó al suelo. Esto durante el debate que sostenía con los niños y que consistía en si nos llevábamos un frasco de mermelada Smuckers --la más barata-- o de La vieja fábrica --precio intermedio--, ambas de frambuesas. Justo nos decidíamos por esta última cuando, ay, la mentada mermelada de frutillas oscuras se desplomó.
Quise regañar al niño que se encontraba más cerca del estante, pero no estaba seguro de su culpabilidad; a veces, sin más, las cosas caen al suelo, sobre todo en los supermercados, y supuse que Superama --menudas aliteraciones, su-su-su-- tendría un seguro contra accidentes imponderables. Además, no había nadie a nuestro alrededor, ningún moro en la costa, cero testigos que pudieran demostrar lo ocurrido, que nosotros tampoco sabíamos lo que era. Así las cosas, proseguimos con la compra.
Y volvimos sobre nuestros pasos en no sólo una, sino en dos ocasiones: el corredor de las conservas nos atraía como un imán, y regresamos, primero, por miel, luego, sin querer, por harina, que estaba en otro pasillo, asunto que no nos impidió pasar nuevamente junto al frasco roto, la mermelada derramada, el cassis azucarado, vertido sobre el suelo. A esas alturas de la compra, en la costa ya se habían manifestado un moro --llevaba camisa negra-- y un azul --un guardia de esos que no tienen autoridad más allá de las fronteras del súper--, pero sendos hombres nos dejaron pasar y no dijeron palabra. Buscarán a alguien más, pensamos los niños y yo, y nos encaminamos a la caja.
El total de nuestra compra: 707 pesos con algunos centavos, de esos nuevos centavos ínfimos que se pierden en los bolsillos como náufragos de la economía. Ya sacaba yo los billetes cuando el moro se apersonó en la caja y dijo algo al oído del cajero, por lo que no nos dimos por aludidos. Sin embargo, el cajero nos dijo que teníamos que pagar un frasco de mermelada St. Dalfour de cassis. ¿Por qué? lo increpé. Y entonces sí intervino el moro: Tiene que pagar la mermelada que rompieron los niños. ¿Cómo sabe que fueron los niños y que el frasco no cayó al suelo por voluntad propia? Fueron los niños, insisitió el moro y no pude más que ofenderme. Mire, señor, yo vengo a este súper, como mínimo, una vez por semana y le dejo buena parte de mi quincena, que digo mi quincena, de la quincena de mi mujer también.
El hombre no comprendió mi razonamiento, así que continué: Además, seguramente su súper supermercado tendrá un seguro que cubra dichas impericias de los objetos inanimados. El hombre calló, su silencio tan negro como su camisa. Luego dijo, me ordenó: Pague la mermelada. Yo me insuflé y le espeté: No pagaré nada, usted me cobra ese frasco y yo no regreso más a su súper. El cajero nos interrumpió, me dijo que faltaban siete pesos. Me desembaracé de una moneda de diez y esperé el cambio. Saldada la cuenta, le dije a los niños: Vámonos.
El moro se mantuvo impasible, congelado junto al cajero. Dos guardias de azul obstruían la salida, pero el carrito, amenazante como un galeón pirata, encontró el modo de pasar entre ellos y desfilamos, flanqueados por la ley del súper, los niños y yo hacia la libertad del estacionamiento, lejos de la costa en la que había ocurrido la pequeña catástrofe del cassis.
Apenas arrancamos, los niños salieron de su mutismo y, claro, comenzaron a hacerme preguntas. La más importante de todas no supe --o no quise-- responderla: ¿Qué es el cassis, David?
Fin.
15.9.09
Pataletas
9.9.09
Notas de un miércoles a las 8.23 de la mañana
1. Detrás de mí, uno de los gatos juega. No ha descubierto que su cola le pertenece. La persigue. Corre alrededor de sí mismo. De pronto, estalla y escala el sillón, corre de uno a otro extremo del estudio. Maúlla. Se queja ante esa presa inconseguible. Ahora, brinca sobre una caja de cartón. Y allí permanece, adormecido. Se espabila de nuevo. Alcanza mi saco, muerde uno de sus botones. Sale disparado hacia los libros que hay bajo la mesa. Reinicia su periplo, su perenne odisea, una y otra vez.
