31.12.07
2007
De pronto, se acaba.
Un año que fue, pese a su disfraz de conflicto, el mejor de los años.
Acá arriba, unas nubes de finales de diciembre, vistas desde el descanso del sexto piso en el que, también de pronto, se creó el mundo.
En medio, nosotros, con cara de felicitación-celebración, ayer:
Y debajo de estas líneas, la violeta, retratada hoy, que pareció empeñarse en dar una docena de flores para despedir el 2007 y darle la bienvenida al 2008.
Feliz año, pues.
28.12.07
1970
La mujer sonríe en la penumbra, un costado de su cara apenas iluminado, toda la luz yace sobre el bebé, su hijo de un par de meses, recién nacido para ella. La mano descubre la cabeza del bebé, lo muestra a la cámara, al mundo. Él, del otro lado de la lente, captura la imagen, la luz. Afuera, el cielo, una turbina. El bebé es desplazado de un sitio a otro, su primer traslado, de la nada al todo, de no tener nombre ni apellidos a portarlos de manera definitiva, del limbo al origen, dictado por los propios y mútiples desplazamientos y traslados de sus padres. Pronto se detendrá el movimiento, todo será invadido por la sensación de un destino consumado en octubre de 1970 y reconstruido durante varios años, lustros, décadas, hasta ver la luz, de nuevo la luz, en febrero de 2005, punto de llegada y, a la vez, de partida de la imagen que aquí es observada. Y ayer, la imagen encontrará su destino último: ante la mirada más verdadera, su mirada, la mirada de ella, aquí, 37 años después.
27.12.07
26.12.07
La Luna y Marte
Allí, junto a la Luna reventada, Marte. Acá abajo, la Luna estática y, debajo de una nube, Marte de nuevo. Es difícil retratar los astros, la luz del Sol reflejada sobre ellos, la noche. Es 23 de diciembre entonces. Salimos del departamento hacia una cena familiar. Alguien nos conmina a que nos asomemos al cielo nocturno, a que contemplemos a nuestro satelite y al planeta más cercano a la Tierra, juntos. De pronto, la sensación abismal de profundidad: la Luna tan cerca, Marte tan lejos. Vértigo. El movimiento detenido por un abrazo.
23.12.07
Gracias
Gracias a todos los amigos y seres queridos de Frankie y míos: sus gestos me conmueven y me hacen sentir acompañado en la pérdida. La lista es amplia, pero los que han dejado registro del breve paso del pequeño emperador por esta tierra son, hasta donde sé, María Paz Amaro, Elizabeth Flores, Guillermo Núñez y Adriana Degetau, autora del dibujo que acompaña a esta entrada (y de la serie Patecitas, publicada hace tiempo en este mismo blog). Gracias también a todos los que se hicieron presentes en llamadas telefónicas, correos electrónicos y mensajes en otros medios.
22.12.07
La muerte del gato, mi gato
A la memoria de Frankie 24
La imagen del gato muerto me acosa. Mi gato. Muerto. Yace allí, sin vida, sobre la coladera del estacionamiento. Sus ojos, antes amarillos, a ratos ocre, han vuelto a ser azules, como cuando tenía apenas tres o cuatro semanas de nacido. Pero la mirada ya no es límpida, transparente: cubre al ojo que se mantiene abierto una capa rugosa, todo es borroso en su interior. La posición del cuerpo es plácida. De reojo, parece que el gato, mi gato, toma el sol. Da la impresión de haberse lamido hace poco, una de las patas aún humeda. Ya de cerca, descubró la boca entreabierta, la mandíbula inferior levemente fracturada, el asomo de la lengua. No hay sangre a la vista. Toco al gato, mi gato. Está caliente. ¿Por fuera, efecto del sol que pega sobre su pelambre aún brillante, o por dentro? Alzo el cuerpo, flácido aún. El gato, mi gato, no opone resistencia, casi se escurre entre mis manos, tengo que abrazarlo contra mí para que no caiga al suelo. Las patas cuelgan, la cola. Y la cabeza. Lo hago un ovillo, intento no mirarlo más, lo presiono contra mi cuerpo. No respira, el gato, mi gato; su corazón no late más, es el mío el que provoca la ilusión de vida, el que insufla de pulso al cuerpo inerte, tibio, inánime. Subo los seis pisos, remonto la caída del gato, mi gato. De nuevo arriba, el cuerpo se mantiene impasible. Dejo al gato, mi gato, sobre un escalón: no entrará más a la casa, su casa. Salgo con una caja