28.1.10

J. D. Salinger (1919-2010)


If you really want to hear about it, the first thing you'll probably want to know is where I was born and what my lousy childhood was like, and how my parents were occupied and all before they had me, and all that David Copperfield kind of crap, but I don't feel like going into it, if you want to know the truth. In the first place, that stuff bores me, and in the second place, my parents would have about two hemorrhages apiece if I told anything pretty personal about them.

¿Se necesita decir más? He allí el comienzo del libro perfecto de un escritor perfecto: The Catcher in the Rye (1951), de J. D. Salinger, narrador que acaba de dejar este mundo por segunda ocasión. Primero fue el exilio en el campo, en Cornish, New Hampshire, tras el éxito de su narrativa; allí vivió medio siglo, lejos de nosotros, el mundanal ruido. No publicó más. Ignoramos si continuó escribiendo. Nos dejó cuatro libros, varios cuentos sueltos, y ya está. No más. Y no hace falta más. Aquí un buen obituario.

25.1.10

En las nubes

Yo también estuve allí, up in the air, allá arriba en el aire, entre las nubes, como Ryan Bingham, el protagonista de la película más reciente de Jason Reitman que aquí lleva el título, ridículo, de Amor sin escalas (es todo menos eso, Up in the air). Recuerdo dos etapas de mi vida en las que viaje mucho, tanto que aprendí a dormir a lo largo de un viaje trasatlántico entero, inmune a la turbulencia y a las múltiples molestias de la sección económica de los aviones (nunca, como Bingham, volé en primera clase o en business, salvo en una ocasión, de México a Buenos Aires, el traslado más cómodo de mi vida). Me gustaban, mucho, los aeropuertos. Era adicto a ese tiempo muerto, a esa acumulación de espera y de nada, a la embriaguez solitaria con cerveza en los bares sin atributos de las terminales aéreas, a la vista desde las alturas. No acumulé, como el personaje de Reitman, millones de millas, no: lo mío era abandonarme al limbo, algo parecido a la meditación o a un estado artificial de gracia. Eso sí, cuando viajaba mucho a Los Ángeles y me hospedaba en un reconocido hotel de Beverly Hills, en la recepción me recibían con un sonriente "Welcome Back, Mr. Miklos". Ya arriba, en la habitación, vaciaba el minibar de cerveza y me asomaba por la ventana a mirar el cielo angelino y la insinuación del centro de la ciudad, siempre más allá del paraíso en miniatura que me contenía. Llegué, sin embargo, a padecer aquellos viajes. Recuerdo la hora del desayuno, ensimismado ante unos huevos benedictinos perfectos, azorado ante la hoja en blanco de mi diario, la pregunta "¿Qué hago aquí?" resguardada en el tintero. Ahora, aterrizado, no acumulo más tiempo muerto. Ahora que veo a Bingham me reconozco en él y me despido. Mi vida es otra. Estoy aquí, en el puerto que comparto con MP, en espera de que nuestra pasajera esté ya entre nosotros.

5.1.10

2010, atún, cuento

1. Esta mañana, un gran atún aleta azul de 233 kilos se subastó en Tokio: fue vendido por 177 mil dólares, a razón de 760 dólares el kilo. Uno podría vivir varios años de la pesca de un atún como ése, pienso. Aunque en realidad se me hace agua la boca y quisiera probarlo sobre un montecito de arroz al vapor, transformado en una discreta pieza de sushi de pocos gramos (10 gramos del dichoso pescado –y si las matemáticas no me fallan– costarían 7.60 dólares, bastante pagables). Luego pienso: ¿por qué no mejor pescar atunes en lugar de escribir? Y mejor no hago cálculos relacionados con los libros que he escrito.

2. He terminado un cuento. "La vida triestina", su nombre. Más que un cuento, es una suerte de emoción. Un humor en prosa. Y dará título a un libro que, si bien va la cosa, aparecerá publicado este año. Ahora bien, tengo que corregir los textos que acompañarán a esta breve pieza.

3. Y así comienzo el año en el que seré padre y cumpliré 40. Bring it on!