2. Ayer vimos al bebé de nuevo. 15 semanas. Es cada vez más grande. Y cada vez es más fácil distinguirlo, contemplar la solidez de su fémur, los dedos perfectos de sus manos, la espina dorsal inmaculada, su cabeza, el perfil epifánico de su nariz y de su boca, de la frente que contiene su pequeño, gran cerebro. MP reposa mientras nuestro doctor desliza el "visor" del ultrasonido sobre su vientre. Todo es apacible allí. Momentos después, lo escuchamos. Escuchamos el corazón que late, veloz, mucho más rápido que cualquiera de los corazones adultos que lo contemplamos. Es, entiendo, el sonido de la creación del mundo.
3. La violeta ha florecido por tercera vez este año. Sus flores son de un púrpura profundo, las hojas, en su ordenado desorden, dotadas de un verdor intenso. Pienso en todo lo que ha sobrevivido esa planta, mudanzas y caídas, días sin agua, jornadas de demasiado sol. Yace allí, impertérrita, sobre el escritorio, asomada detrás del monitor que ve nacer estas letras, esta suma de palabras, esta frase que aquí, ahora, termina.
3.9.09
Gray/Phoenix
28.8.09
Prepotencia
Luis González de Alba, "Juárez, el panista" (Milenio, 24 de agosto de 2009).
Ayer, MP, el Nene y yo fuimos a entregarle su regalo de bodas a mi hermana y su marido. En lo que duró la velada, abrimos dos botellas de un tinto del Duero bastante bueno. Comimos queso, pan, jamón serrano. Y nos fuimos de allí poco antes de la una de la mañana. MP me seguía, íbamos en dos coches. Dimos una vuelta de más a Amsterdam y, de manera impulsiva, me decidí por una ruta que no acostumbro tomar: vuelta a la derecha en Michoacán, a la izquierda en Nuevo León. Craso error.
Había mucho tráfico. Primero, lo pensé causa de algún antro y su ejército de choferes de valet parking. Pero no. El tráfico lo provocaba una redada, la calle disminuida a un carril. Era, claro, la redada del alcoholímetro. Supe, desde el primer momento, que me pedirían que me detuviera. Siempre lo hacen cuando el conductor va solo y, sobre todo, si es hombre. Calculé mi ingesta de alcohol. Y me preparé para lo peor.
Al comienzo del retén, una mujer amable nos pedía a los conductores que abriéramos la ventanilla del coche para, acto seguido, entregarnos un par de panfletos, comentarnos que se trataba del programa de "Conductor seguro" y, finalmente, preguntarnos que de dónde veníamos. Dije que había estado en una reunión familiar, que había tomado vino y que me venía siguiendo MP, embarazada. Y la mujer, sin titubear, me dijo que me detuviera metros adelante, que me harían una prueba. Así, sin más explicaciones.
Me detuve y un hombre me preguntó lo mismo. Le respondí, pues, lo mismo que a la mujer de los panfletos. Amable también, el hombre me ordenó que me bajara del coche y me explicó que me haría una prueba. Sacó una especie de boquilla, la liberó de su cobertura de celofán y la colocó en un medidor. Sople aquí, me dijo el hombre. Soplé, quedamente. Sople más fuerte, me animó el hombre. Soplé un poco más fuerte. Y esperé.
El hombre miraba el aparato, para luego verme a mí. Me preguntó si fumaba mucho. Le dije que no fumaba. Que no fumaba nada. Cuando MP se acercaba a mí --y yo me preparaba para entregarle mi cartera y las llaves del coche, el suyo estacionado más allá del retén--, el hombre me dijo que prosiguiera con mi camino. Y eso fue todo.
Pero no. No fue todo. Primero, me sentí humillado. Luego, me sentí ofendido, para inmediatamente después sentirme intimidado. ¿Qué había hecho yo que ameritara tal detención? ¿No habían cambiado las leyes ya y uno era inocente antes de ser culpable? Por lo visto, no.
Los retenes del alcoholímetro son una aberración disfrazada de un buen gesto para con los ciudadanos, a los que las autoridades dicen proteger. Pero no. A uno lo detienen gratuitamente y de manera groseramente selectiva. Lo detienen cuando viene conduciendo a menos de 10 kilómetros por hora, preso de la fila de coches que avanzan lentamente frente a uno, la hilera de conductores, culpables en potencia todos, que avanzan hacia las manos del inclemente y súbitamente manifestado juez de la ley.