y meto el cuerpo en su interior. Cierro la caja. Aviso de la muerte del gato, mi gato, a la mujer que amo. Sus palabras me consuelan, pero sigo inquieto cuando cuelgo. No siento dolor aún, sólo ansiedad. Sigo el consejo de la mujer que amo, marco el número del veterinario del gato, mi gato, y pregunto si pueden incinerarlo. Me responden que sí, me informan del costo. Digo que salgo de inmediato a dejarles el cuerpo, abro la puerta de la casa. La caja sigue en la entrada. No cruzo el umbral, desando mis pasos, me hago de una bolsa de basura, negra. Regreso a la entrada, abro la caja, saco al gato, mi gato, y lo introduzco en la bolsa, el cuerpo de nuevo extendido, tibio aún; vuelvo a hacerlo un ovillo, lo meto de nuevo en la caja, la cierro. No la abriré más. Pienso en el encargado del incinerador. Deseo que abra la caja y mantenga la bolsa cerrada. No quiero que nadie más mire al gato, mi gato. Cierro la puerta, me pongo los lentes oscuros, tomo el elevador a la planta baja, no suelto la caja ni un instante. En la calle el sol brilla, casi quema. Camino entre los vivos, el gato, mi gato, muerto al interior de la bolsa al interior de la caja. Ningún transeúnte repara en mí, nos cruzamos sin decir palabras, sin intercambiar gestos, extraños en una misma ciudad, ajenos al devenir cotidiano de los que nos rodean, ignorantes de la muerte de los gatos, nuestros gatos.
20.12.07
Luto por el pequeño emperador
Hoy, hacia las tres de la tarde, murió Frankie 24, también conocido como el pequeño emperador, apodo que le puso mi amigo G. Si los cálculos no me fallan, Frankie 24 nació el 22 de abril de este mismo año; en dos días más, el 22 de diciembre, hubiera cumplido 8 meses. Era un gato muy cariñoso, aunque, carácter felino por excelencia, muy celoso de su amo y de su territorio. Las últimas semanas tuvo que acostumbrarse a la aparición del amor en mi vida, encarnado en MP, una mujer maravillosa a la que Frankie 24 aprendió a querer muy velozmente, con cierta ayuda de algunas rebanadas de jamón. Desde que lo adopté-usurpé de una casa de madera sita en la calle de Holbein, se alimentó felizmente de Whiskas para gatitos. Nunca le gustó la leche. Llegó a probar el melón. Alguna vez comió pollo. A Frankie 24 le gustaba jugar con un par de finger-puppets: Freud y su diván. También mordisqueaba, casi sin tregua, a un koala gris de peluche. Meses antes, se divertía mucho con seis pelotas que le regaló G, aunque a fechas recientes ya no lo entretenían tanto. Casi todas las mañanas, cuando yo abría la llave de la regadera, Frankie 24 entraba al baño a tomar agua y hacerme compañía; nunca le importó mojarse un poco. Solía dormir largas horas junto a mí, aquí, en su cama, ubicada junto a la silla sobre la que escribo y trabajo, en el comedor del departamento. Todas las mañanas me recibía ronroneando. También ronroneaba cuando yo volvía a casa. Reclamaba mucho mi atención. Le gustaba caminar sobre las paredes, dando brincos delirantes. Rompió las bocinas de mi equipo de sonido, mordisqueó una litografía que quiero mucho, rasguñó varios de mis mejores libros, le metió varios zarpazos al estuche de mis lentes oscuros, no llegó a arruinar los sillones en los que afilaba sus uñas (decidí no cortárselas). Sus colmillos de leche cayeron en mis manos. Aprendió a morderme con sus dientes nuevos. Le gustaba frotar su nariz contra la mía y lamerme con su lengua rasposa. Disfrutaba mucho cuando lo alzaba y lo llevaba a la ventana a ver las luces de la ciudad. Dormíamos siestas en el sillón de la sala. Veíamos series de televisión juntos. Alguna vez tiró un vaso de whiskey y una copa de vino tinto y se emborrachó. Sólo se enfermó una vez. Recibió todas sus vacunas menos una: la de la leucemia felina. Fue operado para no reproducirse ni marcar la casa ni convertirse, nunca, en un gato adulto. Frankie 24 estaba destinado a ser un gato bebé, siempre. Su muerte fue accidental y le quitó sus nueve vidas de tajo. La primera foto, allá arriba, es del 14 de mayo, día de su adopción; la última, aquí abajo, de ayer. Larga vida al pequeño emperador, Frankie 24 (22 de abril-20 de diciembre de 2007).
