1. Anoche, Anna durmió en su cuarto celeste por primera vez; mañana, cumple tres meses y medio con nosotros. Poco tiempo, mucho tiempo: ha rebasado ya los cinco kilos --no dudo que en su próxima visita a la pediatra pese seis-- y pronto medirá sesenta centímetros.
2. Horas antes de acostar a Anna, terminé de leer el primer volumen del Red Riding Quartet de David Peace: Nineteen Seventy Four (1999). Nunca había leido un noir tan noir. Además, la voz de Peace es logradísima: una dosis perfecta de crudo realismo con necesarias metáforas espolvoreadas aquí y allá, sin desperdicio ni excesos ni paja ni basura narrativa. La recreación de un espacio y una época --Yorkshire, Inglaterra, a mediados de los setenta-- le sirve a Peace para, subrepticiamente, reflexionar sobre los días que corren. ¿Qué tanto han cambiado las cosas, la condición humana desde entonces? ¿Qué nos dice la violencia y la corrupción de entonces, hoy? Han pasado 11 años desde la publicación de esta primera y notable entrega de Peace y el mundo no cambia, tan sólo hace más evidente su podredumbre y su espectáculo. No es una canción de cuna, no es una lectura optimista, pero sí es una obra de peso. Y pronto será traducida al español (en España). Me sigo, ahora, con Nineteen Seventy Seven (2000); y ya les cuento.
3. Horas después de acostar a Anna, pasada la medianoche, MP y yo terminamos de ver la segunda temporada de Mad Men, un gran retrato de la desolación íntima de los primeros años sesenta en Estados Unidos, justo en el momento en el que Kennedy enfrentaba los misiles --luego imaginarios-- de Krushchev. Pero la Historia pasa a un término secundario, de paso, en la serie: aquí importan las historias minúsculas y acotadas de sus protagonistas, hombres y mujeres en pleno rito de paso a la gran decadencia norteamericana. Luego de The Sopranos, gran y amplio trastocamiento de la vida suburbana en New Jersey, más allá de Manhattan, Mad Men se perfila como una de las mejores series sobre el devenir cotidiano en Estados Unidos. ¿Alguien tiene la tercera temporada por allí? Comienza el síndrome de abstinencia.
4. Finalmente, ayer la selección mexicana le ganó 2-1 a la tetracampeona selección italiana en uno de esos llamados "juegos amistosos" y preparatorios para la Copa del Mundo. Como siempre, el ego de los mexicanos está a tope y las derrotas ante Holanda e Inglaterra --la goliza a Gambia no cuenta-- han pasado al olvido. La mayoría pensarán que vencer al huésped Sudáfrica en el partido inaugural será un juego de niños; otros tantos, ya vieron a la selección hasta en las semifinales. ¿Será sano escaparse de la realidad justo ahora que el país está al borde del abismo? Siempre ha sido así, me temo. Y mientras los mexicanos no dejen de pensar en futbol ni en cuestionar efectivamente tanto a los medios como a la esfera de poder, no dejaremos de formar parte del espectáculo, enceguecidos por las lecciones del capitalismo y sus mecanismos de control. Mi selección es otra.
5. Hoy, ahora, Anna duerme su segunda siesta matinal en su cuarto celeste. Son las 12.17. Hace un día soleado, abrumadoramente cálido.