27.2.08

Dylan


Nunca entenderé porqué la gente espera que las cosas sean como antes. Tampoco entenderé porqué se espera que Dylan cante más que recite, porqué no se acepta que, pasadas cuatro décadas, Dylan ha madurado al grado de haberse convertido en un real monolito viviente. La banda que lo acompaña es magistral, hecha a su medida, a su gran talla musical. La voz de Dylan acompaña a la música; y viceversa. Las nuevas versiones de sus canciones clásicas --ayer cantó, entre otras, "Rainy Day Women 12 & 35", "Stuck Inside of Mobile with the Memphis Blues Again", "Masters of War", "Like a Rolling Stone" y, a manera de cierre, "Blowin' in the Wind"-- hablan de una meditación profunda sobre la permanencia y, al mismo tiempo, sobre el poder, la contundencia del cambio. Las canciones más nuevas, comprendidas en sus tres discos más recientes --aparecidos entre 1997 y 2007--, hablan de un hombre que, certero de la estatura de su poesía, se ha dedicado a encarnar todo lo americano, en un sentido musical, en sus composiciones. Si en estudio se escuchan bien, en vivo son, sin más, espeluznantes: pensemos en la fuerza de Led Zeppelin mezclada con la epifanía de The Beatles y, faltaba más, el genio de Bob Dylan, un real sobreviviente de su época, el más genuino, irrepetible de los cantantes y compositores de rock, un real revolucionario, aunque se le condene por haber cedido tanto a lo eléctrico y a ser Bob Dylan, no un mero, fugaz cantante coyuntural de protesta. Da lo mismo, pues, que Dylan no pueda cantar "Blowin' in the Wind" así como lo hacía en 1963, cuando The Freewheelin' Bob Dylan apareció como una revelación a la fecha perenne. Dylan, hoy, es Dylan. Así las cosas.

Blowin' in the Wind


Those days in the garden at Prospect Cottage, with time suspended or off elsewhere bothering someone else, were as rich as days can be. Digging in the shingle, scattering seeds, cutting back the santolinas, breathing in the heavy scent of the sea kale. I can't think of a better use for my senses and soul.

--Howard Sooley, "Derek Jarman's Hideaway".
Bob Dylan canta desentendido del público. Bajo sus pies, una rosa de los vientos. Lleva traje negro con rayas rojas a los costados de los pantalones, botones de metal, un sombrero blanco. Botas. Canta y balancea las piernas. Al final, junta a su grupo y, en medio de ellos, se mece, como si se abrazara a sí mismo. Yo abrazo a MP. Y sólo entonces, termino de entender: acabo de ver, acabo de escuchar a Bob Dylan, desentendido también del público, abrigado por el abrazo de MP, como si estuviéramos ante el mar en Dungeness, en el jardín de Prospect Cottage, la casa negra con marcos y puerta amarillos a nuestra espalda, una canción en la brisa:

How many roads must a man walk down
Before you call him a man?
Yes, 'n' how many seas must a white dove sail
Before she sleeps in the sand?
Yes, 'n' how many times must the cannon balls fly
Before they're forever banned?
The answer, my friend, is blowin' in the wind,
The answer is blowin' in the wind.

How many times must a man look up
Before he can see the sky?
Yes, 'n' how many ears must one man have
Before he can hear people cry?
Yes, 'n' how many deaths will it take till he knows
That too many people have died?
The answer, my friend, is blowin' in the wind,
The answer is blowin' in the wind.

How many years can a mountain exist
Before it's washed to the sea?
Yes, 'n' how many years can some people exist
Before they're allowed to be free?
Yes, 'n' how many times can a man turn his head,
Pretending he just doesn't see?
The answer, my friend, is blowin' in the wind,
The answer is blowin' in the wind.
Así las cosas.

19.2.08

Una visita al vacío


1. Lo que más me gustó fue la estructura, esa contra Catedral levantada en un extremo del Zócalo.

Visto desde afuera, el llamado Museo Nómada es una "obra maestra" del reciclaje, en cuyo interior uno esperaría encontrar algo que coincidiera, no sólo estética sino moralmente, con su contenedor.

Digámoslo de entrada y en tres palabras: no es así.