19.12.07
Hummingbird/Colibrí
Este poema, "Hummingbird" [Colibrí], fue dedicado a Tess, su última esposa, por Raymond Carver [la traducción, libre en extremo, es mía]:
Suppose I say summer,
write the word "hummingbird,"
put it in an envelope,
take it down the hill
to the box. When you open
my letter you will recall
those days and how much,
just how much, I love you.
[Supón que digo verano,
escribo la palabra "colibrí",
la meto en un sobre,
la llevo al buzón
al final de la cuesta. Cuando abras
mi carta recordarás
aquellos días y cuánto,
cuán mucho, te amo.]
17.12.07
El último libro de J. M. Coetzee o sobre la verdad
Para Andrés Neuman, cuyo luto comparto
No sé si sea el mejor momento para escribir esta entrada, pero no puedo evitarlo. Estoy conmovido. Escucho el final del quinto concierto de Brandenburgo de J. S. Bach. Hace un par de horas me avisaron de la muerte de la madre de un amigo querido. Me contiene un estado de rara y agridulce melancolía. Estoy amenazado, como quería Borges. Termino de leer Diary of a Bad Year, de J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940), al final de un año que parecía ser uno de los peores que recuerdo, pero que, en el umbral de su invierno, se perfila como el mejor de mis 37. Y pienso en la búsqueda de la verdad, en las reflexiones que tuve luego de ver Gone Baby Gone de Ben Affleck, y la lectura del libro de Coetzee me las comprueba. Así que, a pesar de todo (y gracias a todo), escribo. Comienza el sexto concierto de Brandenburgo y cito, como preámbulo, un párrafo del libro:
Dividido en dos partes, Diary of a Bad Year es el libro de reflexiones duras y suaves de un reconocido escritor que ha dejado las novelas por las opiniones, por su sucinto registro de lo que a él le parece verdadero tras su paso por este mundo. "Strong Opinions", el primer apartado, es el libro editado por un sello alemán: coyunturales casi todas, se trata de las opiniones de un desmarcado de la sociedad, una suerte de "pesimista anarquista" que actua desde la quietud. "Second Diary", el segundo apartado, es la reunión de los apartados que no entraron en el libro, los argumentos suaves en los que el escritor habla, entre otras cosas, de su amor por los animales, de los clásicos literarios, de Dostoievski, de Tolstoi y, claro, de Bach.
La mejor prueba que tenemos de que la vida es buena y, por lo tanto, de que al final del día quizás existe un Dios que guarda nuestro bienestar en su corazón, es que a cada uno de nosotros, en el día que nacemos, se nos ofrece la música de Juan Sebastián Bach. Se nos ofrece como un regalo, no ganado, no merecido, gratuito.
[The best proof we have that life is good, and therefore that there may perhaps be a God after all, who has a welfare at heart, is that to each of us, on the day we are born, comes the music of Johann Sebastian Bach. It comes as a gift, unearned, unmerited, for free.]
Pero, más allá de las opiniones vertidas en ambos apartados, sucede una historia, un breve relato narrado a dos voces: aquella del escritor –Juan o el señor C– y aquella de Anya, una filipina bien hecha, vecina del escritor, que se convierte en una secretaria sui generis. Así, cada página del libro está dividida en tres: arriba, las opiniones; en medio, la voz de C; abajo, la voz de Anya. Un primer asomo al libro da la idea de una lectura difícil, sin embargo, los apartados son tan breves que no hay problema alguno y cada lector puede leerlos como mejor le plazca: parte por parte o simultáneamente (esto último fue lo que este lector hizo).
