[Liberales, absténganse.] En la pantalla jamás vi a Benicio Del Toro y siempre vi a Ernesto Guevara, el Che. Siempre me ha fascinado que la quintaesencia de lo que conocemos por revolución radique en ese peculiar monosílabo con hache en medio: che. La primera parte de la película de Steven Soderbergh, su opus magnum, es, sin más, magistral. Retrata la guerra de guerrillas en la Sierra Maestra en lo que se antoja tiempo real, sin más efectos que la condición humana ante las balas y guiada por una voluntad inflamada y honesta de cambio. No hay mayor dramatismo. No hay desplantes histriónicos. Hay guerrilleros, unos más simpáticos que otros. Fidel Castro, encarnado por un muy buen Demián Bichir, es un personaje secundario, aun más secundario que el encantador Camilo Cienfuegos, representado por Santiago Cabrera. ¿Cómo se hace una revolución? La respuesta está en la pantalla, en la que Soderbergh se luce. ¿Cómo se explica la revolución a los opresores imperialistas? Ver la respuesta anterior. Y más allá de eso, más allá de las ideologías y las pasiones, la memoria iconográfica. El retrato de Soderbergh es casi una calca y, cualquiera familiarizado con la revolución cubana y sus iconos, se sentirá en un estado perenne de déjà vu. ¿Nostalgia? Tristemente, sí. Todo salió mal, después. Y asumido el fracaso, una simple lección, en la propia boca del Che: un pueblo que no sabe leer y escribir es fácil de engañar. Y vivimos, nosotros, aquí, desde mucho antes que ese fastuoso lapso, 1956-1959, engañados. Hoy, sin embargo, no sería difícil elegir a quienes mandar al paredón a fusilar. En fin. Larga vida al Che, pues.
30.1.09
28.1.09
Pollock
Hoy, hace 96 años, nació Jackson Pollock. Desconocía el dato. Hasta que entré a Google y di con esto:Es, sin lugar a dudas, el mejor logo de Google en toda su historia. Y es que, en efecto, hay un Pollock en casi cualquier esquina. Por ejemplo, en la estación de metro San Antonio, con dirección a El Rosario:
Pollock encarna una animalidad que, lo confieso, nunca me ha terminado de fascinar. En mi caso, de todos ellos, es Mark Rothko el que me mueve. Pero celebremos a Pollock. Celebremos esa animalidad. Digamos, junto con él, "Fuck Picasso!"
Pollock encarna una animalidad que, lo confieso, nunca me ha terminado de fascinar. En mi caso, de todos ellos, es Mark Rothko el que me mueve. Pero celebremos a Pollock. Celebremos esa animalidad. Digamos, junto con él, "Fuck Picasso!"
26.1.09
After Dark, After Hours, Murakami
¿A qué le teme Murakami? Mírenlo. Es un retrato viejo, tomado en su antiguo bar, Peter Cat, allende 1978, a un año de la publicación de su primera novela, Escucha al viento cantar. Detrás del futuro escritor, discos, muchos discos. ¿Y más allá de esos discos? El futuro, tal vez; la oscuridad, seguro. Y digo seguro, lo afirmo, porque termino de leer After Dark, su novela más reciente. Una novela breve, si la comparamos con El pájaro que da cuerda al mundo o Kafka en la orilla, aunque narrada a un ritmo que se antoja de tiempo real. Una noche en Tokio. Varios personajes cuyas historias se cruzan. Una mujer dormida que transita entre nuestro mundo y otro mundo, la realidad en inevitable, pero sutil, colisión con lo metafísico. Mientras leía After Dark no podía dejar de pensar en After Hours (1985), una película magnífica de Martin Scorsese. Ambas, novela y película, me hicieron sentir lo mismo: la noche es más habitable que el día, toda vez que uno consigue cruzar el umbral que separa al sueño profundo (cuando la noche nos vence) de la vigilia (cuando creemos haber vencido a la noche). En la noche el tiempo fluye de manera distinta. Hay horas que se antojan meses, minutos que parecen años, segundos que, simplemente, vencen a la eternidad. Pero la noche, como todo, de pronto se acaba. Sale el sol, esa luz gratuita, como quiere Murakami, y mudamos de piel, nos volvemos, de pronto, mundanos. Algo así. Y de nuevo: ¿a qué le teme Murakami?