La exposición itinerante Ashes and Snow, conjunto de fotografías, videos y música ambiental --al que se suman una novela epistolar y demás parafernalia dispuesta a los ávidos consumidores del orbe--, es la opus magnum de un personaje visionario llamado Gregory Colbert.

(Conocía la estructura en otra de sus encarnaciones, allende Santa Monica, California; en lugar de la Catedral Metropolitana del DF, el océano Pacífico de fondo, el Museo Nómada sito al costado de un parque de diversiones erigido sobre un muelle, otra atracción más.)

Al interior del Museo Nómada encontramos una serie de fotografías en las que se retrata --impresa en sepia y con el grano tan peculiarmente reventado que nos sentimos ante uno de esas fotografías-ilustraciones que imitan al oleo sobre el lienzo-- una extraña, enrarecida convivencia entre el mundo animal y el humano.

Acompañan a los retratos tres videos, es decir, las fotos en movimiento, y la atmósfera está habitada por una sutil música que recuerda a la que puede escucharse en cualquier Starbucks del planeta, quizá para que uno se sienta en casa allí dentro (aunque aquí pueda aducirse que la mayoría de los espectadores de Ashes and Snow no toman café en Starbucks, lo mismo que no patinan sobre hielo en el Rockefeller Center de Manhattan; tampoco conocerán ni en Nilo ni el Ganges, algunos de los escenarios naturales que sirven de fondo al show).

Hay niños sentados junto a una manada de apacibles guepardos, elefantes que se levantan al paso de una balsa, un águila que vuela y baila con una mujer que agita, danzante, una pluma; hay libros abiertos y ojos cerrados; hay ballenas que surcan los aires y elefantes que flotan ingrávidos sobre un hombre que nada, el propio Gregory Colbert, la bestia última, en su auto retrato. Y hay una voz que explica los videos, una narración que nos dice que, en suma, hay que "soñar con un ojo abierto" (y, por ende, con el otro ojo cerrado)... ¿Se tratará de la vieja metáfora del rey tuerto entre los ciegos?

Otra afirmación en tres palabras: no lo dudo.

Antes de proseguir, una digresión teórica. Un paréntesis, inevitable, acaso.

(2. Hubo un tiempo, una larga época en la que al arte se le demandaba, sin más, belleza. A la belleza se accedía, grosso modo, mediante el virtuosismo, que a veces devenía en genio, o a través del recalcitrante oficio. Lo anterior es evidente tanto en la música como, sobre todo, en las artes visuales, que en dicha época, hoy consumida, se reducían a la pintura y la escultura, representadas por artistas singulares y sus escuelas, luego compuestas por artesanos para siempre anónimos. La belleza como fin llegó a su cenit, digamos, pasada la mitad del siglo XX, como quiere Arthur C. Danto al referirse a Mark Rothko, apunte que este observador del arte comparte. Junto a Rothko están otros pintores, casi todos figurativos e ingleses; entre ellos se cuenta la tríada favorita del que estas líneas firma: Francis Bacon, Lucian Freud --vivo aún-- y Euan Uglow. ¿Es bella la pintura de Francis Bacon, su "abstracta" carnicería? Sí. La belleza no es sólo evidente en aquello que se representa en el lienzo, sino en el gesto que en él se plasma, mediante trazos, colores y luz. Entonces, claro, hay que hacer una distinción entre aquello que es artísticamente bello y aquello otro que no es más que meramente bonito. En el arte --sobre todo en las artes visuales que ya no están reducidas a la pintura y a la escultura, sino a la fotografía, estática y en movimiento, sumadas a una amplia gama de representaciones e intercambios entre disciplinas--, la belleza fue superada por el concepto, por decir algo a manera de sumario, y lo bonito se sumó a la arraigada tradición kitsch de todas las manifestaciones pretendidamente artísticas y que no son más que desplantes, siempre caducos, de pedestre, fugaz espectáculo.)

3. Antes de la estructura, la llegada a ella, poco antes de las nueve de la mañana de un domingo cercano en el calendario.

Una nueva digresión, pues, aunque fuera de paréntesis, ya que forma parte de la experiencia misma.