De entrada, el libro es atractivo. Las opiniones de C son todas compartidas. Claras, sucintas, sin paja. Un elevado sentido común ante el caos del mundo actual, la victoria del mercado sobre lo político y lo humano, en fin, una serie de lugares comunes bien engarzados. También es atractiva la historia de Anya y C, la aparición de ella ante sus ojos, el deseo senil y caballeroso que anima al escritor a invitar a su musa al escritorio. Y la amenaza: el novio de ella, un cínico que deambula por el mundo como por la selva, homo lupus homini.
Algo pasa a mitad del libro, cuando comienza el segundo apartado, que la atención se distrae y el libro parece desbarrancarse, caer en un abismo del que será difícil sacarlo entero. Pero el truco dura poco. De pronto, el texto revive: descubrimos que quien narra no es otro sino J. M. Coetzee mismo, el autor de Waiting for the Barbarians, el premio Nobel, nuestro héroe. Es él tal y como se verá en unos años, solitario en un multifamiliar moderno de un lugar poco ilustre de Australia, escribiendo libros por encargo para editoriales alemanas, receptivas a sus opiniones, y no para editoriales anglosajonas, insensibles ante su "anquilosada" cosmovisión de corte "humanista" y, sí, "europea".
Allí donde Coetzee parecía enredarse con la creación de Elizabeth Costello, protagonista del conjunto de conferencias del mismo nombre y musa enrarecida de Slow Man, aquí sale muy bien librado (es él mismo quien habla, sin máscara ni disfraz ni cambio de género) y confiesa que ya no sabe escribir novelas, que quizá nunca supo hacerlo (sí que lo supo), que para eso están sus dos maestros, Dostoievski y Tolstoi, los verdadeos clásicos que aún lo conmueven y que todvía son sacados de los libreros por millones de manos, ajenos al veleidoso mercado y a la oportunista academia. Estamos, sí, ante el último libro de Coetzee, una especie de largo epitafio o de confesión ante el adelantado lecho de muerte.
Antes de llegar al punto final, pensaba llamar a esta entrada "De Coetzee y la senectud". Pero no, nada más alejado de eso que el sentido de Diary of a Bad Year, una memoria en clave, unas confesiones románticas a destiempo (en un amplio sentido: salvo que Coetzee se suicide o renuncie a escribir, se tratará, en efecto, de su último libro; temáticamente, se puede tachar a nuestro autor de anticuado o de idealista consumido por el embate de la cruel realidad). Otra cita:
Nunca he sentido con agudez los placeres de la posesión. Me cuesta mucho trabajo pensarme como el dueño de algo. Pero tiendo a meterme en el papel del guardián y el protector de lo no amado, de lo no amable, de lo que otras personas desprecian o rechazan: viejos perros con mal carácter, muebles feos que han sobrevivido tercamente, automóviles al borde del colapso. Es un papel al que me resisto; pero, de vez en cuando, el atractivo mudo de lo no deseado vence a mis defensas.
El prefacio de una historia que jamás será escrita.
[The joys of possession I have never felt very acutely. I find it hard to think of myself as the owner of anything. But I do tend to slip into the role of guardian and protector of the unloved and unlovable, of what other people disdain or spurn; bad-tempered old dogs, ugly pieces of furniture that have stubbornly stayed alive, cars on the edge of breakdown. It is a role I resist; but every now and then the mute appeal of the unwanted overwhelms my defences.
A preface to a story that will never be written.]