25.1.09
200: Gatos, dientes, migraña, sueño
Llego a la entrada número 200 de este blog. ¿Qué publicar? Me decido por un sueño, un sueño muy reciente, ocurrido hace menos de una hora, volcado en mi ubicuo diario de sueños. Helo aquí: "Sueño con Joe y ahora que lo escribo descubro que en realidad sueño con Frankie, mi gato muerto. Cargo al gato y suelto al gato: el gato da un brinco casi olímpico, cae al suelo y, de pronto, comienza a respirar muy rápido. MP trabaja, no se da cuenta de lo que sucede. Tomo al gato en mis brazos, pienso que se lastimó un pulmón, que una costilla le hizo una perforación, lo palpo, pero no. Descubro que el gato tiene los colmillos inferiores zafados, la mandíbula dislocada. MP continúa trabajando. Decido que debo llevarme al gato lo más lejos que pueda, abandonarlo, dejarlo morir en paz y que nadie se entere de su sufrimiento. En mi ansiedad, me toco la dentadura, el colmillo inferior izquierdo. El diente se afloja y, finalmente, se zafa, cae en mi mano. Pero no es el colmillo sino un diente incisivo. El hecho no me altera. Es un diente defectuoso, siempre lo fue, y no me sorprende el hecho de haberlo perdido, así se lo explico a MP. Contemplo el diente, vacío por dentro, rastros de una carie en su superficie. Despierto, entonces, de una larga tarde vespertina. La cabeza me duele un poco menos que antes, aunque el dolor persiste. Tengó, aún, todos mis dientes en la boca. Joe está bien. No pasa nada." Freudianos, absténganse.
23.1.09
Nos vemos afuera
Leo El libro negro, columna de Antonio Ortuño en Milenio y que esta semana se llama "Discutir y/o golpearse", y pienso en lo que dice Clint Eastwood sobre la pussy generation, es decir, la generación marica (en donde "marica" quiere decir más que otra cosa "débil" y "cobarde", sin ofender a los homosexuales, arteramente llamados maricones; no: Clint va de otra cosa). Dice Ortuño:
Cuenta Ibargüengoitia, en alguna de sus feroces crónicas de la vida cultural mexicana, que una mañana vio a dos escritores (parece ser que uno de ellos era Fernando Benítez y el otro Juan Miguel de Mora) trenzados a golpes en una tortería del Sur del DF. Lo que le pareció admirable al novelista, además de la postal magnífica de dos intelectuales sudorosos, enrojecidos y con los gestos exagerados del odio gobernándoles las caras, es que un par de escritores mexicanos hubieran consumado sus desavenencias a tortazos en lugar de conspirar el uno contra el otro en silencio.Ortuño concluye que, hoy, lo que sucede en el medio intelectual, más en particular en el huacal literario, no son madrizas como la relatada en la cita, sino una "polémica de señoritos". Nadie usa las manos, convertidas en puños, claro, y pocos saben usar bien las palabras y batirse en franco duelo. No. Hay que ser políticamente correctos y no ofender a nadie ni lanzar piedras y/o adjetivos bien colocados. Ahora lo que dice Eastwood (en Esquire):
We live in more of a pussy generation now, where everybody's become used to saying, "Well, how do we handle it psychologically?" In those days, you just punched the bully back and duked it out. Even if the guy was older and could push you around, at least you were respected for fighting back, and you'd be left alone from then on.Las cosas, claro, ya no son así. Tras bambalinas, como anota Ortuño, todo mundo habla mal de todo mundo y dice hacerle guarradas a sus madres, hermanas, esposas, abuelas y/o mascotas. O nada más a sus amigos literarios. Ya en público, todo es cordialidad y aparente armonía, salvo que se pueda evitar mirar de frente al enemigo y exista la posibilidad de escabullirse y no más bronca. Pero sigamos con Clint:
[Vivimos en una generación más marica ahora, en la que todos acostumbran decir "Bueno, ¿cómo arreglamos esto de forma psicológica?" En los viejos tiempos, nada más golpeabas al intimidador y te las apañabas. Incluso si el tipo era mayor y podía arrastrarte por allí, por lo menos te hacías respetar por responderle, y entonces te debajan en paz.]
