29.9.07

Magic

“I wanted one thing on the record that was the perfect pop universe. You know, that day when it’s all right there; it’s the world that only exists in pop songs, and once in a while you stumble on it. It’s the longing, the unrequited longing for that perfect world. Pop is funny. It’s a tease. It’s an important one, but it’s a tease, and therein resides its beauty and its joke.”
Bruce Springsteen acerca de “Girls in Their Summer Clothes”, canción de Magic (2007), en un reportaje de A. O. Scott, The New York Times, hoy.

28.9.07

'Cross the Breeze


"I wanna know!" canta o aúlla Kim Gordon. La canción, parábola perfecta (de sutil arpegio a arpegio sutil con un centro monumental, un wall-of-noise sin parangón), me parece el punto más alto de Daydream Nation, el disco seminal de Sonic Youth que el año entrante cumplirá dos décadas de haber sido lanzado al aire. ¿Por qué escuchar "'Cross the Breeze" justo ahora, una y otra vez, sin tregua? Es viernes. El otro que pude haber sido yo llega a Portland, Oregon, en 1988. Escucha la canción, muy distinta a lo que suena en su viejo Walkman II de Sony: el Safe at Home de The International Submarine Band, primero de los geniales proyectos del efímero Gram Parsons, creador del country-rock, la evidente antesala de su única colaboración con The Byrds y su disco-metamorfosis Sweetheart of the Rodeo, ambos aparecidos 20 años antes, en 1968. Pero no nos distraigamos. La canción distrae a mi otro yo de la pacífica beatitud de "A Satisfied Mind", uno de los standards obligados del country. Todo se llena de ruido. Es de madrugada, sobrevivido del ocaso. La canción mana, supone, del único departamento con una ventana iluminada en un edificio contiguo a la estación de autobuses. Aguza el oído: a Kim Gordon la acompaña otra voz, también femenina. Una voz que parece romper con su timidez quintaesencial. La voz viva, en Portland, que canta sobre la voz grabada, en Nueva York, dice, repite como un mantra: "I wanna know! Should I stay or go?" Y mi otro yo se sonríe, camina lejos de allí, cubre sus oídos con los audífonos y oprime "play" de nuevo, la voz de Parsons canta, dulcemente, las graves, rasposas palabras de Johnny Cash: "Well I shot a man in Reno just to watch him die", hasta que la canción se transforma en "That's All Right" y mi otro yo canta, casi en un murmullo, "That's all right, mama, that's all right". Y todo está bien, todo está bien y mi otro yo se va, mientras ella, la única mujer despierta del edificio aledaño a la estación de autobuses, sigue gritando "I wanna know!"

24.9.07

Easy Tiger

Pasada la turbulencia del fin de semana, esa rara calma llena de ruido, el lunes me sorprende. O me sorprendo: estoy de buen humor, una vez más, casi tan soleado como el día. Ayer tuve un desencuentro con el pequeño emperador. Hizo un pequeño desastre (todo en él, incluso sus manifestaciones, es pequeño) y, de manera metafórica, lo puse a trapear su chiquero. Se enojó. Pero, ahora lo constato, apendió la lección. Ronronea y frota su nariz contra mi cara, luego de un lapso arisco, superado. Pero no quiero hablar del pequeño emperador sino de Ryan Adams (né David Ryan Adams, en Jacksonville, Carolina del Norte, en 1974), cuya música siempre me ha parecido la banda sonora de la vida que no tuve, una vida en paralelo y que sucede en Texas o en Oklahoma, en alguna ciudad otrora vaquera. Su disco más reciente, Easy Tiger (2007), es un regreso al notable sonido que consiguió con Heartbreaker, su debut solista de 2000, y que alcanzó su cima en Cold Roses (2005) y Jacksonville City Nights (2005), que bien podrían ser un disco triple, prolífico como pocos. En su nueva entrega, Adams reunió otra vez a su grupo, The Cardinals, y la consigna pareció ser la brevedad: 13 canciones de tres minutos, más o menos, cada una, como sencillos antiguos de 45 revoluciones por minuto. Me imagino en un tractor o a bordo de un camión de Greyhound que deja Texas y se interna en la América profunda. Me pienso con una camisa roja y a cuadros de manga corta y botones de presión, unos 501s y, sí, unas botas vaqueras muy gastadas de tanto caminar. Llevo sombrero, claro, y me oculto bajo la visera para dormir un poco. Es el final del día, he trabajado mucho no sé bien en donde, y regreso a casa o hago un viaje solitario sin dirección del todo definida. Escucho "I Taught Myself How To Grow Old", la canción que cierra Easy Tiger. Todo es nostalgia y ocaso. Y me digo, pienso, quizás lo mascullo mientras muerdo una brizna de hierba: "Easy, tiger. Easy, boy." Y me voy, me sigo yendo, lejos de la turbulencia del fin de semana.

21.9.07

La filosofía de Jack Bauer

"Do you know how to use this?", le pregunta Jack Bauer a su cuñada y le entrega una pistola cargada.
"No", responde ella.
"Point and shoot."
Jack sale de la escena.

El pequeño emperador pequeño

12.9.07

La visitante



Apareció allí, sobre el sillón, que es casi de su mismo color. Una visitante sin manchas.

Los gatos del número 10

10 Downing Street, antiguo hogar del primer ministro con cara de guasón con urgencia ortodental, ha sido casa de gatos. En la imagen puede verse a Humphrey, el 24 de noviembre de 1997. Tristemente, Humphrey fue evacuado del número 10. Hoy, sin embargo y cerca de una década después, Sybil se pasea por sus jardines, pariente distante del pequeño emperador, aquí al otro lado del Atlántico, desentendido de estas historias insulares que, genéticamente, tienen que ver con él.

