30.6.09

(Pesa)Días electorales, última

Para mí, todo se reduce a esto: ¿acudir o no a las urnas? De acudir, anularía mi voto. Sin embargo, no creo en las instituciones ni en su llamado a la democracia. No creo en el voto. Aun así, celebro el movimiento de anulación. ¿Sabían que, entre menos votos tenga un partido, menor será su presupuesto (por parte, claro, del erario público: nuestros impuestos al servicio de los hueseros del poder)? Y la anulación "masiva" (tan numerosa como se pueda) deja algo en evidencia, lo que más detestan los políticos y la clase gobernante: la pérdida de legitimidad. De paso, nos desharíamos de varios partiditos de poca monta (desgraciadamente, para anular al más dañino de todos los partidos sanguijuela, el nada honroso PV, otro tendría que ser el camino para acabar con su molesta presencia descerebrada); pero ése no es el mal mayor. El mal mayor es el sistema que tantas veces ha apelado a nuestra ignorancia. A nuestro voto temeroso. A nuestra cándida esperanza de cambio, esa ilusión colosal. ¿Nihilista? Tal vez. Pero prefiero esta postura a la de los dinosaurios de la intelectualidad mexicana, que moralizan lo que no les gusta y argumentan con su pluma de opinionistas macarrónicos (me tengo prohibido mentar el nombre del peor de todos, pero es amigo de Vargas Llosa y le teme a los caudillos latinoamericanos, a los que combate desde la ultraderecha disfrazada de liberalismo bienpensante y políticamente correcto, ya saben quién). A final de cuentas, lo más importante es lo que ocurra después del 5 de julio: ¿se mantendrá la animosa cohesión de los anulantes? Creo que todo consiste en elegir, más allá de las urnas, a diputados sombra. A vigilantes de la función pública. De lo vecinal a lo delegacional. Y así. ¿Soñar no cuesta nada? Es probable. Es probable, también, que los que detentan el poder se sepan amenazados por la sociedad civil y su creciente descontento. La pregunta importante no es qué ocurrirá el 5 de julio, sino lo que acontecerá más allá de dicho domingo. Quizás, por fin, una nueva generación mudará de piel, esa piel impuesta, momificada, que soltaron el PRI y el PAN luego de sus tantas décadas agregadas en el poder. Tal vez no pase nada. Mejor escuchemos a Spiritualized:

24.6.09

Encuentros cercanos de todo tipo

Aquí una convergencia:

Cassez, capturada.

Dreyfuss, cautivado.

Encuentros cercanos de todo tipo, con cualquier cosa. O bien: cada quien su montaña. [Esta convergencia va dedicada a mi mentor, el gurú de la convergencia, Guillermo.]

19.6.09

Gena Rowlands

Hoy, hace 79 años, nació Gena Rowlands en Madison, Wisconsin. La primera vez que la vi en la pantalla quedé apabullado. Fue en 1989 --¡hace 20 años!--, durante no sé qué emisión de la Muestra Internacional de Cine --en el programa también estuvo sex, lies and videotape (1989), de Steven Soderbergh, que me cambió el modo de ver las cosas--, en el Latino, durante la proyección de Another Woman (1988), mi película favorita de Woody Allen. Gracias a esa película descubrí, además, el "Torso arcaico de Apolo", de R. M. Rilke ("Debes cambiar tu vida"). Y me emocioné con el personaje encarnado por Gene Hackman, el escritor Larry Lewis. Pero volvamos con Gena. No conozco otra actriz que me impresione tanto. Y me resultó doloroso verla en la película de su hijo Nick Cassavetes, The Notebook (2004), dándole vida a una mujer que sufre de un Alzheimer atroz (además de que la película es una tierna bofetada a todos los que, ay, dejamos de ser, lo que se dice, jóvenes). Pero lo que me terminó de dejar boquiabierto, claro, fue ver a Gena Rowlands en las películas de su marido, John Cassavetes (muerto hace 20 años, en 1989, el mismo año en el que descubrí a su Gena). A Woman Under the Influence (1974) es una obra maestra en todos los sentidos, desde el actoral --Rowlands en mancuerna con Peter Falk: colosales-- hasta el argumental, pasando por el técnico y el visionario: Cassavetes era inmenso. Seis años antes había dirigido a Gena en Faces (1968), piedra angular del cine independiente estadounidense, un retrato abrumador de madurez y decadencia doméstica, genial sin más. Y Gena, siempre Gena, una reina de la pantalla. Dice John Cassavetes de Gena, en Cassavetes on Cassavetes (Nueva York: Faber and Faber, 2001), de Ray Carney:
Before I met Gena, I was a bachelor going out and torturing people. I think that's good for young people. When I saw her, that was it! The first time I saw her, I was with an actor, John Ericson, and I said, "That's the girl I'm going to marry.