Constatamos, MP, los niños y yo, que no había que formarse durante tres horas para entrar al Museo Nómada, cuyas puertas apenas abrían y franqueamos sin mayor problema ni espera. Adentro, una fila y una voz desde un megáfono, un anuncio que nos insistía en que circuláramos libremente, y no como hormigas hacinadas, al interior de recinto. Pero la gente prefería la seguridad de la hilera que la desbandada, tal vez extranjeros a la experiencia, al estar dentro de un llamado museo, a contemplar libres de ataduras lo allí expuesto.

Había mucho que ver pero, al mismo tiempo, no había mucho que ver. Así como se sorprendieron ante los animales, los niños pronto se aburrieron y nos pidieron que nos fuéramos sin siquiera ver completo el segundo video, menos aún el tercero: la repetición, ad nauseam, de la cosmovisión megalómana de Gregory Colbert, maestro de la producción en serie, empresario al fin y al cabo, artista de consumo.

Lo bonito, pues, aburre. Más aún cuando se disfraza de arte.

¿Por qué no advertirle a la masa espectadora que lo que contemplará no es más que una variación new age, combinada con world music y aroma a café desafeinado y global de un circo libre de piojos y de riesgos, los felinos realmente domesticados --acaso dopados y, porqué no, sujetos a un no tan sutil proceso de montaje digital-- y el maestro de ceremonias, emperador sin ropaje, desvestido?

El Museo Nómada, sí, responde a su nombre, pero no como un circo que avanza a lo largo de un territorio polvoriento y se instala junto a cada pueblo, sino como cualquier película taquillera que llega, tarde o temprano, a un límpido Cinemex o a un aséptico Blockbuster.

Es gratuito, sí, pero no está permitido retratar la obra. El folleto publicitario de Ashes and Snow, exposición auspiciada por la Rolex Foundation, se vende al público por tres pesos, el objeto más barato de una serie de productos exponencialmente caros.

Si se quiere una foto sin precio de la obra, allí, junto a la proverbial tienda del museo en la que se venden hasta trozos del bambú con el que se hizo la estructura, se han colgado afiches, abigarrados, para que las cámaras hagan lo suyo. Es lo último que uno ve, cuando finalmente deja atrás la nada, ese agujero negro creado por Gregory Colbert y su vacía espiritualidad holística.

4. Afuera, el sol. Y la estructura que, engañosa, se antoja vacía en su relleno.

Estoy seguro que los niños se divirtieron más, lo mismo que nosotros, con el espectáculo que nos ofreció la porra de los Pumas --escoltada por un eficiente cuerpo de policía sin armas de fuego--, que ese domingo jugaban contra Monterrey en el estadio de CU, a bordo del último vagón del metro. Pronto, los bucólicos guepardos quedaron atrás, vencidos por los pumas. Me quedo, pues, con ese recuerdo dominical, la estampa de nosotros cuatro ante la porra.

Y me quedo con la estructura.

Vacía.

Así las cosas.

[PS. Notas complementarias, en el mismo tenor que esta entrada: Roberta Smith, en el New York Times; José Luis Barrios, en Confabulario; y MP, a quien le dedico estas palabras y el rescate de Lucian Freud, en su nuevo blog.]

18.2.08

Jalmolonga

Luego del viaje en carretera (que fue como un trayecto al interior de un túnel en el que de poco nos enteramos mientras seguíamos las luces traseras de la camioneta de N), nos recibieron las estrellas, muchas, entre una nube que se deshacía. Uno de esos cielos que no existen en el DF. Cenamos, nos fuimos a dormir, dormimos. Nos despertó un gallo. Un gallito, en realidad, con su cacareo. Y, apenas salimos del cuarto, todo fue la luz.


Al desayuno siguió el paseo por el jardín, un terreno del tamaño de, digamos, tres huertas. Un jardín amplio, con distintos jardines interiores. Muchos árboles frutales venidos de distintas latitudes, muchas flores, muchas esquinas perfectas para la contemplación. MP me dijo que quería plantar un jardín como el de Derek Jarman, luego de ver el jardín de C. No puedo más que sumarme a su deseo. Terminó el paseo, comimos, platicamos, la noche de nuevo.


Al día siguiente, la despedida del jardín, muy temprano. Fotos a las flores, al cielo, a MP. Desayunamos. Y regresamos al DF. Así las cosas.

