[Liberales, absténganse.] En la pantalla jamás vi a Benicio Del Toro y siempre vi a Ernesto Guevara, el Che. Siempre me ha fascinado que la quintaesencia de lo que conocemos por revolución radique en ese peculiar monosílabo con hache en medio: che. La primera parte de la película de Steven Soderbergh, su opus magnum, es, sin más, magistral. Retrata la guerra de guerrillas en la Sierra Maestra en lo que se antoja tiempo real, sin más efectos que la condición humana ante las balas y guiada por una voluntad inflamada y honesta de cambio. No hay mayor dramatismo. No hay desplantes histriónicos. Hay guerrilleros, unos más simpáticos que otros. Fidel Castro, encarnado por un muy buen Demián Bichir, es un personaje secundario, aun más secundario que el encantador Camilo Cienfuegos, representado por Santiago Cabrera. ¿Cómo se hace una revolución? La respuesta está en la pantalla, en la que Soderbergh se luce. ¿Cómo se explica la revolución a los opresores imperialistas? Ver la respuesta anterior. Y más allá de eso, más allá de las ideologías y las pasiones, la memoria iconográfica. El retrato de Soderbergh es casi una calca y, cualquiera familiarizado con la revolución cubana y sus iconos, se sentirá en un estado perenne de déjà vu. ¿Nostalgia? Tristemente, sí. Todo salió mal, después. Y asumido el fracaso, una simple lección, en la propia boca del Che: un pueblo que no sabe leer y escribir es fácil de engañar. Y vivimos, nosotros, aquí, desde mucho antes que ese fastuoso lapso, 1956-1959, engañados. Hoy, sin embargo, no sería difícil elegir a quienes mandar al paredón a fusilar. En fin. Larga vida al Che, pues.
1 comentario:
but if you go carrying pictures of chairman mao... etcétera
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