I don't know if I can tell you exactly when the pussy generation started. Maybe when people started asking about the meaning of life.Aplauso y carcajada, por favor, para Clint. Y mejor ya no le sigo. Nos vemos afuera.
[No sé si puedo decir cuando comenzó la generación marica exactamente. Quizá fue cuando la gente comenzó a preguntarse sobre el significado de la vida.]
22.1.09
Óscares, Dow, a la baja
Mientras contemplo cómo el Dow zozobra --parece avión que aterriza en el Hudson y flota hacia el sur de la isla, a la deriva--, aparecen en pantalla las nominaciones de los premios de la Academia, es decir, los famosos y dorados Óscares. ¿Qué les puedo decir, yo, fanático de Gran Torino y de su director, Clint Eastwood, ahora que veo que ni mi héroe ni su película más reciente se encuentran entre los nominados? Aquí, mi dictamen.
Una amiga, V., demócrata consumada, que vive en Los Ángeles, me dijo que Gran Torino no estaba destinada a ser una Mejor Película. Esto no me sorprendió en lo más mínimo, ya que V. y yo diferimos mucho en puntos de vista relacionados con el cine. Lo que sí me sorprendió es que dijera que éste no era el año de Clint Eastwood. Pero ya que lo pensé un poco más, comprendí. Y claro: además de libertario y escéptico de los finales felices, Clint vota republicano. ¿Cómo, recién asumida la presidencia de Obama, la Academia iba a pemitirse la nominación de sus crudos filmes, Changeling y Gran Torino, ambos críticas a una sociedad a la deriva, lo mismo que el Dow?
Me extiendo. Que Obama ocupe ya la Casa Blanca no quiere decir que el cambio se haya consumado. No. Él mismo lo dijo, desde el día uno, cuando venció en las elecciones a McCain: esto es apenas el inicio del cambio. En su discurso de investidura, fue sobrio y claro: lo que seguía era trabajo, mucho trabajo. Sin embargo, la gente, fascinada por el carisma del nuevo emperador, aliviada de que W dejara el edificio y DC, creyó que el cambio era ya, ahora. Y nadie mejor que la Academia para ilustrar esta idea.
La película más nominada es una de corte fantástico: The Curious Case of Benjamin Button, dirigida por el otrora peleonero David Fincher. No me cuesta trabajo confesarlo: la película me encantó. Y, sí, es entretenimiento en estado puro, la quintaesencia de Hollywood, una vuelta al mejor cine de antaño (un poco como Australia, de Luhrmann, pero sin los excesos maximalistas). La película de Fincher es una celebración de las elecciones humanas, un muy buen relato de superación personal. Ser uno mismo. Reinventarse de ser necesario. Además de eso, es técnicamente impecable. Una hermosa película fantástica, pues.
¿Por qué, además de Gran Torino, tampoco se nominó a Revolutionary Road, de Sam Mendes, en ninguna de las categorías importantes? Por lo mismo. Esta entrega de los Óscares está dedicada a la shiny happy people of America. Entre las mejores películas, para acallar a los bocones como yo, entran una película políticamente correcta sobre la causa y el activismo gay (Milk, de Gus Van Sant) y una película política (Frost/Nixon, de, oh sí, Ron Howard). Encontramos, además, nominaciones de consolación: Penélope Cruz y Heath Ledger, como actores de reparto; vaya, hasta Brad Pitt como mejor actor. Y Angelina Jolie como mejor actriz por Changeling, ella sí --yo sí celebro su actuación y deseo que se lleve la presea, aunque traicione a Kate Winslet, que, eso sí, no fue nominada por Revolutionary Road sino por The Reader... Larga vida al Holocausto, fascinación de Hollywood--, como para tener a la parejita, Brangelina, contenta durante la premiación. El mejor nominado es, sin lugar a dudas, Mickey Rourke: lección de lecciones. El peor nominado, incluso peor que Pitt: Robert Downey Jr. Ni al caso, no por Tropic Thunder.
