6.7.10
Mi Uruguay
Dediqué la tarde no a saldar mis pendientes (muchos, luego demasiados) sino a atajar un cuento que comencé a escribir hace un par de días, luego de que mi amigo R. me contará de un mal trago que pasó el domingo, en Montevideo. Cuando me relató su acécdota --vida muy vivida o vívida--, le dije que allí leía una historia a ser adulterada por la ficción. Él me respondió que pasado el susto, dejaba dicha tarea en mis manos. Y le cumplí, hoy, luego de la derrota de Uruguay ante Holanda, mientras afuera llovían lágrimas celestes. El cuento, pues, tiene algo de elegía, además de mucho afecto no sólo por R. y su familia, sino por el paisito que, desde mi infancia, me hizo sentirme su nacional, pese a los muchos pasaportes míos que dicen otra cosa. Así como uno elige a su familia, sangre y acta de nacimiento aparte, también uno decide la patria a la que realmente pertenece. En mi caso, hay un río emocional que une al Río de la Plata con el Danubio, con escala en el Adriático triestino. Pero no les contaré mi cuento aquí, tan sólo aprovecho para recordar a mis queridos uruguayos, mi familia, en orden de aparición: Poli, Álex, Mauricio, Sebastián y Yuyo; más tarde Ricardo y, hace no mucho pero como si fuera siempre, Rafael, el hombre de la inicial cuya anécdota se volvió cuento. Y confieso algo: me gustaría que el primer país fuera de México que conociera Anna fuera Uruguay, llegar a Montevideo antes que a Buenos Aires...
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