Uno no ha mostrado indicio alguno de que ha bebido --o no-- alcohol. Uno no viene conduciendo a exceso de velocidad, no se ha subido a la banqueta, no ha dado una vuelta en sentido contrario, no ha hecho algu que demuestre que conduce bajo el influjo de sustancia alguna. No. Uno ha sido encerrado antes de cualquier cosa, incapaz de estacionar el coche y, dado el caso de que, en efecto, uno venga borracho, tomar conciencia del asunto y pedir un taxi para no atentar contra la vida de los demás.
Todo mal, pues. Y, curiosamente, hoy me mandan el vínculo al texto de Luis González de Alba del cual extraigo el epígrafe que abre esta entrada.
Todo mal. Y no hay visos de que la cosa vaya a mejorar.
¿Aquí nos tocó vivir? Así las cosas, me gustaría elegir otro lugar --Suecia acaso-- para cruzar el umbral de mi futuro más próximo, junto con MP y los nuestros.
24.8.09
La vigilancia elocuente
En la siguiente sala, otro guardián nos aguardaba, así de redundante como suena. Nos dijo (o nos previno): “Siéntanse libres de transitar entre la pieza. Si por accidente golpean una de sus partes, ésta regresará sola a su sitio.” Las partes en cuestión eran grupos de esferas, uno de ellos antropomórfico y al centro, otro de ellos con forma de perro; los demás, amorfos. Había, por allí, alguna esfera suelta, pero tampoco nos atrevimos a patearla “de manera accidental”. Desde mi punto de vista, nada hubiera hecho que cualquiera de las partes de la pieza regresara a su justo sitio si, por accidente, la golpeáramos. Como suele decirse: misterio.
Casi al final del recorrido, se nos advirtió que entraríamos a una sala oscura. Allí, en el suelo, había un rastro de pan encendido por un haz de luz. En la sala contigua, una estructura tridimensional, hecha con trazos-tramos de metal fosforescentes. ¿Transitar o no entre la pieza? MP se decidió por lo segundo y llegó al centro de la obra. Entonces, menudo susto, se encendió la luz de la sala. Pensamos, claro, que al cruzar el umbral último de la pieza, MP había activado un sensor que, de manera tan abrupta y luminosa, avisaría a los guardianes del museo de su transgresión. Pero no fue así. Pronto, la luz se apagó de nuevo, y la pieza brilló, la fosforescencia recargada, en todo su fastuoso esplendor.
Las últimas dos salas estaban dedicadas a la obra más “convencional” de Gormley: cuadros colocados sobre los muros. Junto al umbral de salida, había una cédula identificadora en la que podía leerse cómo se llamaba cada pieza. MP, inocente, colocó su dedo sobre la cédula. La voz del guardián no se hizo esperar, como si el dedo de MP se hubiera posado sobre alguna llaga en su cuerpo vigilante: “¡No toque la cédula!”, su advertencia.
Temerosos, salimos del recinto sacrosanto y entramos a la tienda del museo, en donde no supimos si tocar o no los libros que allí se nos ofrecían; y no encontramos guardián alguno que nos previniera, o no, de hacerlo.
23.8.09
39 años y dos semanas/13 semanas
2. Hecha la prueba, fuimos a San Ildefonso a ver la muestra de Antony Gormley. Sólo hasta el final (y anonadado), descubrí que ya conocía a Gormley desde hace casi 30 años. ¿Alguien recuerda lo siguiente?
Lamentablemente, no incluyeron la pieza anterior, Field, en la muestra, un viaje en el tiempo y al extinto Centro Cultural de Arte Contemporáneo, desde donde estas representaciones humanas nos observaron a mucho y nos levantaron el ánimo.
3. Finalmente, por la noche, fuimos a la Sala Nezahualcóyotl a ver el último concierto de la temporada de la OSM. Nunca había escuchado una pieza de Ligeti en vivo. Y debo decir que Carlos Prieto se lució en su dirección de Atmósferas. Luego siguió La mer, de Debussy, igualmente notable. Cerro con el percusivo Zarathustra de Strauss, que no es lo mío, pero tampoco estuvo mal. Y todo eso lo escucho, desde el útero, nuestra pequeña bestia.
15.8.09
39 años y una semana
8.8.09
39
2. Ayer la/lo vimos: tiene 10 semanas y mide 3.2 centímetros. So far, so good. He allí los recuerdos del futuro. Y, ¿qué mejor regalo de cumpleaños que ese? (Otra canción comienza, y lo hace luego de que mi amigo Íñigo la sacara a colación: "The Passenger", de Iggy Pop.)