En fin y en suma: en Hollywood quieren hacerse de la vista gorda, tapar el sol con un dedo y fingir que el sol ya salió y no se volverá a meter hasta que otro republicano llegue a la Casa Blanca. Mejor evitarse cosas feas como el aborto, la intolerancia racial, la estupidez humana, la cobardía, la decadencia tanto de la familia como de la sociedad. No. Eso no. Eso no brilla, hoy. Mejor el mundo fantástico, la simulación, la reinvención de uno mismo, el espectador, ante el aparente cambio. Y, por favor, no se me tome por un pesimista. No. Por allí, me temo, no va la cosa.
Hollywood está a la baja, edulcorada la lista de nominados al Óscar. El mejor guión, basado en una novela de Richard Yates, fue ignorado (Revolutionary Road, pues). La mejor actuación --que quizá sea su última-- y la mejor película, también (o sea, Gran Torino y Clint Eastwood, para el que no le quede claro... ¡Ni siquiera les gustó a los de la Academia la canción, interpretada por Jamie Cullum!). Que gane, pues, The Curious Case of Benjamin Button. O que me pongan un tapabocas, finalmente, si las preseas más importantes se las llevan Danny Boyle y Slumdog Millionaire, el favorito de los cinéfilos. Y que no sea el año de Clint Eastwood no quiere decir que, de la noche a la mañana, América, el imperio, sea otra. Es la misma, jodida y a la baja. Y nosotros debajo de ella. Pero mejor me callo.
Una amiga, V., demócrata consumada, que vive en Los Ángeles, me dijo que Gran Torino no estaba destinada a ser una Mejor Película. Esto no me sorprendió en lo más mínimo, ya que V. y yo diferimos mucho en puntos de vista relacionados con el cine. Lo que sí me sorprendió es que dijera que éste no era el año de Clint Eastwood. Pero ya que lo pensé un poco más, comprendí. Y claro: además de libertario y escéptico de los finales felices, Clint vota republicano. ¿Cómo, recién asumida la presidencia de Obama, la Academia iba a pemitirse la nominación de sus crudos filmes, Changeling y Gran Torino, ambos críticas a una sociedad a la deriva, lo mismo que el Dow?
Me extiendo. Que Obama ocupe ya la Casa Blanca no quiere decir que el cambio se haya consumado. No. Él mismo lo dijo, desde el día uno, cuando venció en las elecciones a McCain: esto es apenas el inicio del cambio. En su discurso de investidura, fue sobrio y claro: lo que seguía era trabajo, mucho trabajo. Sin embargo, la gente, fascinada por el carisma del nuevo emperador, aliviada de que W dejara el edificio y DC, creyó que el cambio era ya, ahora. Y nadie mejor que la Academia para ilustrar esta idea.
La película más nominada es una de corte fantástico: The Curious Case of Benjamin Button, dirigida por el otrora peleonero David Fincher. No me cuesta trabajo confesarlo: la película me encantó. Y, sí, es entretenimiento en estado puro, la quintaesencia de Hollywood, una vuelta al mejor cine de antaño (un poco como Australia, de Luhrmann, pero sin los excesos maximalistas). La película de Fincher es una celebración de las elecciones humanas, un muy buen relato de superación personal. Ser uno mismo. Reinventarse de ser necesario. Además de eso, es técnicamente impecable. Una hermosa película fantástica, pues.
¿Por qué, además de Gran Torino, tampoco se nominó a Revolutionary Road, de Sam Mendes, en ninguna de las categorías importantes? Por lo mismo. Esta entrega de los Óscares está dedicada a la shiny happy people of America. Entre las mejores películas, para acallar a los bocones como yo, entran una película políticamente correcta sobre la causa y el activismo gay (Milk, de Gus Van Sant) y una película política (Frost/Nixon, de, oh sí, Ron Howard). Encontramos, además, nominaciones de consolación: Penélope Cruz y Heath Ledger, como actores de reparto; vaya, hasta Brad Pitt como mejor actor. Y Angelina Jolie como mejor actriz por Changeling, ella sí --yo sí celebro su actuación y deseo que se lleve la presea, aunque traicione a Kate Winslet, que, eso sí, no fue nominada por Revolutionary Road sino por The Reader... Larga vida al Holocausto, fascinación de Hollywood--, como para tener a la parejita, Brangelina, contenta durante la premiación. El mejor nominado es, sin lugar a dudas, Mickey Rourke: lección de lecciones. El peor nominado, incluso peor que Pitt: Robert Downey Jr. Ni al caso, no por Tropic Thunder.