From my point of view, if I was going to give up my precious self to a woman, she was going to have to love me unconditionally. I kept Gena under constant scrutiny, I was enormously jealous, filled with suspicion about other men and with the terror that those suspicions might be correct, She wouldn't put up with that, And finally I relaxed.

It was a hard struggle to convince Gena. She and I have friction in terms of lifestyle and taste. We agree in taste on absolutely nothing. She thinks opposite to anything I could ever conceive!
Gena y John se casaron el 19 de marzo de 1954. Tuvieron tres hijos: Nick, Alexandra y Zoe. Y estuvieron juntos hasta la muerte de él, el 3 de febrero de 1989, a 30 años del estreno de Faces (1959), su opera prima que este año cumple medio siglo de existencia.

¿Qué más decir? Nada. No queda más que contemplar a Gena.


(Más en 40 años de Woody Allen como director en Permanencia Voluntaria de Nexos.)

17.6.09

Checklist o de Wallander a Salander

Quería escribir sobre la propaganda electoral y la estupidez --también la escasa inteligencia--, pero se me cruzaron un cierre editorial --del que aún no salgo--, la redacción de un informe --que aún no emprendo-- y la lectura de los manuscritos que se manifestaron en mi casa al otro día. Todo esto debo acabarlo entre hoy y el 17 de julio: un mes exacto para palomear los items de mi checklist. Tengo, muy probablemente, muchas otras cosas que hacer, pero ahora no las recuerdo. O prefiero no hacerlo. Billie está embarazada. Leo a Stieg Larsson (paso de Wallander a Salander); no está mal su trilogía de Millenium, aunque extraño al viejo Kurt. Lidio con dos hilos narrativos a la vez. Luego tres. Y ahora sí que así las cosas.

12.6.09

Wallander, fin

Ayer terminé de leer Innan frosten (Antes de que hiele, 2002), la última entrega de Henning Mankell en la que aparece Kurt Wallander, aunque ahora con su hija Linda como protagonista y punto de vista del inspector. El libro es bastante menor que los anteriores, aunque no deja de ser gratificante ver a Wallander desde afuera. Pero no digo nada. Estoy de luto. E intento leer al otro sueco, Stieg Larsson --me siento infiel--, aunque es todo muy distinto. Adiós a estos largos meses wallanderianos, farewell. Joe duerme a mi lado. Al lado de Joe, 30 manuscritos que se manifestaron en mi casa. Debo leerlos todos. ¿Habrá un Wallander entre ellos? Wishful thinking.

8.6.09

Días electorales, 1 (Diario de locos)

La última vez que escuché hablar a Jacobo Zabludovsky fue el 23 de marzo de 1994, luego de enterarme, en un Macrovideocentro de Interlomas, del atentado en el que perdió la vida el entonces candidato presidencial por parte del PRI, Luis Donaldo Colosio, el dedazo incómodo del tapabocas Carlos Salinas de Gortari. Ya en casa, encendí la televisión y me quedé pegado a la pantalla, en espera de la confirmación de lo ocurrido y de la inevitable muerte de Colosio, baleado en Lomas Taurinas, Tijuana. Zabludovsky estaba en el DF y la enviada de su noticiero --y de Televisa, claro está-- era Talina Fernández. De todo lo dicho y visto, recuerdo una sola cosa: la desesperación del informador, cuando le dijo a la reportera, a la que no dejaban trasponer cierto umbral --el umbral último-- del hospital en donde atendían al candidato: "Diles que te dejen entrar, Talina, ¡diles que digo yo que te dejen entrar!" Me sorprendió la conciencia de autoridad que tenía de sí mismo Zabludovsky, la orden dada no a la reportera sino al Estado Mayor Presidencial --supongo-- y a otras instancias de alto poder federal y estatal. Pero no dejaron que Talina entrara a ese espacio del hospital donde se atendía a Colosio y Zabludovsky mostró una notoria frustración, limitado su poder mediático.

Hoy, a 15 años de dicho evento, encendí la radio de regreso del trabajo --nunca lo hago: escucho música en lugar de noticieros y, peor aún, opinionistas; por algún motivo, me había cansado de la voz de Johnny Hartman, al que escuchaba sin tregua desde mi camino de ida a Santa Fe, por la mañana-- y escuché una voz, por demás familiar, que en un lenguaje casi soez nos invitaba a desatender las estupideces de no sé quién y acudir a las casillas a anular nuestro voto, lo mismo que él estaba ya decidido a hacer. Era, sí, Jacobo Zabludovsky el que hablaba, el que, de manera sugerente y no del todo sutil, nos "ordenaba" que tacháramos la integridad de nuestra boleta electoral.