3. El año pasado, MP y yo amanecimos en Pie de la Cuesta. Mi regalo, esa mañana: una cámara, el repuesto de la que me robaron junto con el 90 por ciento de mis discos. (Aquí comienzan miles de canciones de manera simultánea: imposible registrar alguna desmarcada del flujo sonoro.)
4. Otros regalos adelantados, ayer: MP y yo fuimos a comer a El Mosaico y allí estaba nuestro héroe literario HM, siempre sonriente. Lo saludamos. Me dijo que parecía hippie. (De manera deliberada, abro el iTunes y busco "Déjà Vu", de Crosby, Stills, Nash & Young.)
5. Más regalos adelantados, ayer: antes de comer, MP y yo pasamos a las oficinas de mi editorial a saludar a mi espléndida editora (salimos de allí llenos de abrazos y de libros). De pronto, apareció nuestra querida amiga V, también con su propio pasajero a bordo. (Por algún extraño motivo, el capricho de las magdalenas, supongo, ahora suena una mezcla de muchas canciones de The Beatles. Se desmarcan del flujo sonoro "Eleanor Rigby", "Blackbird", "Here Comes The Sun".)
6. No, no escribiré 39 subentradas. Una canción más, eso sí: "The Sounds of Silence", de Simon and Garfunkel. En vivo. En Central Park. 19 de septiembre de 1981. "Hello darkness, my old friend..." (No encuentro esa versión, pero les dejo ésta, acá abajo.)
6.8.09
La clase/Entre les murs
29.7.09
Champagne
Lo anterior es el segmento "Champagne" de Coffee and Cigarettes (2003) de Jim Jarmusch, director al que entrevistaré en poco menos de dos horas. Aún no puedo decir nada de su película más reciente, The Limits of Control, salvo que es notable, un gran ejercicio metafísico sobre los alcances y el poder de la imaginación, el arte. ¿Estoy nervioso? Sí. Así que mejor escucho lo que sigue (escucho, dije: ignoren las imágenes... o no):
22.7.09
Vacío
16.7.09
Ingravidez
14.7.09
La altura de Patricia Highsmith
6.7.09
Same old scene (Lecciones de un domingo electoral mexicano)
1. Perdió el PSD y la candidez pequeñoburguesa. Lamentablemente, el partido anulado --ojo: no el tachado de la lista por los anulacionistas, sino por los designios del COFIPE-- no supo trasponer el umbral de los votantes bienpensantes de la clase acomodada mexicana. Su plataforma era notable, pero mal comunicada. Hay que ver más allá del corredor Condesa-Roma-Polanco, me temo. Sin embargo, allí está el precedente: uno esperaría que la tercera fuerza que necesitamos se nutra, y aprenda, del mal trago del PSD.
2. Perdió, y no sé por qué lo pongo en segundo lugar, el presidente y los que votaron para ayudarlo en sus guerras fácticas y morales, ay, Dios. Calderón ha perdido aún más legitimidad y, a su pesar, afloja cada día más las riendas del Estado casi fallido que no parece conducir a parte alguna. Es, me temo, hora de pactar con los grandes ganadores de la contienda: el PRI que regresó al poder luego de caminar, apaciblemente, a contracorriente, y la sanguijuela-lapa que se le pegó para darle una mayoría absoluta en el Congreso, el infame PVM, que se llevó casi un ocho por ciento del voto luego de su llamado a la pena de muerte, los vales para medicinas y las clases de computación e inglés, gran proyecto para el cambio nacional.
3. A pesar de que en apariencia perdió, en el fondo el PRD-PT-Convergencia (sí, así de tripartita como suena) se llevó una especie de premio de consolación: la absoluta caída en cuenta de que para ser una tercera fuerza hace falta encaminar a Jesús Ortega por los caminos del azul y vencido Germán --o mandarlo aún más lejos, allende la chingada--, para luego así restaurarse y erigir el cuadrilatero sobre el cual AMLO y Ebrard se romperán el hocico para ver quién queda al frente, y, así, llegar hechos trizas a las elecciones del 2012, para cederle el trono, nuevamente, al PRI. ¿O no? Premio de consolación, dije. Bórrese lo anterior, téngase buena fe, créase que la izquierda puede reformarse y tiene cabida en un país en el que lo mejor sería la cohabitación, la existencia de dos fuerzas verdaderas, liberales y conservadores, y no las medias tintas que, en el corto plazo desde el 2000, no nos han traído a parte alguna, más que a la tierra de los degollados e influenzados. (En una corrección a esta entrada, descubro que me olvidé de mencionar al PANAL. Lo menciono para no dejar.)