En fin y en suma: en Hollywood quieren hacerse de la vista gorda, tapar el sol con un dedo y fingir que el sol ya salió y no se volverá a meter hasta que otro republicano llegue a la Casa Blanca. Mejor evitarse cosas feas como el aborto, la intolerancia racial, la estupidez humana, la cobardía, la decadencia tanto de la familia como de la sociedad. No. Eso no. Eso no brilla, hoy. Mejor el mundo fantástico, la simulación, la reinvención de uno mismo, el espectador, ante el aparente cambio. Y, por favor, no se me tome por un pesimista. No. Por allí, me temo, no va la cosa.
Hollywood está a la baja, edulcorada la lista de nominados al Óscar. El mejor guión, basado en una novela de Richard Yates, fue ignorado (Revolutionary Road, pues). La mejor actuación --que quizá sea su última-- y la mejor película, también (o sea, Gran Torino y Clint Eastwood, para el que no le quede claro... ¡Ni siquiera les gustó a los de la Academia la canción, interpretada por Jamie Cullum!). Que gane, pues, The Curious Case of Benjamin Button. O que me pongan un tapabocas, finalmente, si las preseas más importantes se las llevan Danny Boyle y Slumdog Millionaire, el favorito de los cinéfilos. Y que no sea el año de Clint Eastwood no quiere decir que, de la noche a la mañana, América, el imperio, sea otra. Es la misma, jodida y a la baja. Y nosotros debajo de ella. Pero mejor me callo.
21.1.09
The day after, Obama, once varas
Yo no sé ustedes, pero yo a Obama, ayer, lo sentí con prisa de bajarse del estrado. Primero, la ansiedad: se trabó en el juramento, como el que se traba en el altar. ¿Quería ya decir su discurso? Probablemente. No dijo nada nuevo. Fue puntual. Inteligente, no repitió lo que hizo cuando obtuvo la presidencia de Estados Unidos. No. Emoción contenida. A trabajar, dijo. Nosotros, el pueblo. Humilde. Todos ellos (o todos nosotros) Obama, allí en el Capitolio. Ya por la noche los bailes y demás mamarrachadas. Hoy, a meterse en la camisa de once varas --o de fuerza-- a la que se sometió gustoso, gracias a nuestros votos. Inicia el cambio. Con mesura (no como aquí, que se asume un cambio antes de que suceda y miren: allá se lamentaron luego de 8 años de Bush; acá serán 12 con la azul impericia). Un primer grano de arena. Y a ver si no se lo lleva el viento. Hopefully, he'll endure. All hail the new king!
19.1.09
Dylan, G, cierta sabiduría ranchera
Es lunes de Tae Kwon Do y los niños y yo subimos al coche. Pongo el Bringing It All Back Home de Dylan. Desde 1965 suena "Subterranean Homesick Blues" --me encanta cuando dice: "You don't need a weather man / To know which way the wind blows"-- y los niños se encienden aún más de lo encendidos que siempre viven. La canción les da risa. Bailotean. G me pregunta si tengo el disco. Sí, le respondo. No es la radio. Se emociona aún más. Acaba la canción. Entre el silencio de los tracks, T entristece, quiere que la ponga de nuevo. Comienza "She Belongs to Me". Y G, cierto de sí, dice: "Esta también es ranchera." Y sí, así es. Dylan es un gran ranchero. Más tarde, terminada la clase y la tarea, los niños se duchan. Y cantan: "O-ba-ma, O-ba-ma, O-ba-ma". Parece, entonces, que el viento sopla en una buena dirección, desde el rancho grande hasta aquí.