15.2.08

Paz


Leía Tempestades de acero de Ernst Jünger, me paseaba con el libro por la vida, entre mi casa, la casa de MP y mi oficina. J me vio con el libro, platicamos sobre los hombres que supieron registrar la Historia, mayúscula, mientras sucedían contenidos por ella, pensamos, junto con Jünger, en Chateaubriand, en Sándor Márai... Pasaron algunos días. Fui a la oficina de nuevo. Pasé por J a su cubículo. Y, con la sonrisa que invade su cara cuando está a punto de tener un gesto amistoso, me dice que tiene un regalo y un préstamo para mí. El regalo: Le souffleur de verre, libro de su amigo Fouad El-Etr, editor del hermoso sello artesanal La Délirante. El préstamo: Aphorismes, de Ernst Jünger, también bajo el sello de La Délirante. Jünger, me cuenta J, fue amigo de Fouad. J dice que cree haber visto a Jünger alguna vez. Abre el libro, su sonrisa crece, se ilumina aún más, y posa el dedo sobre uno de los aforismos, el número 20:

Le Christ russe es ressuscité, mais il ne s'est pas encore nettoyé de la terre.

Y hoy que yo me asomo al libro, finalmente, con calma, una calma que se manifiesta luego de un par de semanas de intenso, feliz vértigo, doy con este aforismo, el número 96:

Rares sont ceux qui méritent qu'on les contredise.

Pienso en J, en cómo nunca había escrito sobre él, en la admiración que me produce, que me provoca, veo su sonrisa iluminada, esos ojos azules, debajo de la amplia, sabia frente que porta con elegancia, los ojos cuyo brillo devela un savoir-vivre que siempre me pacifica.

Paz.

Abro de nuevo el libro, pienso en MP, busco, deliberadamente, el aforismo número 11:

Dans un prose qui renonce aux conclusions, il faut que les phrases soient comme graines et semences.
Así las cosas.



[Este retrato de Jünger, un grabado que acompaña a los aforismos, fue hecho por Raymond Mason, creador de la imagen que aparece en las portadas de cada uno de los libros de La Délirante.]

12.2.08

11


Ayer, luego de un largo proceso, MP terminó su tesis de maestría. Felicidad total. Y ésta es la entrada número 111. Así las cosas.

[En la imagen, el sol sin manchas, un día 11.]

11.2.08

Juno and Jean (and me)

El sábado por la noche MP y yo fuimos a ver Juno. ¿Qué puedo decir? Iba a hacer una reseña amplia, una crónica, una serie de vasos comunicantes con mi propia historia, pero nada más diré que me gustó. Mucho. Me conmovió. Me pareció brutalmente genuina. El guión, portentoso. Ellen Page, gloriosa. Se me perdonará lo superlativo: Juno es, en serio, una película magnífica. ¿O será nada más que tocó fibras importantes, y mucho, en mí? Eso, también eso, sí. Pero más allá de eso, más allá de ver a Jean en Juno, hacia el final, cuando cede, me parece una película excepcional, buen cine como hacía mucho que no veía, una cruza entre Superbad y lo mejor de Wes Anderson. Algo así. Lo mejor, el final, la sala aún oscura, yo en el abrazo, en el abrigo de MP. Aquí, al principio. Así las cosas. [PS. Juno, además, lee McSweeney's; esto lo repito para que Guillermo, a quien ya se lo dije y quien es un buen hombre, corra a verla.]

Luz

Esta foto tomada por Ozier Muhammad y aparecida en el New York Times, es elocuente: un hombre iluminado. ¿Será una ilusión, un simulacro, un fuego fatuo? No lo sabemos, no aún. Por lo pronto, baste decir que Barack Obama comienza a despuntarse de Hillary Clinton. Y ya veremos qué pasa.

Más allá de eso, la luz que no es ilusión: MP aquí.

Así las cosas.

8.2.08

Luminary

080208


Amanece. Afuera, los volcanes. Adentro, MP y yo. Hay días así, en los que la palabra del día es, sin más, luminary. Más tarde, cuando ella se va pero su abrazo permanece, el Ajusco. Lo retrato. Y el Ajusco me persigue durante la mañana. Salgo a la calle, camino a la Nápoles; y de regreso. El Ajusco se asoma entre los edificios, arriba del distribuidor vial, como si retara al edificio del WTC, el antiguo Hotel de México, un par de centinelas. Como el par de ochos que abrazan al dos en la fecha de hoy. Sí. Un par de amuletos que nos resguardan. Hoy, desde que comenzó el día a las cero horas, luminoso.

