11.5.08

El bienpensante

Ahora en Buenos Aires conocí --soy generoso: en realidad padecí-- al viejo editor de una revista bienpensante, una publicación cuya antigüedad suma una decena de años, poco más, poco menos. El calificativo viejo lo enorgullecerá: para dicho editor, las revistas son como el vino, por más que se hayan convertido en vinagre; las revistas jóvenes --y exclusivamente críticas o literarias, esa necia, indestructible epidemia--, por su parte, no son dignas de tomarse en cuenta dentro de su registro de intereses y conveniencias. Imposible dialogar con él si se es joven: sus oídos se cerrarán, no tendrá reparo en interrumpirnos --mejor aún: en callarnos-- y buscará a otro editor bienpensante para departir con él. El viejo editor bienpensante es, también, latinoamericano, aunque gustaría de ser otra cosa, acaso norteamericano. Ya se sabe, uno de esos editores más preocupados por las pretendidas luminarias bienpensantes que engruesan su agenda y le dan fe de mercado a las páginas de su revista --escritores de fama y ánimo mercachifle--, y menos preocupados por la cultura que, en un principio, anima sus fingidamente contestatarias publicaciones, todas ellas con títulos que apelan a la libertad de expresión o al reto. Además de publicar y cortejar zalameramente a autores del establishment, este viejo editor bienpensante es adicto al concepto festival cultural: gusta de darle la mano, digamos, a Joaquín Sabina, y reunir a editores y periodistas en divertidas ciudades con playa, con el ánimo de que se vendan 100 o 300 ejemplares más de su revista y su termómetro de popularidad suba al tope. Un viejo editor bienpensante que cree fielmente haber llegado a las alturas de The New Yorker --revista a la que emula y celebra, sin darse cuenta de que una revista así es impensable en nuestros terruños del sur--, pero que tira menos de 20 mil ejemplares de su propio y descafeinado bodrio y no venderá más de cinco mil. Su fin último será cruzar el Atlántico. Y ser reconquistado por la Madre Patria. Un viejo editor bienpensante, nada más que eso. El nombre se lo pueden poner ustedes. Puede ser cualquier viejo editor malpensante: sobran, nos faltan dedos para contarlos. Así las cosas.

2 comentarios:

Douglas dijo...

pero mi querido David, qué puede ser mejor, más extasiante, más cojonudo, que darle la mano a Joaquín Sabina, estar a dos pasos de Mario benedetti, olerle los pedos a Vargas Llosa (a cualquiera de los dos)?

En realidad Sabina me cae bien, aunque no estoy seguro de si darle la mano sea buena idea. No creo que sea tan bienpensante como el editor que mencionas. No creo que sea tan culto, que conozca a tanta otra gente tan bienpensante, ni siquiera creo que se mire el ombligo tanto, como todo buen pensante debe hacer. No lo creo.

Un saludo,

D

Mariana dijo...

úchalas. pues a mí me gusta mucho su revista. aunque ya se ve que de calidad humana no tiene mucho el hombrecito, eso cambia mucho la perspectiva.

qué mal toparse con gente así y lástima que la república de las letras esté llena de viejos sapos petulantes.