27.10.09

De caídas y de muros


El domingo por la noche, sedado por el cambio de horario, terminé de leer Den orolige mannen (El hombre inquieto, 2009) la última entrega de la serie Wallander de Henning Mankell. No es grato decirle adiós al investigador sueco, ahora abuelo y sexagenario, víctima él mismo de varias pérdidas. La novela reflexiona sobre la actualidad o la estela de la guerra fría, sobre los engaños que Occidente se hizo a sí mismo durante dicho lapso nunca del todo acabado. No es raro que el libro aparezca justo ahora, cuando faltan pocos días para conmemorar (no diría celebrar) los veinte años de la caída del Muro de Berlín, allende el 9 de noviembre de 1989. ¿Qué hacía uno entonces? Estudiar la carrera equivocada en el lugar erróneo, recién cumplidos los 19. Recuerdo que en la Muestra Internacional de Cine (la vi, entera, en el hoy extinto Cine Latino) pasaron sex, lies, and videotape, el debut de Steven Soderbergh, y Another Woman, mi película favorita de Woody Allen. Pienso en Kurt Wallander y en Marion Post, protagonista del filme de Allen (que no es otra cosa sino un homenaje afortunado a las Fresas salvajes de Ingmar Bergman, suegro de Mankell). Pienso en la memoria que, con el paso del tiempo, se nutre y se erosiona: nada más paradójico que un recuerdo. ¿Y qué es un recuerdo? Esto se pregunta Allen. Y responde, ambiguo (o se lo pregunta de manera distinta): Un recuerdo es algo que uno tiene o algo que uno ha perdido. Algo así. Algo así recuerdo, hoy, mientras camino bajo una lluvia discreta, delicada, una pelusa de agua. Es como estar dentro de una nube, pienso. Ever overcast.

19.10.09

La garza confundida

Hoy por la mañana, cuando, atrapado en el tráfico de Constituyentes, manejo hacia Santa Fe, un ave que sobrevuela el congestionamiento llama mi atención. Primero lo pienso una paloma, pero algo en su vuelo, algo a la vez errático y elegante, me hace alzar la vista de nuevo en pos del pájaro. Descubro entonces que no puede ser más que una garza. Una garza solitaria, blanquísima, que parece haber perdido el rumbo (pienso en el primer capítulo de la Crónica del pájaro que da cuerda al mundo de Haruki Murakami, aunque La gazza ladra de Rossini no sea mi garza confundida). La escena la musicalizan András Schiff y su interpretación de las Variaciones Goldberg de Bach, grabada en ECM allende 2003 (el mismo sello ha editado, en dedos del mismo pianista, las primeras sonatas de Beethoven y la obra para piano de Leoš Janáček: imprescindibles). Me distraigo de la garza y pienso en ese libro que nunca he escrito, la versión narrativa de las mentadas variaciones. Alguien ya lo habrá intentado. La empresa me parece, en su heroísmo, una llamada al fracaso. De regreso a casa, escucho con atención la variación número 25, pequeña pieza que prevee el romanticismo en su integridad; se antoja un preludio, mejor aún, un nocturno de Chopin. Ah, Bach.

4.10.09

Dominical

Domingo. Nada que hacer, todo por hacer. Una taza de café a mi lado. MP y Anna desayunan en otro sitio. La violeta en plena flor, aquí en el estudio. Afuera, en la sala, las gatas juegan con cualquier cosa que se cruza en su camino. Pienso en las lecturas recién hechas y rehechas: Boyhood, Youth y Summertime, las escenas de una vida provinciana de J. M. Coetzee, en las que se convierte en John Coetzee, a caballo entre la ficción y la realidad, entre la auto y la alter-biografía. Pienso en el yo que se tranforma en él, en el ego subyugado a la tercera persona del singular y a los caprichos tanto de la memoria como de la ética personal. Pienso en el tiempo que uno desperdicia cuando lo vence un ataque de necedad. Pienso en el vacío crítico. Pienso en las lecturas que siguen, en lo que me depararán tanto Birchwood como The Infinities, en los cabos creativos de John Banville. Otro John. Pienso en las puertas que se abren. Hace calor.