7.2.08

Manamaná...



...patipitipi.

Es mi amigo Antonio Ortuño quien, finalmente, encontró la versión original de esta maravillosa canción muppet. Ignoren el alemán, igual se entiende.

[PS. Acá abajo, en inglés.]

6.2.08

Árboles


Árboles en el sueño. Árboles en el parque de mi infancia. Árboles jóvenes, delgados. Árboles alineados, pinos de todo tipo, un bosque en potencia. Muchos árboles plantados en la tierra, conviviendo con el pasto amarillo, el fresco verdor contra la árida palidez. Árboles, docenas, cientos de árboles en el sueño.

Árbol, lápiz: tala. Platico con Óscar, otro aparecido en mi sueño, sobre la asociación entre estas palabras. Falta una, evidente: papel. Y corteza, dice Óscar.

Pienso en árbol y me vienen los versos finales, la coda de la “Carta de creencia” de Octavio Paz, a la cabeza:

Tal vez amar es aprender
a caminar por este mundo.
Aprender a quedarnos quietos
como el tilo y la encina de la fábula.
Aprender a mirar.
Tu mirada es sembradora.
Plantó un árbol.
Yo hablo
porque tú meces los follajes.
Pienso, claro, en MP. Me pienso árbol y la pienso viento. Nos pienso, árbol y viento, en el parque de mi infancia. O árboles ambos, las copas encontradas allá en lo alto, meciéndonos al mismo viento, las ramas entrelazadas, acariciándose unas a las otras. Sí: eso. Árboles ella y yo.

Así amanezco hoy.

Así las cosas.

California


Aún le quedan algunos minutos al súper martes electoral. Un minuto, de hecho. En este momento, el conteo de delegados global le da una ventaja de cerca de 100 a Hillary Clinton, quien obtuvo una victoria contundente en Nueva York y otra sorpresiva en Massachusetts, tierra de los Kennedys y de los Kerrys, cuyo apoyo no fue suficiente para que Barack Obama se llevara el estado; sin embargo, Illinois, estado por el que es senador, lo ganó por un amplio margen. Dan las 12, es miércoles ya. No creo que haya más sorpresas. La contienda, pues, continuará. Vendrán más golpes bajos y, sí, Clinton estará desbordada de poder. ¿Se impondrá el cambio? ¿Estará Estados Unidos listo para Obama? De pronto, y a mi pesar y el del país del norte, lo dudo, aunque me mantengo raramente optimista.

Leo esto en el New York Times:

If Mr. Obama wins or comes close in this enormous state that was once safe Clinton territory, it could indicate that he has a real chance of winning his party’s nomination. If, on the other hand, he cannot resonate in this change-oriented, diverse and enormously delegate-rich state, it could be a strong sign that this will not be his year.

[Si Obama gana o se acerca al triunfo en este enorme estado que alguna vez fue el seguro territorio de los Clinton, esto podría indicar que tiene una oportunidad real de obtener la nominación de su partido. Sí, por otro lado, no consigue resonar en este estado guiado por el cambio, diverso y enormemente rico, esto podría ser un fuerte signo de que éste no será su año.]


Lo anterior lo escribió Adam Cohen, la nota completa, "Will the Capital of Change Choose Change or Experience?" puede leerse aquí.

Son las 00:08: el NYT anuncia, mientras escribo, que Clinton ganó California.

Es, pues, hora de irse a dormir. Ya mañana habrá tiempo para meditaciones menos alteradas.

Pero si mis súper martes siguen siendo así de sorpresivos, la verdad, pues, no me quejo.

Así las cosas.

5.2.08

We have a dream


Hacia la 1.08 de la mañana del martes 5 de febrero de 2008 emití mi voto en la elección primaria de los Democrats Abroad. Elegí, claro, a Barack Obama, como puede verse en la imagen que acompaña a esta entrada. Horas antes, fuimos a cenar, MP y yo, con mis padres (era su aniversario de bodas, 43 años casados), mi hermana y mi cuñado. Hicimos una escala. Y nos retratamos, a manera de homenaje y apoyo a Obama, hoy, junto con el reverendo MLK, como puede verse aquí. De pronto, el real optimismo. Luego de un fin de semana maravilloso, esperamos que el súper martes también lo sea. Ahora, intentaré el sueño, a pesar de la euforia. Yes we can! And yes I do... Así las cosas.