18.1.09
Gran Clint, grandes amigos
A mis amigos verdaderos, buenas personas todos ellos
Anteanoche MP y yo vimos Gran Torino, la película más reciente de Clint Eastwood. La vimos metidos en la cama, protegidos del frío y del mundanal ruido bajo el edredón, la película proyectada en la pantalla de mi MacBook. Un ritual que nos gusta cada vez más, ya que las películas adoptan una dimensión distinta, íntima, aunque pixeleada. Pero sigamos con Gran Torino, una de las mejores películas que he visto en mi vida, filme majestuoso sobre el sino de la amistad y la vulgaridad de la cobardía que aqueja a nuestro devenir cotidiano más presente. No puedo sacudirme de encima el clímax de la película, esa escena: el hombre --no diré cuál-- muerto, abatido sobre la acera. Sacrificado. Los brazos extendidos sobre una imaginaria cruz urbana. Luego, la calma, una misa con cuerpo presente --segunda de la película--, elipsis obligada. Finalmente, la paz y la voz de Clint Eastwood, a la Tom Waits, cantando el tema, "Gran Torino", la voz madura, casi acabada, que le cede el micrófono al joven Jamie Cullum, insuflado de vida. El tema que me acompaña todo el día, ahora. El nudo en la garganta que no se termina de deshacer. La certeza de que Clint Eastwood es el más grande cineasta americano vivo. Ayer, apenas MP se fue a correr, escribí un texto en 12 partes, 12 retratos de los personajes encarnados por Clint Eastwood, desde Joe y Harry el sucio hasta Walt Kowalski, protagonista de Gran Torino. Pero no digo nada, como siempre. ¿Por qué me conmovió Gran Torino? No. Más que conmoverne, me abatió. Caí al suelo (un suelo metafórico), fulminado, lo mismo que el hombre que se ofrece en sacrificio y cae, el cuerpo en cruz, sobre una acera urbana. Un mundo de cobardes, pienso. Sissies, como los llama Clint Eastwood. Pienso en mis amigos, los verdaderos, todos ellos valientes. Y pienso en los amigos que, en realidad, nunca lo fueron y no están más aquí, aunque sus fantasmas sirvan como recordatorio de la infamia, de la cobardía, de la traición a sí mismos. Sigo sin decir nada. En fin. Mejor canto. Canto "Gran Torino", el sutil piano al fondo, nunca mundanal ruido, y me voy a abrazar a MP que escribe allá en el comedor.
16.1.09
Sada, Casi nunca
Alcanzo la mitad de Casi nunca (México: Anagrama-Colofón, 2008), la novela más reciente --y acaso la más accesible y, encima de todo, la mejor-- de Daniel Sada (Mexicali, 1953). Allí donde Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (México: Tusquets, 1999), su aparente opus magnum, significaba una afrenta de lectura, Casi nunca se deja leer sin más que pleno goce --y gozo-- literario --aunque confieso que pude entrarle hasta el tercer intento, en el que todo fluyó, finalmente--. Sin más rodeos: Sada sabe lo que es un clásico y su listón está, no exagero, por debajito de Shakespeare y demás, aunque no supera a Yáñez, Rulfo, Arreola e Ibargüengoitia --a todos ellos en conjunto, como quiere el raramente superlativo Christopher Domínguez Michael en su reseña de la novela--, sino que se suma al panteón de nuestras mejores letras (no sólo mexicanas, sino de la lengua). En fin. Diez años después, entendemos que la verdad, aunque parezca mentira, casi nunca se sabe: pronto reseñaré a Sada en forma. Ahora nada más quería compartir mi entusiasmo. ¿Y el Herralde? Eso, francamente, es lo de menos, y no hace falta ahondar en esas aguas: leamos Casi nunca sin etiquetas ni premios. Comprendamos, por fin, a Sada y su grandeza --bravo, pues--, su capacidad de hacer de una historia menor literatura mayor. Condición humana en estado puro: sí: ¡faltaba más! Ahora, a darle a la segunda mitad, no más distracciones.
