MP escribe a mi lado. Mina nos observa desde su cama, a nuestros pies, y gime cuando repara en Joe, dormido sobre el sillón, junto a la ventana que da al jardín. Ha oscurecido, así que no se ven los rosales. En el estudio, lugar en el que sólo trabajo por las mañanas --cuando MP está aquí ambos trabajamos en la mesa del comedor--, la violeta florece de nuevo, señal inequívoca de que pasarán cosas muy buenas. Además, una nueva violeta, su hija --brotó de una de sus hojas, primero trasplantada a un vaso, luego a una maceta--, crece poco a poco y, espero, el año que entra florecerá. Los niños están de viaje, pero regresan el lunes. Así es la vida en Tlalpan.
(Escribo esto y pienso en las mangostas, mi animal favorito --más allá de Mina, Joe, los salmones y los colibríes-- luego de que viera un documental sobre su naturaleza. Nómadas y de apariencia felina, las mangostas viven en termiteros desocupados, abandonados por sus dueños originales. Allí, dan a luz. Para proteger a sus crías de los depredadores --las cobras entre ellos--, una mangosta del grupo sirve de vigía. Si un depredador aparece y cruza el umbral de seguridad del grupo, el vigía avisa al resto, que traslada, cautelosamente, a la camada a otro sitio. Las mangostas son de los pocos animales que pueden combatir, y abatir, a una cobra. Así es la vida de las mangostas.)
Hoy decidí hibernar, por decirlo de algún modo. Dedicarme a mi familia, a mis amigos verdaderos, a mis libros (propios y ajenos), a mis mascotas, a mis plantas y poco más que eso. No se necesita más. Regresaré, pues, a mi idea original de la vida en Tlalpan, luego de una serie de distracciones en el fondo irrisorias, discusiones banales, puyas inútiles. Comprendo lo que debo hacer: estar conmigo y con los míos. Cualquier otra cosa es necedad: todo lo aparentemente sólido, sí, se desvanece en el aire. Permanece lo real cercano, ajeno al mundanal ruido y al simulacro espectacular. No más necedad, pues.
MP sigue escribiendo, hermosa como siempre. Mina me mira, no gime más. Joe duerme aún. Y las plantas, pacientes, comienzan a florecer de nuevo. Así la vida en Tlalpan.
5 comentarios:
David, tú eres un mangosto.
Sabes cuánto te amo...inconmensurablemente. MPdeD
De acuerdo en todo. Vengan las postales de Tlalpan, las mangostas y los buenos libros. Un abrazo.
Yo viví hace un par de años en Tlalpan y extraño todo. Mi cafesito en el café San Agustín y comprar flores (astromelias) en el puesto que está a un lado de la farmacia. Es una joya el pueblo de Tlalpan.
Cuando yo tenía ocho años me quemé la pierna derecha en un campamento; del tobillo a medio muslo. Pasé un par de meses en cama. Mi abuela me leía interminablemente, fue mi introducción a los libros. Así disfruté El León, de Joseph Kessel; Una leona de dos mundos, de Joy Adamson y El libro de la selva de Kipling, dode habita el cuento de Rikki-Tikki-Tavi, mangosta vencedora de cobras, como tu, David, tal cual dice Nuñez.
Un abrazo hasta el apacible Tlalpan.
Publicar un comentario