10.9.07

Queremos tanto a Britney


Ayer Britney Spears regresó al escenario. Los periodistas y expertos de la farándula, siempre oportunos, la destrozaron en todos los diarios de hoy. El evento, claro, lo olvidarán mañana. ¿Qué se le critica a Britney, más allá de su nerviosa, desangelada actuación de ayer en los MTV Video Music Awards? En primer lugar, el cuerpo: una mujer de 25 años, madre de dos, que acaba de lidiar con un largo lapso de excesos. Aceptémoslo: aún así, un poco más carnosa que ayer, la deseamos. Luego se le critica el pasado inmediato: el exhibicionismo sin tregua de su vagina y sus nalgas (muchas veces animado por su antigua amiga, la también exhibicionista y exitosa, la mujer-marca, Paris Hilton), el momento en el que se rapó, su exceso de vida nocturna y, claro, en el fondo, el aparente abandono de sus hijos (quienes, seguramente, estarían en las manos de muy bien pagadas niñeras). Vaya, la misma presentadora del evento, Sarah Silverman, se le fue encima a Britney luego de que presentara su más reciente sencillo, "Gimme More", y dio a entender que, a sus 25 años, la estrella estaba acabada, consumida, que no haría nada más en su vida (verbatim: “She is amazing! I mean, she is 25 years old and she’s already accomplished ... everything she’s going to accomplish in life”). Así las cosas. Pensemos, para no ir más lejos, en nuestra controvertida Gloria Trevi, como me hizo ver mi amiga Graciela luego de un desayuno de trabajo. Hoy nos da lo mismo si estuvo involucrada en un caso de abuso sexual de menores (de la mano de Sergio Andrade), abusada ella misma. Hoy podemos verla en las portadas de muchas de las revistas de circulación nacional, maquillada como modelo profesional o despelotada como siempre. Hoy celebramos a Gloria, su pasado olvidado. Mañana celebraremos a Britney. Yo la celebro hoy mismo. ¿Ya me puedo ir? Hit me baby, one more time! [Más adelante, el caso Amy Winehouse en el Reino Unido.]

6.9.07

El aprendizaje del pequeño emperador

O bien, las enseñanzas de cierto hombre barbado.

5.9.07

Come frutas y verduras


Un nuevo cuadro de Víctor Rodríguez. Pertenece a la segunda parte de sus White Variations. Especificaciones técnicas: "Fruit/White", 80 por 96 pulgadas, acrílico sobre lienzo, 2007, copyright VR. La exposición se abre este viernes 7 de septiembre, de 6 a 8 de la tarde, en la galería Scott White Contemporary Art, 2400 Kettner Blvd. Loft 238, San Diego, California, 92101.

4.9.07

La complicada pereza del pequeño emperador

Sincronicidad


Digamos que K. lee un libro. Lo lee porque lleva tiempo queriéndolo leer. Y lo lee, sobre todo, porque un amigo suyo le provocó morbo de leerlo. Su amigo le dijo que en el libro se habla de B., un conocido en común de ambos. Se habla mal de B. Se hace un retrato fiel y preciso de B. Así las cosas, K. comienza a leer el libro y disfruta del retrato, trazado con las delicadas herramientas de un entomólogo literario. Al día siguiente de la lectura, K. recibe una llamada en su oficina. Al principio, no reconoce la voz. El nombre le resulta ajeno. La voz dice el nombre de nueva cuenta. K. lo escucha bien la segunda vez: es B. La sorpresa de K. es mayúscula: hace más de dos años que no habla ni se escribe con B. Y ahora B. aparece y le habla con aparente afecto. K. y B. cuelgan. K. se pregunta si ya se puede ir. Y se va.

3.9.07

Revolutionary Road


El fin de semana terminé de leer Revolutionary Road, de Richard Yates, novela gratificante y, a la vez, cruda, de difícil digestión (lo mismo que 350 gramos de vacío). Publicada en 1961, año en el que no obtuvo el National Book Award (le fue otorgado a The Moviegoer, de Walker Percy, libro que he comenzado en dos ocasiones y nunca he terminado: lo haré, quiero hacerlo, me gusta, pero no ha sido el momento de leerlo, aún), la ópera prima de Yates (Yonkers, Nueva York, 1926-Birmingham, Alabama, 1992) retrata, de manera entomológica, la desintegración de la familia Wheeler, habitantes de los suburbios aledaños a Nueva York. Para ponerle una etiqueta, podemos decir que Revolutionary Road es una obra representativa del realismo sarcástico. Más allá de la etiqueta, es una de las mejores novelas de la literatura estadounidense del siglo XX; prologada por Richard Ford (cuyo prólogo tendría que ser un posfacio, en realidad), fue puesta en circulación a punto de que su primera edición cumpliera 40 años. Hoy, Sam Mendes la hace película, con Leonardo DiCaprio y Kate Winslet como Frank y Alice Wheeler: mejor, imposible. Pero de vuelta con el texto, sólo puedo decir que me sorprendió continuamente. Me recordó (o más bien, "me llevó a"), de pronto, a The Virgin Suicides, de Jeffrey Eugenides, otra novela notable de la vida suburbana estadounidense, lo mismo que a The Sportswriter, del propio Ford, cuyo Frank Bascombe, estoy seguro, fue bautizado en homenaje al Frank Wheeler de Yates. Y, más que nada, me hizo pensar en Carver: en Revolutionary Road hay más de una semilla, tanto temática como poética, que germinó en sus cuentos (lo mismo puede decirse de los cuentos y relatos de Andre Dubus, otro escritor estadounidense poco conocido en nuestras latitudes). Pero no digo nada, en realidad. Sigo pasmado, supongo. Así que mejor me voy sin pedir permiso.

1.9.07