Ignoro la inclinación partidista de Zabludovsky, pero algo me quedó claro: si él se suma a la campaña de anulación del voto, es que alguien muy poderoso --al que sirve él o del que se sirve él-- le pidió que así lo hiciera, con su autoritaria voz mediática, capaz de despertar la memoria de muchos. Más tarde, me enteré, a través de mi amigo A., de que Zabludovsky había publicado una columna sobre el mismo tema en El Universal de hoy, lunes. Esto, luego de que, por la mañana, el mismo A. me enviara un correo con un texto que explicaba lo que podía acontecer si un porcentaje alto de votantes anulaba su boleta: los pequeños partidos, esa gran molestia, perderían su registro, además de que habría problemas en la designación de candidatos y no sé qué otras cosas previstas por la ley. Me sorprendió, claro, enterarme de que la ley --las leyes de la democracia sobre sí misma-- preveía la posibilidad de la anulación del voto a gran escala y que existían medidas al respecto. Pero eso, por ahora, es harina de otro costal. Aquí, algunas de las palabras de Zabludovsky, el tramo final de su columna:
El voto en blanco, que en la última novelita de Saramago da lugar a una crisis más grave que la del ensayo de la ceguera, tiene una rendija peligrosa: nadie garantiza que una mano negra no rellene los huecos. Ya lo sé, representantes de todos los partidos vigilan la limpieza del procedimiento. Sí, pero son los que están contra la protesta, quieren que nada cambie, que el voto sea en favor de sus designados y no contra el sistema creado por ellos mismos. El voto en blanco es la iglesia en manos de Lutero. La ocasión hace al ladrón. De todos modos, los votos en blanco serán anulados. Y por lo tanto, contarán como nulos.

Por eso es mejor el tachón. Rayas cruzadas, atravesadas, engarzadas, curvas o rectas, que no dejen lugar a dudas sobre la intención del votante. Obsérvese que no es una abstención. Es un voto, una manera legal, porque no está prohibida, de votar. Es un voto que expresa una voluntad de influir para cambiar. Lo declararán nulo. De eso se trata. La declaración será certificado de nacimiento de una manifestación que, por pequeña que sea, nadie podrá ignorar. Constará en las actas. Votamos. Somos los del voto nulo. No tenemos pastor y no somos corderos. Somos los vecinos del 19 de septiembre de 1985.

Los poderes políticos y fácticos sienten pasos en la azotea. Presienten que más que un voto anulado es una especie de inesperado plebiscito. No hay manera de anular el voto nulo.

Defender el derecho de elegir libremente a sus gobernantes, es el propósito concreto de una población amorfa, vaga, pero tan real como su unión solidaria en un ágora de chips y .com.

Viene una contraofensiva. La gaceta religiosa dijo que la anulación es una actitud antidemocrática. Que debemos votar por candidatos. Representantes de sindicatos afines, líderes charros, gremios empresariales, intelectuales domésticos y artistas exclusivos expresarán su asco al voto nulo. Desde las telenovelas hasta los juegos de futbol se usarán para convencer al público del peligro de la anulación que pone en riesgo a la patria.

Pero no se le puede poner puertas al campo. La primavera ha venido, nadie sabe como ha sido. Sí se sabe, don Antonio: ha llegado por internet.

Y no se deje equivocar: anular es votar, no para matar a la democracia, sino para fortalecerla. Para anular lo que la agrede.

Es una forma de darle contenido a una mentada de madre.

Palabras de pronto crípticas y altisonantes --aunque rayanas en el necesario lugar común del lector promedio, supongo--, las de Zabludovsky, pero más que nada palabras autoritarias del que algo sabe que nosotros no.

Pero yo sigo en lo mismo: anular el voto es validar el sistema, mismo que contempla la anulación del voto. Mi idea es trascender ese sistema: anularlo. Ignorarlo. O atacarlo por la retaguardia. O en la avanzada, como el buen anarca. Pero hay que estar despiertos para hacerlo, no aletargados por las mismas cantaletas de siempre, se disfracen de rebeldía y alta moralidad o de la habitual corrupción y dejadez. Algo así.

[La nota entera de Jacobo Zabludovsky aquí.]