4. Regresemos con las sombras de la elección, entre anulacionistas, individuos proclives a la errata y los abstencionistas de cajón. ¿Y si se hiciera un grupo de presión civil que, a manera de gobierno sombra, siguiera de cerca a cada uno de los cabrones que, ayer, se llevaron el gran hueso de nuestra politiquita nacional? Tres contra uno (de menos dos, o uno y medio). Seguir, vigilar, presionar. Gobernar desde el margen hacia el centro. ¿Qué no están allí esos millonarios en potencia para representarnos, para atender nuestras demandas, para llevar las leyes que deseamos a ser aprobadas? Sean buenos vecinos: apréndanse de memoria el nombre y el teléfono --la dirección electrónica también-- del diputado que le corresponde a su distrito y atosíguenlo para que les sirva bien. ¿O no a ustedes también les gustaría ganar más de 150 mil pesos al mes, exentos de ISR?
Ya pasó ayer. Ya pasó la fiebre del cambio. Anulacionistas: obtuvieron su registro. Ahora, actuen en consencuencia. Y despierten a los abstencionistas. ¿O qué no 60 es más que 40?
PS. Una más, a manera de colofón: que no les sorprenda el regreso del PRI al poder. ¡Larga vida a los huipiles coloridos, a la bandera tricolor, al nacionalismo exacerbado! Señores, por favor: piensen en el largo plazo, no en el mediano, menos aún en el corto (aunque sea el favorito de los cortos de vista, opinionistas et. al., adictos y reclusos de la coyuntura): quizás el PRI, hoy, sea el menor de los males; mañana, claro, será otra cosa. Habrá que saber cómo soltarle el meteorito a los dinosaurios, tan renegados a la extinción. Aunque, hoy, quizá sea mejor esa piedra en el zapato que un zapato azul una talla menor de la necesaria para que este país salga del atolladero y, por fin, camine. Largo plazo, pues: pensar desde la avanzada, no desde la retaguardia. Eso.
Hoy les dejo una joyita de Roxy Music: "Same Old Scene" (escúchese con atención el bajo):
30.6.09
(Pesa)Días electorales, última
24.6.09
Encuentros cercanos de todo tipo
Encuentros cercanos de todo tipo, con cualquier cosa. O bien: cada quien su montaña. [Esta convergencia va dedicada a mi mentor, el gurú de la convergencia, Guillermo.]
19.6.09
Gena Rowlands
Before I met Gena, I was a bachelor going out and torturing people. I think that's good for young people. When I saw her, that was it! The first time I saw her, I was with an actor, John Ericson, and I said, "That's the girl I'm going to marry.Gena y John se casaron el 19 de marzo de 1954. Tuvieron tres hijos: Nick, Alexandra y Zoe. Y estuvieron juntos hasta la muerte de él, el 3 de febrero de 1989, a 30 años del estreno de Faces (1959), su opera prima que este año cumple medio siglo de existencia.
From my point of view, if I was going to give up my precious self to a woman, she was going to have to love me unconditionally. I kept Gena under constant scrutiny, I was enormously jealous, filled with suspicion about other men and with the terror that those suspicions might be correct, She wouldn't put up with that, And finally I relaxed.
It was a hard struggle to convince Gena. She and I have friction in terms of lifestyle and taste. We agree in taste on absolutely nothing. She thinks opposite to anything I could ever conceive!
¿Qué más decir? Nada. No queda más que contemplar a Gena.
(Más en 40 años de Woody Allen como director en Permanencia Voluntaria de Nexos.)
17.6.09
Checklist o de Wallander a Salander
12.6.09
Wallander, fin
8.6.09
Días electorales, 1 (Diario de locos)
Hoy, a 15 años de dicho evento, encendí la radio de regreso del trabajo --nunca lo hago: escucho música en lugar de noticieros y, peor aún, opinionistas; por algún motivo, me había cansado de la voz de Johnny Hartman, al que escuchaba sin tregua desde mi camino de ida a Santa Fe, por la mañana-- y escuché una voz, por demás familiar, que en un lenguaje casi soez nos invitaba a desatender las estupideces de no sé quién y acudir a las casillas a anular nuestro voto, lo mismo que él estaba ya decidido a hacer. Era, sí, Jacobo Zabludovsky el que hablaba, el que, de manera sugerente y no del todo sutil, nos "ordenaba" que tacháramos la integridad de nuestra boleta electoral.