4.2.08

Yes We Can



Vote Barack Obama


2.2.08

Wonderwall


Escribo. Hago una pausa. Imprimo lo que llevo de la novela, el texto, el primer borrador casi terminado. Abro el editor de Blogger. Escribo de nuevo. Es 2 de febrero. Hace 35 años, MP llegó a México, en brazos de sus padres.

Hace dos meses, cruzamos un primer umbral, MP y yo. Un primer umbral de, por así llamarlo, proximidad. Ya habíamos cruzado otros umbrales antes, desde nuestro primer encuentro: umbrales de risa, de silencio, de complicidad... Eso.

Hace no mucho, y esto ya lo relaté, me puse a escuchar "Wonderwall" de nuevo, tanto la versión original de Oasis como el maravilloso cover de Ryan Adams. Hoy, recuerdo las palabras de Noel Gallagher, su compositor. Una entrevista, si mal no recuerdo, aparecida en Rolling Stone, allá por 1997. Le preguntaban a Gallagher qué era un wonderwall. Y él decía que era como cuando estabas esperando un camión, sin dinero en el bolsillo, y, allí en el bolsillo, te encontrabas, sí, con un boleto para abordar dicho camión. Te decías (o él se decía, en inglés de clase obrera): "Fucking mega, that's me wonderwall!"

Fucking mega, pienso yo, cuando me asomo por la ventana del departamento y miro el Ajusco, o la bruma que no me permite contemplarlo. Regreso la mirada y, en su recorrido hacia el monitor, la veo, veo a MP concentrada ante su propio monitor, sopesa algo, una mano sobre la otra, acaricia el ceño que frunce con el índice de la izquierda. Me mira mirarla (ay, sus ojos), sonríe, se ríe en un fugaz suspiro. Ignora que escribo sobre ella, que la describo. Y pienso, sí, that's me wonderwall!

2 de febrero, 2 de la tarde, two of us.

Así las cosas.

Y así también.

1.2.08

# 100: Abrir puertas


Ésta es la entrada número cien de El salto del salmón y, a la vez, la primera entrada de febrero: el primer mes de 2008 terminó y su saldo fue bastante positivo, es difícil quejarse ante un año que comienza de manera tan contundente.

Es temprano por la mañana, apenas amanece. MP salió de la casa cuando aún estaba oscuro, más oscuro cuando, a regañadientes, nos despertamos a encarar el día. Viernes, por fin. No regresé a la cama, permanecí despierto. Y heme aquí.

Pienso en la otra noche. Vamos al cine. Antes de que comience El orfanato, le cuento a MP una historia de adopción. Y ella recibe un mensaje: la puerta del cuarto de los niños se ha quedado cerrada. Con llave. Los niños, claro, afuera. Todas sus cosas (ropa, zapatos, mochilas), adentro. Nada que hacer por ahora. Inicia la película. Baste con decir que tiene que ver tanto con adopciones como con puertas. Una puerta, cerrada, clausurada de hecho, y su pomo suelto, en particular. Detrás de la puerta, claro, la resolución de la historia, del misterio, el motivo de las apariciones. Un par de buenos sustos, acompañados de sus respectivos gritos, y un final, porqué no, feliz. Un faro de pronto encendido. La puerta, sí, abierta: el umbral traspuesto. La respuesta encontrada.

Termina la película, regresamos a casa de MP. Los niños duermen en su recámara, en la cama de ella. La puerta de su cuarto, cerrada, sus camas vacías allí dentro. Niguna llave abre la puerta. El desarmador no sirve de ganzúa. Nada. Comienza a hacerse tarde, hay que madrugar al día siguiente. Optamos por intervenir la cerradura, ir más allá del pomo que no gira. Un poco de fuerza bruta, algo más de ingenio y... El pomo gira, la puerta se abre, clausuro la cerradura, MP devuelve a los niños a la cama. Esa puerta se mantendrá, de aquí en adelante, abierta: será imposible cerrarla de nuevo.

Así las puertas. Así las cosas.

100 entradas, pues.

Y feliz cumpleaños número seis para Tomás.