7.6.09

Domingo

Hace calor. Bochorno. Afuera, el sol. Los rosales desgarbados. Mina que ladra y luego se echa, un rugido aún en la garganta. Joe y Billie comparten territorio, juegan. MP y yo ante sendas MacBooks. Ayer fuimos al centro. Vimos los cuadros de Tamara de Lempicka. Hay algunos, muy pocos, notables. Y yo no podía dejar de pensar en las portadas de las novelas de Manuel Puig, antes de que decidieran sustituir los cuadros de la polaca con fotogramas de viejas películas y estrellas de Hollywood, Rita Hayworth, Greta Garbo y demás. Las novelas, creo, no tenían nada que ver con los cuadros. Pero el diseño editorial era magnífico. Y la mancuerna funcionaba. Me recuerdo leyendo Sangre de amor correspondido (1982), comprendiendo algo sobre la narrativa, no recuerdo qué. La curiosidad me mata, pero no encuentro el libro. Seguramente lo regalé, como me sucede con los libros que me gustan. Lo buscaré en una librería de viejo, a ver si encuentro esa vieja edición que tenía, con Adán y Eva (1932) de Lempicka en la portada. El cuadro, ese cuadro, no estaba en Bellas Artes. Lo mejor fue la comida, aunque se habían acabado tanto el gazpacho (lo que yo quería) y los pulpos en escabeche (lo que MP quería). En su lugar, compartimos un timbal de nopales y una tártara de dos salmones, bastante buenos ambos platillos. De fuerte, unos ñoquis de espinaca (yo: exiguos, pero exquisitos) y una pasta con hongos caramelizados (MP). El café, Illy, perfecto. Un panqué de elote y un pastel de chocolate intenso, de postre, decorosos. La compañía de mi querido amigo R., venido de León, muy amena, aunque corta. Pero eso fue ayer. Hoy es domingo. Hace calor. Bochorno. Etcétera.

2.6.09

Peras y/o manzanas

Ante la amenaza del abstencionismo, se llama a anular el voto, a participar en la contienda a pesar de que los partidos hayan perdido crédito y credibilidad. Más allá de la fuente de dicha campaña y de los fines que, tal vez subrepticiamente, persiga, vale la pena reflexionar sobre un par de puntos. ¿Qué significa acudir a las urnas y cruzar, entera, la planilla? En suma, anular el voto significa que uno cree en el sistema que enarbola la democracia, si bien no se siente representado por partido alguno ni, menos aún, por los candidatos lanzados a la oferta electoral, ya sea corredoras, opinionistas, escritoras de best-seller, camaleones políticos, novatos o cualquiera de los sospechosos comunes que no se cansan de mostrar sus rostros anudados a un poste de luz (o, peor aún, de teléfono). Anular el voto, pues, quiere decir que uno confía en las instituciones que han convocado a las elecciones y que, además, han canalizado recursos a los partidos y candidatos a los que, al cruzar la boleta, se desprecia. Así las cosas, anular el voto es un acto ridículo, lo mismo que es ridícula la supuesta y enraizada democracia mexicana, el cambio que, me temo, nunca se consumó, aunque en el 2000 se daba por sentado. No cambio de partido en el poder, sino cambio quintaesencial de la dinámica política nacional y de la democracia que tanto se celebra. Eso, me temo, no ha sucedido. Ahora bien, ¿qué significa no acudir a las casillas? No votar, como opción, significa que no se está de acuerdo con el sistema que nos pide tener confianza en el voto, el mismo sistema que, sea por el motivo que sea, nos dice que tenemos, como opción, anular el voto. No votar es el único acto de resistencia posible ante el fracaso institucional que se ha concentrado más en promover la “transparencia” y la valentía, que en refundarse.

1.6.09

Billie

¿Cómo resistirse a Billie? Ayer, cuando llegamos a casa de mis padres, llovía. Protegidos por los rosales y la hiedra, cuatro gatos nos observaban. A una ya la había visto --una gata bajo la lluvia, pienso ahora, con fondo musical de la Durcal--; la acompañaban dos de sus crías, blanca y negra. A Billie, que al principio se llamó Dominga, luego Dodó, era la primera vez que la encontraba. De los cuatro, ella fue la única que se acercó a nosotros. La metimos a la casa. Y el resto es historia. MP y yo adoptamos a Billie. El que áun no sabe cómo relacionarse con ella es Joe, nuestro coloso. Macho, es un gato para siempre niño, el dueño de la casa. Sin embargo, ante Billie se aplaca: no sabe cómo relacionarse con una hembra tres veces más pequeña que él. Y que ruge. Paciencia y silencio, supongo, es lo que hará falta.