Ignoro la inclinación partidista de Zabludovsky, pero algo me quedó claro: si él se suma a la campaña de anulación del voto, es que alguien muy poderoso --al que sirve él o del que se sirve él-- le pidió que así lo hiciera, con su autoritaria voz mediática, capaz de despertar la memoria de muchos. Más tarde, me enteré, a través de mi amigo A., de que Zabludovsky había publicado una columna sobre el mismo tema en El Universal de hoy, lunes. Esto, luego de que, por la mañana, el mismo A. me enviara un correo con un texto que explicaba lo que podía acontecer si un porcentaje alto de votantes anulaba su boleta: los pequeños partidos, esa gran molestia, perderían su registro, además de que habría problemas en la designación de candidatos y no sé qué otras cosas previstas por la ley. Me sorprendió, claro, enterarme de que la ley --las leyes de la democracia sobre sí misma-- preveía la posibilidad de la anulación del voto a gran escala y que existían medidas al respecto. Pero eso, por ahora, es harina de otro costal. Aquí, algunas de las palabras de Zabludovsky, el tramo final de su columna:
El voto en blanco, que en la última novelita de Saramago da lugar a una crisis más grave que la del ensayo de la ceguera, tiene una rendija peligrosa: nadie garantiza que una mano negra no rellene los huecos. Ya lo sé, representantes de todos los partidos vigilan la limpieza del procedimiento. Sí, pero son los que están contra la protesta, quieren que nada cambie, que el voto sea en favor de sus designados y no contra el sistema creado por ellos mismos. El voto en blanco es la iglesia en manos de Lutero. La ocasión hace al ladrón. De todos modos, los votos en blanco serán anulados. Y por lo tanto, contarán como nulos.Por eso es mejor el tachón. Rayas cruzadas, atravesadas, engarzadas, curvas o rectas, que no dejen lugar a dudas sobre la intención del votante. Obsérvese que no es una abstención. Es un voto, una manera legal, porque no está prohibida, de votar. Es un voto que expresa una voluntad de influir para cambiar. Lo declararán nulo. De eso se trata. La declaración será certificado de nacimiento de una manifestación que, por pequeña que sea, nadie podrá ignorar. Constará en las actas. Votamos. Somos los del voto nulo. No tenemos pastor y no somos corderos. Somos los vecinos del 19 de septiembre de 1985.
Los poderes políticos y fácticos sienten pasos en la azotea. Presienten que más que un voto anulado es una especie de inesperado plebiscito. No hay manera de anular el voto nulo.
Defender el derecho de elegir libremente a sus gobernantes, es el propósito concreto de una población amorfa, vaga, pero tan real como su unión solidaria en un ágora de chips y .com.
Viene una contraofensiva. La gaceta religiosa dijo que la anulación es una actitud antidemocrática. Que debemos votar por candidatos. Representantes de sindicatos afines, líderes charros, gremios empresariales, intelectuales domésticos y artistas exclusivos expresarán su asco al voto nulo. Desde las telenovelas hasta los juegos de futbol se usarán para convencer al público del peligro de la anulación que pone en riesgo a la patria.
Pero no se le puede poner puertas al campo. La primavera ha venido, nadie sabe como ha sido. Sí se sabe, don Antonio: ha llegado por internet.
Y no se deje equivocar: anular es votar, no para matar a la democracia, sino para fortalecerla. Para anular lo que la agrede.
Es una forma de darle contenido a una mentada de madre.
Palabras de pronto crípticas y altisonantes --aunque rayanas en el necesario lugar común del lector promedio, supongo--, las de Zabludovsky, pero más que nada palabras autoritarias del que algo sabe que nosotros no.
Pero yo sigo en lo mismo: anular el voto es validar el sistema, mismo que contempla la anulación del voto. Mi idea es trascender ese sistema: anularlo. Ignorarlo. O atacarlo por la retaguardia. O en la avanzada, como el buen anarca. Pero hay que estar despiertos para hacerlo, no aletargados por las mismas cantaletas de siempre, se disfracen de rebeldía y alta moralidad o de la habitual corrupción y dejadez. Algo así.
[La nota entera de Jacobo Zabludovsky aquí.]