Y, sin embargo, hela aquí, la tenemos ante nuestros ojos: se trata de Diary of a Bad Year, que no es una novela y, por lo tanto, es una historia no escrita. Su personaje secundario, Anya, es una mujer hermosa, aunque no es deseada como merece ser deseada: es un cuerpo, carne para los lobos que depredan nuestro mundo. Sólo C o Juan o Coetzee sabe cómo desearla, y ella cae en cuenta de ello, pasado un difícil trance. Compasiva y, al final, su real admidarora, se ofrece a acompañarlo en su viaje en parca hasta el umbral del no-ser-más en esta tierra. Es todo lo que hay, es todo lo que puede esperarse. Eso y abrir los oídos a Bach, escuchar las voces creadas por Dostoievski, maravillarse ante los clásicos como Tolstoi, encontrar solaz en el mundo natural, ser compasivo, amar las cosas no amadas, no amables, dar la otra mejilla gracias al portador del fuego que es J. M. Coetzee.
La violeta
Hoy floreció la violeta.
Es decir: cuando despertamos, cuando ella se metió al baño y yo salí a la estancia, descubrí el brote, la flor. Es temprano, madrugamos. Le muestro la flor y ella me dice que tengo buena mano. La abrazo. No sé si en ese momento o antes me pregunta si hace sol. Abro la persiana. Hay luz, pero no es un día brillante, nubes planas en el cielo, los cerros, hacia el sur, apenas visibles entre una bruma casi del todo disipada. Prolongamos la despedida con gestos sutiles, quizá con el deseo de que, de algún modo, el tiempo se detenga o transcurra más lento. Siento su cara contra mi cuerpo, bajo mi mano, acaricio su espalda, morosamente, ella alza la vista, nos besamos, alguno de los dos le dice al otro que lo quiere. El momento cede, el tiempo discurre. Llevo la planta a su lugar, ella se va.
Solo de nuevo, escribo.
13.12.07
Puertas y el plagio de la niña bien
Se acaba el año y comienzan, incontenibles, los ajustes de cuentas. He aquí otra entrada notable en un blog que tendría que ser más visitado por los apáticos cibernautas nacionales, "La niña bien... ladrona" en Dormir, acaso soñar (un anti-blog), de mi querido amigo Antonio Puertas. De Guadalupe Loaeza alguna vez recibí un texto, cuando, hace muchos años ya, era editor de una revista que, tristemente, verá su última edición este diciembre: El Huevo. No recuerdo sobre qué iba el manojo de prosa aquel (algo sobre la moda, creo; no fui yo el de la idea de invitarla, aclaro), sólo recuerdo que tuve que meterle demasiada mano para mi gusto, además de hablar una y otra vez con su autora, que cada día tenía una excusa distinta para postergar la entrega de su bodrio. Y no sólo eso: tuve que publicar, además, un texto del entonces novio (y hoy marido, creo), de la señora bien (ya no es niña, ya no tiene gracia). Pero no digo más: a leer el texto de Puertas.
Ortuño y la literatura caníbal
Hace mucho, mucho tiempo que no leía una entrada realmente polémica y provocadora (en el mejor sentido de la provocación: no un mero buscapiés coyuntural, digamos, sobre el No a Chávez, sino una plataforma real de discusión sobre un tema serio y, para todo aquél que escribe y publica, delicado), como "¿Y los que no somos caníbales?", la entrada más reciente de Antonio Ortuño en el inflamable (aunque a ratos incombustible, pero superior a la revista en sí) blog "de la redacción" de Letras libres. Tomando como excusa el suicidio del llamado Poeta Caníbal (los diarios mexicanos se las ingenian para dotar a todo de un folclore que nunca nos sacará del tercer mundo periodístico), Ortuño deriva en una reflexión sobre el desinterés de los medios de comunicación hacia la literatura y sobre el embodegamiento de los libros, buena parte de ellos literarios, producidos por la función pública. ¿Para qué escribir? ¿Para qué publicar literatura (en una editorial estatal o privada)? ¿Para qué tomarse esa molestia si nunca alcanzaremos la fama, aunque sea efímera, malograda y amarillista, del pobre Poeta Caníbal? Espero que la entrada de Ortuño invite al diálogo. Pero, tristemente, lo dudo: la literatura no le interesa a nadie.
