El 26 de septiembre de este año abrirá en la Tate Modern de Londres una retrospectiva de la obra de los últimos años de Mark Rothko. Como preámbulo, el Guardian publica un texto maravilloso de Jonathan Jones, crónica de viaje a la Capilla Rothko en Houston y celebración de la actitud estética del último pintor de la belleza. Aquí un fragmento en mi más libre traducción:
El 25 de febrero de 1970 la galería Tate recibió un regalo sorprendente: ocho pinturas de tamaño mural creadas por Rothko para el restaurante Four Seasons de Nueva York, sito en el edificio Seagrams, aunque, de acuerdo con él, totalmente inapropiadas para el escenario superficial, ruidoso y distractor de un restaurante caro. Motivado por razones personales complicadas --entre las que se contaban su búsqueda de un recorte en el pago de impuestos, su deseo de insultar al Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) y su admiración por los cuadros de Turner de la Tate--, Rothko otorgó al Reino Unido sus pinturas más accesibles, emotivas y perdurables. Mucho antes de ver un Pollock, me sentaba en el Cuarto de Rothko de la Tate, no deprimido como muchos dicen que el arte de este hombre es, sino sobrecogido y pleno de júbilo. El mismo día que la Tate acuso de recibidas las pinturas, también fue enterada de una noticia horrible: Rothko se había quitado la vida en su estudio de Manhattan, rebanándose las arterias de ambos brazos y desangrándose hasta la muerte.Así Rothko, así las cosas.
[On February 25 1970, the Tate took delivery of an astonishing gift: eight mural-sized paintings created by Rothko for the Four Seasons restaurant in New York's Seagram Building, but judged by him to be totally inappropriate for the superficial, noisy, distracting setting of an expensive restaurant. Motivated by complicated reasons of his own - which included his pursuit of a tax break, his desire to insult New York's Museum of Modern Art (MoMA), and his admiration for the Tate's Turners - Rothko gave his most accessible, moving and enduring paintings to Britain. Long before I ever saw a Jackson Pollock, I would sit in the Rothko Room at the Tate, not depressed as some people say they are by this man's art, but awed and exhilarated. The day the Tate took delivery of the paintings, they also received some horrible news: Rothko had killed himself in his Manhattan studio, slicing open arteries in both arms and bleeding to death.]