10.1.09
Historia, Mishima, Fertilidad
Leo, lenta, pausada, interrumpidamente Nieve de primavera, primero de los cuatro tomos del Mar de la fertilidad (1968-1974) de Yukio Mishima (1925-1970). Es muy distinto a cualquier cosa que he leído. Y lo disfruto así, a cuentagotas, como disfruto mi taza matutina de té. Apenas antes de ayer hice subrayados en el libro, por allí de las páginas 120-125. Entresaco lo que sigue de una discusión entre los muy jóvenes Shigekuni Honda y Kiyoaki Matsugae, protagonistas ulterior y principal del libro, respectivamente:
¿Obedece la Historia alguna vez a la voluntad de los hombres?Una pregunta y un puente hacia una respuesta, pienso. Y pienso todo esto ahora que el Estado de Israel deja su destructiva marca en la Historia. Mejor seguir con Mishima, fingir que no se escuchan caer las bombas en Gaza.
La Historia es un testimonio de la destrucción. Siempre hay que dejar espacio para el siguiente cristal. Para la Historia, construir y destruir son la misma cosa.
Hay una sola forma de participar en la Historia, y es la de no tener voluntad en absoluto, de funcionar sólo como un átomo hermoso y resplandeciente, eterno e inmutable. Nadie debe buscar otro significado en la existencia humana.
8.1.09
Låt den rätte komma in
Hace un par de semanas fuimos a ver Twilight con los niños. Insistían en verla. Y nosotros, pues, teníamos curiosidad (mi amiga M me escribió que fue a verla con su hija M, en Brooklyn, y que ambas quedaron encantadas). En fin, que fuimos. Mala idea: era viernes, era la tarde y el cine, en Loreto, estaba lleno de adolescentes que pretendían ser como los vampiros y no vampiros del filme. Pensamos que la cosa no pasaría de ruido en la sala. Pero no. La cosa acabó mal y no la relataré aquí. ¿Y Twilight? No la recuerdo bien. Recuerdo vampiros bellos y vampiras hermosas jugando baseball. Recuerdo pieles muy blancas. Y efectos especiales como de otra época. No mucho más. Ignoro quién la dirigió y cómo se llaman los actores. No lo investigaré. Nada memorable, pues. Memorable, sin embargo, es Låt den rätte komma in (2008), película del sueco Tomas Alfredson, o bien, Let the Right One In, como se tradujo al inglés, lo que en castellano equivaldría a decir Dejad que entre el indicado. Algo así. Más que a Twilight o que a cualquier otra película de vampiros, el filme de Alfredson me remitió a la ochenterísima The Hunger (1983; acá se llamó El ansia), película de Tony Scott con Catherine Deneuve, David Bowie y una Susan Sarandon jovencísima. En corto y en la película más reciente: hay una vampira (interpretada por la notable Lina Leandersson) y hay un hombre que la protege. Hay, también, un niño muy rubio del que abusan sus compañeros de curso. El niño rubio se enamora de la vampira. Y eso. La historia de amor de Oskar y Eli es entrañable (con un toque de gore). Y la lección: hay que dejar entrar al indicado. Los vampiros, debe anotarse, no pueden cruzar el umbral de nuestra vida si no les cedemos el paso. En fin. Que los suecos hacen mejor cine que los estadounidenses (esto ya lo sabíamos desde Bergman, aunque algunos bostecen). Y que Twilight palidece más que la piel de sus lánguidos, bonitos vampiros ante la luminosa oscuridad de Let the Right One In. ¿Se estrenará aquí? Esperemos que sí. Y a ver cómo la traducen al español. Esperen cualquier cosa.