11.12.07
En defensa del hielo
Leo "Glide, Swoosh, Splat: Mexico Tries Out an Ice-Skating Rink" en el New York Times, nota objetiva y no tendenciosa, un buen reportaje que no tilda a nadie de apoyarse en tal o cual muleta política, sino que se concentra en su objetivo: la pista de hielo masiva instalada en el Zócalo del DF y los patinadores que a ella asisten. Un párrafo sirve de calla-bocas a todos los que despotrican contra el proyecto (gente pudiente, sobre todo, que decidió que no hay necesidad de que los mexicanos, que vivimos en una ciudad sin nieve, gocemos del privilegio de patinar como se patina en el Rockefeller Center de Manhattan, Nueva York; gente que acusa a Ebrard de no concentrar recursos en el alcantarillado, la distribución de agua potable, la oferta de mejores servicios a las peores zonas de esta amorfa y monstruosa ciudad):
Si Ebrard consiguió ese donativo, probablemente conseguirá otros para fines menos lúdicos y más socialmente correctos. Y aquí un apunte: ¿cuánto cuesta ir a un partido de futbol? A veces los boletos alcanzan precios ridículos, dos mil pesos, incluso, en reventa, cuando se trata de una final. Nadie critica el futbol, sin embargo, ese circo que nos ata al sillón y nos inunda de mucha publicidad y pocos goles. ¿Por qué condenar, entonces, el esparcimiento que la ciudad nos ofrece ahora, gratuita y llevada al público gracias al dinero de unos capitalistas que resultaron ser buenos samaritanos (aquí se vale reírse)?
A patinar sobre hielo, digo yo. ¿O les da miedo resbalar, caerse y chocar contra algún mexicano que nunca ha ido a Nueva York?
El proyecto, que se inauguró el primero de diciembre, costó alrededor de 1.5 millones de dólares. Key Entertainment, una compañía estadounidense, la montó con la ayuda de subcontratistas, dijeron las autoridades. Varias compañías mexicanas importantes –entre ellas la cadena más reconocida de accesorios deportivos, una cadena de televisión masiva y una de las jugueterías más grandes– donaron el dinero.
[The project, which opened Dec. 1, cost about $1.5 million. Key Entertainment, an American company, built it along with subcontractors, officials said. Several large Mexican businesses — among them the country’s largest sporting goods chain, a major television network and one of the biggest toy chains — donated the money.]
Si Ebrard consiguió ese donativo, probablemente conseguirá otros para fines menos lúdicos y más socialmente correctos. Y aquí un apunte: ¿cuánto cuesta ir a un partido de futbol? A veces los boletos alcanzan precios ridículos, dos mil pesos, incluso, en reventa, cuando se trata de una final. Nadie critica el futbol, sin embargo, ese circo que nos ata al sillón y nos inunda de mucha publicidad y pocos goles. ¿Por qué condenar, entonces, el esparcimiento que la ciudad nos ofrece ahora, gratuita y llevada al público gracias al dinero de unos capitalistas que resultaron ser buenos samaritanos (aquí se vale reírse)?
A patinar sobre hielo, digo yo. ¿O les da miedo resbalar, caerse y chocar contra algún mexicano que nunca ha ido a Nueva York?
10.12.07
Más sobre los saldos del boom y La Tempestad
Manuel Llanes escribe, en su blog, una respuesta por demás inteligente y crítica a mi entrada sobre el boom (mi texto aquí) y el dossier que le fue dedicado en el número más reciente de la revista de artes La Tempestad (corran a comprarla, se agota). Espero que Manuel no sea el único que se sume al diálogo. Su entrada, aquí.
9.12.07
In Rainbows, 2
El New York Times reporta: "Pay What You Want For This Article". Yo escucho "Reckoner", mi favorita de In Rainbows, y no hago nada más que eso, es un domingo soleado, tengo que regar mis plantas.
7.12.07
Becks el papafrita
El Reforma se luce de nueva cuenta con su seccioncita web "Leer para creer" (tantos verbos, tantos infinitivos en ese diario ilegible). Ahora nos ofrecen una gran noticia:
¡Subastan papa frita de Beckham!
La fritura que el futbolista tiró durante su estadía en Nueva Zelanda será vendida en un sitio web.
Información, sin lugar a dudas, de primer orden. Sería más interesante, claro, si la nota rezara, en argentino, ¡Subastan al papafrita de Beckham! Eso, sí, sería una gran noticia.
6.12.07
3.12.07
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