5.1.09
Arena, Australia, Judi, mármol
1. Mi última lecura del 2008 fue la primera del 2009: La mujer de arena, de Kôbô Abe, novela a la que llegué gracias a un comentario de mi amigo Doug. El comienzo, un hombre que desaparece, me resultó por demás familiar: nada me obsesiona más, literariamente, que las desapariciones, esas vidas que se suspenden y se trasladan a otra parte. ¿A qué parte? He ahí el quid. ¿Qué decir de Abe? Sí, le da un aire a Kafka y otro a Beckett. Parangones aparte, no se parece a nada que hubiera leído antes. O sí. Me remitió, de entrada, a Being Dead, de Jim Crace, gran novela que leí en una mala época y en un año nuevo, también, allende 2003 o 2004, no lo recuerdo bien. En la novela de Crace hay una playa y hay dos muertos (desaparecidos: se tardarán en descubrirlos y, mientras tanto, la naturaleza hará de las suyas con los cuerpos abandonados en una playa). En la novela de Abe, un hombre que busca escarabajos desaparece en una playa. Y allí se queda, en un foso, con una mujer, transformado en un Sísifo. O en un escarabajo más. Padecí y disfruté la prosa de Abe. Ahora estoy, cambio radical, en el mar de la fertilidad de Mishima. Será un año japonés. Tengo una pendiente de Oé por allí. Y JM me recomendó leer Silencio, de Endo. Así será.
2. Este año comencé a colaborar con "Cine y 1/2", la sección de cine de la renovada revista Nexos. Hablo de Changeling, una de las dos películas más recientes de Clint Eastwood, pronta a estrenarse en México. La nota puede leerse aquí. Y hablando de cine, la última película que vi en 2008 es innombrable. La primera del 2009, Australia, de Baz Luhrmann. ¿Y saben qué? Me gustó. Mucho. Es un homenaje notable al mejor cine de Hollywood --desde el arreo de vacas hasta los ataques aéreos-- y un brillante ejercicio maximalista. A pesar del botox y de las cirugías, Nicole Kidman es entrañable. Me divertí mucho. ¿Qué más?
3. Adoptamos a una perra: Judi es su nombre. MP y yo la paseábamos por un callejón del centro de Tlalpan. Desde su coche, un hombre nos dijo: "Es luna llena. Llévenla al zoológico." Un instante después --se me perdonará: hace un par de domingos se me reventó el oído izquierdo, no escucho bien--, comprendí lo que el hombre en realidad había dicho: "Es una hiena. Llévenla al zoológico." Y, sí, Judi parece una hiena. Y una coyota. Y todos los perros imaginables. En uno. Aún no nos acostumbramos a ella. Se ha comido más de una docena de piñas y esferas, quiso destrozar nuestro heliotropo, se orina adentro de la casa, etcétera. Pero la queremos.
4. Subí fotos de mármol y más a Flickr.
5. Y bueno, El salto de salmón cambió más de envoltura que de contenido. Ni modo. Así soy yo. ¿Así las cosas? No. Basta. No más remates.
2. Este año comencé a colaborar con "Cine y 1/2", la sección de cine de la renovada revista Nexos. Hablo de Changeling, una de las dos películas más recientes de Clint Eastwood, pronta a estrenarse en México. La nota puede leerse aquí. Y hablando de cine, la última película que vi en 2008 es innombrable. La primera del 2009, Australia, de Baz Luhrmann. ¿Y saben qué? Me gustó. Mucho. Es un homenaje notable al mejor cine de Hollywood --desde el arreo de vacas hasta los ataques aéreos-- y un brillante ejercicio maximalista. A pesar del botox y de las cirugías, Nicole Kidman es entrañable. Me divertí mucho. ¿Qué más?
3. Adoptamos a una perra: Judi es su nombre. MP y yo la paseábamos por un callejón del centro de Tlalpan. Desde su coche, un hombre nos dijo: "Es luna llena. Llévenla al zoológico." Un instante después --se me perdonará: hace un par de domingos se me reventó el oído izquierdo, no escucho bien--, comprendí lo que el hombre en realidad había dicho: "Es una hiena. Llévenla al zoológico." Y, sí, Judi parece una hiena. Y una coyota. Y todos los perros imaginables. En uno. Aún no nos acostumbramos a ella. Se ha comido más de una docena de piñas y esferas, quiso destrozar nuestro heliotropo, se orina adentro de la casa, etcétera. Pero la queremos.
4. Subí fotos de mármol y más a Flickr.
5. Y bueno, El salto de salmón cambió más de envoltura que de contenido. Ni modo. Así soy yo. ¿Así las cosas? No. Basta. No más remates.
3.1.09
2009, un nuevo salto
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